En su ensayo “Construir al enemigo”, Umberto Eco señala que los poderosos que tienen vocación criminal y sed de exterminio del prójimo, necesitan un enemigo, y que, si no lo tienen, lo inventan, lo construyen. Necesitan tener alguien a quien odiar, excluir, perseguir y eliminar. Su sed no sólo es de poder y dinero sino también de sangre.
Una idea falsa y fratricida impuesta por el imperio norteamericano es la del “enemigo interno”, la cual ha sido aplicada por los matarifes a sueldo al servicio de los gobiernos de los países desangrados por dictaduras militares o democráticas de derecha. Según eso, el enemigo de Colombia somos los colombianos. Con esa creencia homicida lograron que las armas de la patria se utilizaran para asesinar a quienes debían defender, como fue previsto por Simón Bolívar: “maldito el soldado que apunte sus armas contra el pueblo”.
Pero los verdaderos enemigos son los que tienen el poder económico, que también quieren apropiarse del poder político, con lo cual les queda fácil convertirse en criminales y gozar de impunidad, ya que tienen con qué pagar sicarios, escuadrones de la muerte o bandas paramilitares, nombrar fiscales títeres y comprar jueces y magistrados, porque con el dinero se pueden abrir hasta las puertas del cielo, decía Cristóbal Colón. Los ricos son, pues, los enemigos.
En Colombia ha quedado en evidencia que los ricos (industriales, comerciantes, terratenientes, banqueros, empresarios, ganaderos, políticos ladrones y demás gente enferma de avaricia y egoísmo incurables), es decir, los dueños del país y generadores de pobreza, miseria, atraso, odio y violencia, son los enemigos de la democracia, la paz, la justicia social, el bienestar común y la transformación social, política, económica y cultural que el país necesita para salir del culo del mundo donde lo tienen esos enemigos.
Esos ricos enemigos de Colombia, cuya ideología es el fascismo o ultraderecha, pusieron en el poder a un criminal como Álvaro Uribe para exterminar a la izquierda, y para que legalizara el robo del salario y destruyera las garantías y los derechos de los trabajadores, robarles la tierra a los campesinos y garantizar que el tesoro público estuviera en manos de los multimillonarios para seguir robando y enriqueciéndose con los contratos con los que arruinan al país a perpetuidad.
Esos ricos ladrones y asesinos son los que están persiguiendo y socavando el gobierno democrático y popular de Gustavo Petro, a través de sus mercenarios periodistas, y son los que pretenden impedir las reformas mediante el voto negativo de sus sicarios de la politiquería que tienen empotrados en el Senado y la Cámara para hacer imposible el cambio y el mejoramiento de la vida en Colombia.
Ya lo había dicho San Juan Crisóstomo: “El rico es un bandido”. Y su perversidad es famosa desde la antigüedad: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos.” (Mateo 19, 23-24; Marcos 10, 25).