“El olvido que seremos” es la frase con que Héctor Abad Faciolince abordó esta realidad común y lamentable que popularmente se expresa con un simple “nadie es profeta en su tierra” y que refleja la cruda experiencia de muchos intelectuales, artistas y lideres sociales, quienes han tenido que vivir, e incluso, morir, antes de que algún alma curiosa, cuestionándose sobre su identidad e historia, se adentre en los libros empolvados en hueso y recuerde con justicia y dignidad ese legado que, en este caso particular, se encuentra encapsulado en aquellas esculturas abandonadas, desconocidas y violentadas que día a día transitan chiquinquireños y turistas, sin detenerse, sin cuestionarse acerca de su autor. ¿Sabe usted quién es Carlos Díaz?
Nacido en el barrio San Mateo, en la ciudad de Chiquinquirá el 10 de octubre de 1950; segundo de cinco hermanos, hijo de Rita Elvia Martínez y Carlos Alberto Díaz. Carlos Díaz egresado del colegio Liceo Nacional José Joaquín Casas, arquitecto de la Universidad Gran Colombia, Maestro en escultura y licenciado en pedagogía del arte de la Universidad Nacional, fue director del ICBA (Instituto de Cultura y Bellas Artes de Tunja) durante 7 años y secretario de educación en el gobierno de Armando Burgos, dedicó su vida a la gestión cultural y en especial a la escultura y la pintura, siendo uno de los artistas contemporáneos más importantes del Departamento y la ciudad mariana.
Carlos Díaz, un soñador, un visionario, un loco, un artista, un altruista, un pintor, un escultor, un gran ser humano, un deportista, un gestor, un amigo, un chiquinquireño jocosamente llamado mantequilla. Así lo llaman quienes aún evocan su memoria en la ciudad mariana, su capacidad para ver la belleza en lo cotidiano y plasmarlo en lienzos y esculturas dejó una huella imborrable en quienes lo conocieron, su espíritu altruista lo llevó a compartir sus conocimientos y talentos con generosidad, liderando eventos magnos cómo la restauración del Palacio de la Cultura “Rómulo Rozo” con ocasión de la visita del Papa Juan Pablo II, declarada monumento nacional en 1990, a través del programa “La casa grande”. Asimismo, realizó exposiciones innovadoras para la época, en el club del comercio y el sótano de la antigua caja popular cooperativa, queriendo dar un kilombo cultural, o la traída de la popular “burra” la locomotora del tren que posterior a su intervención engalanaron el palacio de la cultura. Pero sobre todo su carácter amigable y su arraigo a su ciudad natal, lo convirtieron en el amigo del amigo, su historia nos recuerda la importancia de perseguir nuestros sueños con pasión, de ser visionarios en un contexto que necesita un toque de locura para desplegar toda su grandeza.
Esta columna más que de opinión, es de memoria, es una invitación a detenerse ante las obras que pueblan nuestra ciudad y reflexionar sobre lo que nos representa, nos identifica y nos precede. Las cuatro obras de Carlos Díaz no solo son testimonio de su maestría artística, sino también un legado que trasciende su propia existencia y nos brinda la oportunidad de conectarnos con la esencia de quienes somos.
Cómo escribió Andrés Caicedo “Si deja obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos” que la obra de Carlos Díaz sea un recordatorio de la importancia de preservar nuestra identidad y honrar a aquellos que han contribuido a construir el tejido cultural que nos define. Con cariño y compromiso, para Marcela Díaz, su hermana.
Monumento en memoria del Papa Juan Pablo II
(Fotografía por Manuel Cortázar)
En conmemoración a la presencia del Papa Juan Pablo II en Chiquinquirá, se construyó una estructura conmemorativa en la cima del parque terebinto. Se trata de una imponente cruz que irradia una luz intensa, siendo visible desde diversos puntos de la ciudad.
Estatua del Papa Juan Pablo II
(Fotografía por Manuel Cortázar)
Este monumento resalta en el parque donde su santidad ofició la misa al aire libre durante su visita en Chiquinquirá el 3 de julio de 1986. Se trata de una escultura elaborada en cemento y fibra de vidrio, cuya orientación visual está dirigida hacia la Basílica de Nuestra Señora del Rosario.
Monumento a la Guabina Chiquinquireña
(Fotografía por Manuel Cortázar)
El conjunto escultórico resalta la expresión musical y el canto folclórico de la ciudad, representando simbólicamente la danza de “la guabina”. El monumento tiene movimiento circular, está fundido en bronce y en alguna época entonaba la famosa “guabina Chiquinquireña” Ubicado en la glorieta norte de la avenida Julio Flórez (carrera 10ª)
Monumento al Campesino
(Fotografía por Manuel Cortázar)
Una representación simbólica de la indumentaria tradicional que caracteriza al agricultor en la región montañosa de Cundiboyacá: la ruana, el sombrero, el bordón y las cotizas.
Está ubicada en la parte de atrás de la plaza de mercado, en la carrera 10 con la intersección de la carrera 11.
Maestro entre maestro, grande entre grandes.
Empieza a escucharse el eco de una palabra, ya antes dicha.
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