
En X: @GChalito
Una lágrima cual película de Hitchcock, con todo y música de suspenso, alcancé a ver caer en un primerísimo primer plano por mi rostro, pupila dilatada y la pestaña petrificada. Solamente que nunca pasó. Preciso acababa de entrar al baño y en ese momento sentí el estrujón, lo que iba a hacer no lo hice: «Amor, Dios Santísimo, está temblando».
Como pude abrí la puerta y mi novia llegó a mi encuentro justo en ese punto (se supone que es uno de los sitios en los que debemos hacernos en el apartamento ante un evento natural como este, ni lo pensamos, solo fue donde éste nos agarró). Medio nos abrazamos, pues el miedo nos envolvió primero… «Sí amor… y no para»… «Qué hacemos, Papito lindo, qué hacemos».
Fueron los segundos más largos de este año y creo que de nuestras existencias. Ni siquiera aquellos temblores de hace un par de años ni el pasado o más reciente que tuvimos, o se sintió similar en Boyacá, que nos cogió de madrugada, había generado tanto temor (aquí también escribí esa vez, porque son cosas que te mueven y te ponen a pensar: https://eldiarioboyaca.com/un-viernes-que-nos-sacudio-hasta-el-alma/).
¡No ha parado! Ahí sí nos estrechamos en un movimiento que se sintió a despedida… Jesús Santísimo, no quiere parar… ¿o sí, ya? Volteamos a mirar algunas cosas que todavía se movían, qué error; ya… parece que ya… ¿Seguro? Las manos me temblaban y el llanto entrecortado en mi garganta no me permitía hablar. Ni susurrar. Fue muy largo.
Había afán de salir, ¿y de vivir? Tal vez uno no lo piensa así. Es más, analicé luego que esa fue la excusa para reprimir lo que estaba sintiendo mi ‘Clau’, mientras yo entraba más en pánico y la gente que se escuchaba afuera estaba en medio de lo mismo: el desconcierto y la angustia.
«Amor, hay que salir (me asomé tímidamente por la ventana y estaba ‘full’ de vecinos afuera de las torres), la alarma sigue sonando, vamos». Ella se negaba a hacerlo; ya pasó me decía, hay que irnos; pero en el transcurrir de la mañana pude evidenciar lo que les digo, que fue su capa de protección ante la intranquilidad. Eso nadie lo adivina.
Me puse mi pantalón de sudadera negro de Millos (obvio, era día de partido de cuadrangulares y lo tenía listo) encima del que tenía de pijama, mi chaqueta que adoro y una gorra. Cerré el registro del gas, apagué la luz del baño (pues hay ventilador y esa vaina al salir qué), desconecté el celular que lo tenía cargando (pues debía grabar video en el compromiso que teníamos) … me asomé de nuevo a donde estaba ella… «Es en serio mi vida, bajemos, acabé de ver en WhatsApp que fue de 6.5, bajemos ya»… salí al hall y también cerré el registro del agua. Me fui sin billetera. No es lo que piensan, porque eso simplemente quiere decir que dejé mi identificación.
Casi no la convenzo ni a mí tampoco, ya que en el fondo sentía morir y en estos casos quedo inmóvil. Así me pasa, es algo que no puedes controlar. Otras personas se mueven o reaccionan más rápido y efectivamente fueron quienes ya estaban por fuera. Casi que ese ruido de las escaleras, por donde obviamente salieron la mayoría (creo que hubo personas que no lo hicieron, como la vez pasada que nosotros no pudimos hacerlo), nos hacía presentir lo peor y que en ese momento, en esos pequeños y a la vez tan infinitos instantes, nos hizo sentir más seguros adentro, en un tercer piso, de dieciséis que tiene la torre.
Sí, todos esos, ¿como para dónde cojes que quedes resguardado? No sé, sinceramente no veo que el punto de encuentro nos asegure menos impacto. Y los animalitos, Padre misericordioso, ladridos y aullidos como llantos de bebé nos abrumaban más en esa pesadilla que vivimos este pasado domingo.
Por fin evacuamos y en el camino uno de los integrantes del Consejo de Administración revisaba la estructura. Nos comentó con toda certeza que el edificio estaba bien. Que es antisísmico y que por fortuna todo se veía normal. Llegamos al parqueadero, cerca de la entrada (o salida si se quiere) y parecíamos calmados ante los ojos atónitos, casi perplejos de más de uno. Creo que fuimos los últimos. ¿Eso estaba bien? ¿Estaba mal? Un integrante de Bomberos expresó más adelante que había que esperar más tiempo para devolverse a los apartamentos y que si volvía a pasar esperáramos a que terminara el movimiento, que porque las escaleras son las primeras en sufrir. “Juemadre”, quién controla eso. Nadie. Todos obramos como podemos.
Vi a un señor que alcanzó a estar un paso más adelante que el mío y lo cogió en el mismo sitio, pues estaba apenas envuelto en una toalla. La piel se le veía de gallina. Donde yo me meta a bañar ahí quedo. Lo que sí es cierto es que, por mi condición de que me afectan tanto los sucesos, la ida al baño estos días ha sido un suplicio. Sí, hasta mi mamá me regaña – “Hay que superarlo y seguir adelante”. Eso trata uno de hacer, ni más faltaba. Pero qué miedo que da.
Una de las cosas más duras es ver a los niños; o escucharlos. Mi hermanita del alma me llamó y me pasó a mi sobrino pequeño a quien le escuché con esa voz dulce que tiene lo intimidado que estaba. Con el corazón a mil. En Cómbita según los reportes fue uno de los municipios donde se sintió con mayor intensidad. Y pues es que allá donde viven con mi cuñado está lleno de vidrios. Eso debió chillar tenaz.
También me marcó una prima que quiero mucho. Traté de hablar con mi mamita, pero estaba trabajando. Con mi hija, mi sobrino mayor. Y bueno, con quién más quisiera uno en esas saber cómo están. En grupos familiares, laborales y de amigos, todos preocupados. Algunos le atinan a bromear con ello, que como lo he dicho en otras ocasiones, no me parece que sea para tal, pero que, en medio de tanta vaina, pues te hacen soltar una “tímida risa”.
Los vecinos están bien de pijamas. Bendito sea Dios. ¿Qué cuántos kits de emergencia o supervivencia vi? Sinceramente, a menos de que el mismo hielo que sentía (más allá del clima, por el susto tan terrible) me tuviera nublado, no observé ni uno solo. Ni uno. ¿Celulares? Cualquier cantidad. Mi novia por lo menos bajó con agua. ¿Qué si ya lo compramos? El kit quiero decir. Claro… que no. Porque así somos. Nunca nos enseñaron a prevenir.
Seguimos en las mismas, no estamos preparados para una contingencia de este tamaño. Yo seguiré orando. Por todos.
¿Haría todo bien Dios mío? Pues no me refiero a lo que hice y/o dejé de hacer, hicimos o no, esa mañana del 9 de junio del 2025; el asunto es si estoy listo para cuando llegue el día. ¿Lo estamos? Cada quien lo sabrá.
Estaba tan ensimismado que duré más de dos días (bueno, en los momentos que puedo hacerlo) para escribir estas líneas. No quiero pensar en las muchísimas réplicas que van. Y tampoco quiero tener en mente que de una dejé a la Virgencita por fuera (con todo y que estoy consagrado), ya que de una vamos siempre, o pensamos es en El Todopoderoso. Y ella puede interceder por nosotros.
Y me di cuenta de que sí, la vida continúa. Esa misma mañana tuvo que ser así. Entramos, mi amada Claudia terminó de planchar su ropa deportiva y corra. Allá, todos en su cuento. En la calle también. Y en la misa dominical, Monseñor lo resumió así: que a esa hora acaba de leer los Hechos de los Apóstoles cuando pasó lo del temblor, y pensó: “Pentecostés a lo vivo y en directo”. Ayyy Diosito.