Que no nos metan más goles

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Por | Gina Rojas X @GjJuliet

Con el guayabo de la derrota futbolera, pensé que era absolutamente necesario hacer un rápido cambio de planes en mi columna de la semana y unirme a las voces Fifas. Durante casi un mes de Copa América, Colombia vivió una esperanza y un ambiente diferente, que rompió momentáneamente la polarización y unió a las almas distintas en un tono tricolor que se hacía cada vez más radiante gracias a la fuerza del corazón de once jugadores en la cancha y la necesidad de sentir una victoria para un país que vive golpeado.

Previo a la final contra Argentina, quise dar una vuelta por la historia y ver qué pasó en el 2001, cuando Colombia fue campeón de este certamen. Encontré varias coincidencias, entre ellas el movimiento de Pedro el Escamoso en el aire y la buena racha de 10 goles marcados por el equipo Cafetero. Incluso hallé un dato emocionante para mí, ya que ese año el glorioso América de Cali fue el campeón del Fútbol Profesional Colombiano, cuando aún era un solo torneo al año.

Pero mirando más allá, llegué a un vergonzoso punto: el fútbol siempre ha sido directamente proporcional a la política, siendo objeto de manoseo y cortina de humo para ocultar acciones que se convierten en goles o autogoles para los colombianos. En el 2001, era una época de bajísima popularidad para el presidente de Colombia, Andrés Pastrana, quien encontró en la Copa, que rescató, una forma de lavarse la cara, mientras el territorio colombiano estaba sumergido en una profunda desolación por cuenta de la oleada de violencia, secuestros y una zona de distensión que se convirtió en centro de operaciones para acciones ilegales por parte de la guerrilla de las Farc.

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El espectáculo del fútbol llevado a diferentes escenarios del país como anfitrión, logró adormecer temporalmente los dolores de una patria que no encontraba el camino a la paz, pero al mismo tiempo, en la clandestinidad, fue aprovechada para movidas políticas y armadas que fortalecieron diferentes sectores y actores como el paramilitarismo, que al año siguiente sería crucial en el inicio de la dolorosa temporada de ejecuciones extrajudiciales (falsos positivos).

Mientras escudriñaba en la historia, me encontré con una entrevista de Diana Uribe diciendo que “hay que tener la memoria de las cosas que han pasado para evitar la amnesia colectiva”.

En medio del partido, pensaba en las historias de los jugadores, romantizadas por la prensa que exaltaba el primer millón de cada seleccionado para transformar sus vidas, ya que en medio de la falta de oportunidades y la guerra, cada uno encontró en el fútbol una forma de salir adelante y llevar más que un pan a la mesa de sus familias.

Con el dolor de la derrota, pues pese a no jugar de la mejor manera, de no entender cambios del director técnico y en medio de insultar varias veces a los jueces, igual que el resto del país, esperaba que mis hijas tuvieran una historia de victoria que contar cuando tengan mi edad; decidí que iba a madrugar a escribir esta columna, con un mensaje adicional y es decirles que nos guste o no, es momento de despertar, volver a la realidad, ponernos la camiseta y ondear la bandera, pero para seguir defendiendo al país y en nuestro caso a Boyacá.

Es ahora que toca aprovechar que a ciertos avispados del poder en el país y en nuestro departamento no les llegó la Copa de la selección para hacer sus jugaditas y meternos una goleada.

Viene un nuevo tiempo de juego, tanto en lo legislativo como en lo administrativo, y seguro los técnicos políticos ya están maquinando cómo anotar. Así que nos toca estar en la jugada. Necesitamos convertirnos en un Lerma del medio campo resguardando y asegurando; un Ríos moviendo la pelota para ganar sin trampa, un James concentrado en anotar y por supuesto un Davinson Sánchez cuidando el arco; mientras esperamos que el arbitraje despierte y pida el apoyo del VAR para sancionar donde haya lugar, incluso con tarjetas rojas inmediatas.

Se acabó la distracción, no más goles por favor.

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