Por: Teófilo de la Roca
Solo de contados seguidores del Cristo se pueden lograr signos de esperanza; más para desprotegidos de estados, de gobiernos, de esquemas de sociedad privilegiada, excluyente.
Quién sabe cómo y quién sabe cuándo, pero algún día tendrá que producirse un fenómeno de reacción, de rechazo, de condena frente a cuanto en los últimos años pudo haber contribuido a desviar la fe.
Si ha existido época en la cual tanto se necesitaba de posiciones claras, realistas, objetivas, asumidas desde la misma fe, ha sido esta época que, se esperaba lo fuera de compromiso histórico, más por ser era postconciliar. Se necesitaba que la Iglesia, en medio de sus propios «cambios», diera un viraje hacia un contacto vivo, actuante, incondicional frente a tantas de las realidades terrenas que hablan de serias encrucijadas del ser humano, al verse desprotegido de estados, de gobiernos, de esquemas de sociedad privilegiada y lo que es peor, desprotegido de tantos que en nuestros países en vía de desarrollo creen ser «siervos de Dios», al llamarse cristianos.
¿Qué haremos con tantas formas de ir en la catolicidad, con tanto cristianismo sólo de templos y procesiones de lo devocional? ¿Qué haremos con tanto poder institucional a nombre de la Iglesia, con tanto proyecto de lo «rentable», a nombre de la fe y del mismo Cristo si no surge la gran expectativa por el reino de Dios y su justicia?
Porque no es cualquier proyecto de vida. Será tan grande, tan universal, tan trascendente, tan llegado a la condición de lo humano, que ha dado para que aún estados y gobiernos practicantes incluso de ciertas formas de «masonería» o actitud ajena a esquemas de iglesia, se hayan visto precisados u obligados en una o más circunstancias, a acudir al gran concepto de caridad o de sensibilidad social de instituciones de lo cristiano, y sobre todo de lo católico, para atender albergues humanos; así para ancianos, para niños desprotegidos, abandonados, para jóvenes sumergidos o condenados a situaciones de laberinto.
Hechos de esta naturaleza han llevado a pensar que tanto políticas vigentes, como sectores humanos de los que tanto llamamos vulnerables, no dejen de confiar en lo que aún representa para pueblos y naciones la pedagogía de la fe; más si se cuenta con comunidades de base que vengan encarnando un tanto la acción profética que se desprende del discurso de la montaña o de las Bienaventuranzas; que es lo que da para que haya revolución del espíritu; haciendo de la caridad una respuesta de emergencia y del afán de justicia una actitud de sabiduría, al entender y vivir el plan de Dios, su profecía de vida, en medio de tantos muros de la «muerte», o abusos de los poderosos y prepotentes.
Puede suceder que no esté tan cercana la época que tanto se necesita: la de una corriente profética que logre retomar el sentido del templo. El gran desafío estará en retomar el templo; con hechos tan impactantes, que incluso pongan en entredicho lo rentable que haya podido darse en el manejo de la fe y del mismo Cristo.
«Si la sal se corrompe, ¿qué puede conservarse?” Podrán decir los pocos creyentes, que en el mundo de lo «cristiano», buscan llevar en sus vidas su propio templo; el que todo admitirá, menos que la fe vaya enredada con ataduras de lo rentable; donde ya se pierde lo cautivante del reino de Dios; donde la caridad, la misericordia y el afán por nuevos órdenes de vida se pueden quedar en simple prédica, de aparente evangelización.
Hemos llegado al momento en el cual sólo se puede esperar en cierto tipo de cristianos: los que llamaríamos de Evangelio de vida. Son los llamados a crear el gran signo de esperanza, en medio de «creyentes» que todo lo aceptan y toleran, tratándose de formas triunfalistas de poderes, como en una desviación de la misma fe y del mismo culto; sin que las sacralidades se den por entendidas de lo que tanto requiere conversión; que más que la defensa del gran privilegio que se ha tenido como Iglesia: la de ser depositaria de los contenidos y exigencias del Evangelio; para que aún cada templo físico vibre desde la plegaria; que como plegaria sea vida al presentar hechos transformadores, desde la realidad histórica.