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Las aulas de clase, indistintamente los niveles de educación, se constituyen como la casa del pensamiento, la palabra, la crítica y autocrítica en que la condición humana de cada estudiante en sus procesos educativos de aprendizaje logra manifestarse y relacionarse en la naturaleza social. La educación siempre será la cumbre de la riqueza como instrumento de tolerancia e igualdad en la humanidad.
La libertad, por ejemplo, si bien se concibe como una conquista histórica humana, hoy en comentarios o expresiones del mundo paralelo de las redes sociales, en discusiones de medios de comunicación y en debates políticos, suele tergiversarse en torno al interés particular o a realidades distintas al punto de contradecir y transgredir el sentido mismo del término.
Tanto en el juego como en el arte, la literatura y la exploración del medio, como pilares iniciales de la educación, el diálogo inclusivo, tolerante y comunicativo deben estar afianzados y cimentados con riqueza literaria. Ampliar la búsqueda de sentido, la formación de criterio y el crecimiento de la autonomía personal implican entender y analizar la condición humana en todos sus estados: lo más bondadoso, lo más solidario, lo más humano y amoroso, como la más ruin y las más horrenda y miserable bajeza humana, y es por medio de la literatura que se logra entender ese complejo, plural y diverso tejido de la existencia humana.
El predominio de la literatura en las aulas no significa una idea o apuesta educativa, ni un simple estandarte que embellezca un currículo, la literatura debe imperar en los procesos educativos como el alma de nuestra cultura, como el faro que ilumine a las próximas generaciones en formación y concebir así más vivible, más tolerante y más compasiva nuestra sociedad cada vez más deshumanizada.
Prevalecer y enriquecer los espacios de fomento a la literatura en la academia implica fortalecer la capacidad de soñar, de cuestionar, analizar y reflexionar. Ya lo decíamos en este mismo espacio de opinión: leer implica también un proceso de aprendizaje que involucra una activa interacción de nuestra imaginación, nuestra memoria, nuestras emociones conlleva inexorablemente a una decidida reflexión, a un análisis e introspección serio y profundo: leernos a nosotros mismos
En estos tiempos resulta tan inadmisible como imperdonable privar a los estudiantes de procesos y ejercicios de formación intelectual y humana reduciendo o vilipendiando a la literatura en el currículo educativo.
“El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para escribir, por otra parte, o el tiempo para amar.)
¿Robado a qué?
Digamos que al deber de vivir”.
Daniel Pennac, “Como una novela”.