Populismos

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Por | Julián David Mesa Pinto / Abogado Especialista en Gobierno y Gerencia Territorial

En medio de la coyuntura social tan extremadamente polarizada que asistimos los colombianos, advertimos un innegable y desafortunado rumbo del país: desesperanza, frustración, seguridad diezmada y amenazada por la falta de presencia y control estatal, ausencia de garantías para ejercer nuestros derechos, inseguridad jurídica e inestabilidad económica para el sector productivo y constantes e interminables conflictos surgidos ante las apremiantes necesidades socioeconómicas y la profunda inequidad social.

Como ingrediente adicional a este desolador y malhadado panorama nacional, los populismos, tanto de derecha e izquierda surgen, no solo como protagonistas grandilocuentes  del  debate público, sino como una aterradora amenaza al ejercicio democrático de liderazgos sociales y políticos, este lamentable fenómeno, contrario a enriquecer y dar altura moral y ética a la discusión nacional para encontrar soluciones concertadas fruto de escenarios de diálogo, termina azuzando la mezquindad y el odio radicalizando más la polarización y ampliando el espectro de las  tensiones sociales en el territorio nacional.

Según la RAE, el populismo se define como la “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. Por lo general, el populismo cobra protagonismo en situaciones de crisis ocasionada por la paquidermia e ineficiente ejecución gubernamental, y la deslegitimación de la dirigencia política. Ante los escenarios de descrédito institucional y político, el populismo permea los extremos ideológicos arrogándose en cada uno, una perfección absoluta en sus propuestas políticas y programáticas sin siquiera admitir la posibilidad de ser debatida o cuestionada.  Por lo general, en cada extremo, se tiene la enceguecida percepción de contar con la verdad absoluta e incuestionable y de tener las únicas respuestas y soluciones a las problemáticas sociales.

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En Democracia, resulta obvio el surgimiento de los extremos ideológicos. El álgido problema deviene cuando el populismo se apodera de cada orilla generando una profunda segmentación de la sociedad: por un lado, el ala impoluta, virtuosa y recatada, y por otro, el ala corrupta, clientelista e indecorosa. Esta realidad pone por encima del interés general y de la ética pública y política el mesianismo del líder político, quién, bajo la falsa bandera de imponer y hacer cumplir la “voluntad general del pueblo”, termina vulnerando los derechos de las minorías y censurando a quien piense diferente o siquiera se atreva cuestionar, deformando así por completo la esencia de la democracia.

En estos tiempos de aguda polarización ideológica, los líderes   secuestrados por los populismos suelen aprovecharse de las reacciones y emociones ciudadanas para imponer sus posiciones políticas individualistas.  Así, quien cuestiona al extremo contrario es descalificado y vetado haciendo imposible e impensable los canales de comunicación y diálogo para los disensos.

Sin tolerancia, la democracia y el ejercicio pleno y legal de nuestras libertades corre peligro, nuestra sociedad democrática se transmuta en una sociedad individualista y ambiciosa en la que impera el odio y la confrontación sobre el debate racional y argumentativo.

Más que odios exacerbados y divisiones azuzados por los extremos contagiados de populismo, el país demanda la necesidad de consensos, diálogos constructivos entre los sectores políticos opuestos, no propuestas ideologizadas y provocativas que estimulen las ambiciones y que alimenten el ego y los fundamentalismos  de los lideres mesiánicos.

«La creencia de que sólo puede salvarnos un genio político -el Gran Estadista, el Gran Líder- es la expresión de la desesperación. No es nada más que la fe en los milagros políticos, el suicidio de la razón humana.

Karl Popper

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