Por | Guillermo Velásquez Forero / guillermovelasquezforero.com
Si los policías se convierten en asesinos, estamos perdidos. Si no podemos confiar en nuestra policía como fuerza protectora de la sociedad, seremos víctimas de la inseguridad, la zozobra y la angustia por la indefensión absoluta ante los delincuentes y criminales. Quiero seguir creyendo que la policía es el ángel de la guarda de la Nación, el espíritu tutelar que protege nuestras vidas, la fuerza civilizada y humana que nos garantiza el mantenimiento del orden, el buen trato y la sana convivencia. Que los policías son amigos poderosos y no enemigos peligrosos. Que son garantía de la paz y no incitación a la violencia y la guerra civil. Que son servidores públicos dedicados a hacer el bien social y no destructores de vidas. Que son representantes de la autoridad legítima porque conocen, respetan, aplican y hacen valer la Constitución y la Ley. Que en la escuela de policía han sido formados como ciudadanos dignos, honestos, valerosos, honorables, valiosos y necesarios para la sociedad, y no como potenciales asesinos. Que su delicada, exigente y peligrosa profesión incluye proteger nuestras vidas en cualquier circunstancia, aunque estemos borrachos, enamorados, locos, poetizados o rebelados. Necesitamos urgente recobrar la fe y la confianza en nuestra Policía Nacional. La Institución debe estar al servicio de la sociedad y no como instrumento de violencia de un gobierno criminal. Eso es lo que uno piensa cuando es iluso, y cree en el imperio de la Constitución, Ley, el Estado Social de Derecho, la democracia y la civilización.
Pero las violaciones de los Derechos Humanos, publicadas en numerosos videos por las redes sociales, muestran los crímenes que están cometiendo contra jóvenes civiles e inermes que participan en las manifestaciones, donde la fuerza bruta y corrompida está disparando, acatando la orden de un criminal que ni siquiera está en el poder, un expresidiario que anda huyendo de la Ley. Esos sicarios uniformados están perpetrando asesinatos de Estado, crímenes de lesa humanidad. Todos esos atropellos y homicidios cobardes y miserables, evidencian que los policías sí son asesinos a sueldo, perros adiestrados para matar a sus hermanos de clase, verdugos imbéciles de su propio pueblo, traidores de su noble misión social, vándalos y terroristas que cumplen órdenes a ciegas de un monstruo corrupto, ladrón y sanguinario que llaman el innombrable, alias Matarife.
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