Cada pueblo se merece sus dirigentes. Entonces, cada pueblo es para medirlo desde los hombres que haya tenido al frente de sus destinos.
Son pocos los pueblos que creen elegir para ser conducidos. Por lo general se elige para ser manejados o manipulados. Algo, por lo tanto contradictorio.
Pero también es cierto que no es fácil conseguir a hombres con capacidad de conducción. Y si los hay, no alcanzan a ser tenidos en cuenta; menos aún a ser valorados. Se prefiere, casi siempre, al hábil en simples manejos de sectores humanos y hasta de opinión pública. Más irónico es todavía, cuando llega a poderes de gobernabilidad, merced a una imposición.
Está fallando en el mundo el concepto de dirigencia. Se le va dando el nombre de dirigente a quien no lo es. Se necesita de muchos contenidos de vida para tener la capacidad de conducir. Porque se trata de tener condiciones de respuesta para cada tópico de la realidad humana; entender de sicología social y llegar incluso a comprender al hombre, esto es, ubicarse en la condición del niño; entender al joven; saber qué es el ser humano en actitud de búsqueda; buscando ya formas de madurez; pero también tener conocimiento de cómo ve y siente la vida el adulto mayor, maestro ya de caminos recorridos.
Por otra parte, el dirigente, tendrá visión global del porqué de las situaciones sociológicas; de lo injusto de tantas políticas; de la incompetencia humana de hombres colocados en el poder; sin un mínimo de carisma, sino simple y llanamente triunfalistas por manejos de lo manipulable: un pueblo a lo mejor utilizado desde aparentes formas de democracia.
Cómo es de importante que desde las más simples experiencias de organización colectiva se vaya tomando conciencia de lo que debe ser un dirigente. Que se entienda que el liderazgo es para confiarlo a hombres de capacidad de entrega a las comunidades. Sólo así se irá avanzando hacia el gran objetivo de tener en tantos niveles de conducción a hombres confiables. De lo contrario, seguiremos en manos de los “vivos”, de los “sagaces”.
Estamos en una época de grandes confusiones, de grandes equívocos, de grandes contradicciones. Todo, porque no hay hombres que descubiertos por los mismos pueblos, sean colocados en el difícil y complejo papel histórico de dirigir, de jalonar la vida hacia nortes definidos.
Es tremendo para la humanidad caer cada vez más en manos de inescrupulosos de la historia. De ahí el crimen indescriptible de las inmolaciones humanas; de pueblos llevados a las torpezas de la guerra o colocados como carne de cañón; lo cual, es la locura de las locuras.
¿Dónde están las voces autorizadas, claras, vehementes, propias de gigantes de la tierra, que sometidos a la prueba de fuego de haberse preparado para hablarle al mundo desde experiencias de desierto, de reflexión, se levanten hoy para crear la expectativa por la vida, para señalar a los tiranos o déspotas de la historia, unos de actitudes bélicas, otros, simulados, cargados de hipocresías, señalar que son enfermos de “narcisismo”?
Necesita el mundo crear la gran corriente por lo que tanto hace falta: lo nuevo, lo que pueda partir de una forma sincera de hablar y de actuar. Lo que pueda ser valor del alma: entonces, claridad; que es tanto como acercarse al manejo de las cosas, al poder mismo, con actitud de respeto o de servicio; se trata de dar respuesta a los anhelos humanos, a lo globalizante de la vida, a la historia.