Por: Pedro Pablo Salas Hernández, Líder social de Boyacá.
Nos hemos dejado construir un mundo de corto plazo, eso también ha cambiado la forma como vemos la vida y, en especial, cómo la racionalizamos hacía el futuro; en el fondo de este ejercicio hay un cálculo, ese cálculo es individual, siempre pensamos en lo que podemos lograr por nuestros propios medios.
Nos han dicho que somos una sociedad de individuos, que la sociedad o la comunidad son un obstáculo con el que tenemos que competir y vencer; la economía neoclásica se basó en estos principios y los resultados han sido un mundo de insolidaridad, donde la cotidianidad del corto plazo destruyó la visión del largo plazo; por eso no nos importa destruir hoy, cosechar a costa del vecino, nos valen cero los daños ambientales; lo importante es poder acumular, llenarnos de activos ahora, porque en el fondo nos invade la incertidumbre sobre el futuro, porque el presente es una guerra por la propiedad, como lo planteara Locke, por la mayor cantidad de esfuerzo de dedicado a la tenencia privada.
La modernidad nos llenó de posibilidades que satisficieron algunos sectores que respiraban optimismo en los usos y abusos de las reglas que impuso el liberalismo económico. Milton Friedman fue un pionero en el diseño de privatizaciones y mercado, en las décadas del 70 y el 80; para él como para Hayek y muchos otros formuladores de políticas económicas, el Estado y todo principio de cooperación que no fuera hecho por el mercado, era una pérdida de libertad, crearon un mundo donde libertad era sinónimo de individualismo.
Sin embargo las crisis no son ajenas a este tipo de sistemas cuyos pilares de éxito se basan en la acumulación y el egoísmo humano como muy bien lo demostró Carlos Marx, que junto a Schumpeter al final de sus días, lo vieron como un sistema que se auto destruye; se creía que su vocación destructiva era creadora, pero algunos economistas recientemente han demostrado que es autodestructora e irreversible, y que solo es posible vivir, como sociedad, bajo otro contrato, un nuevo arreglo social a escalas planetarias. Estas son las tesis de Piketty en sus dos obras fundamentales: ‘Capitalismo en el siglo XXI’ y ‘El capital e ideología’, donde se señalan las consecuencias, políticas, sociales y ambientalmente insostenible del capitalismo de hoy.
El coronavirus hoy expresa lo que muchos teóricos han vendido demostrando desde predicciones que, podemos afirmar, tienen trágicamente altos niveles de certeza; que una guerra planetaria o una crisis de las mismas dimensiones de orden económico como la crisis de 1930 haría falta para que la humanidad volviera a entender otras formas de vivir la vida; donde la sociedad y la política, a través del Estado, vuelvan a tomar el liderazgo, demostrando la certeza científica del hombre social, más que el hombre económico y donde solo a través del sufrimiento y el dolor estaríamos dispuestos a superar el cálculo individualizado del corto plazo como lo ha diseñado nuestra civilización. Estamos, entonces, frente a un nuevo proceso civilizatorio si queremos sobrevivir como especie. Lo que no estaba calculado o modelando era que este fuera a través de una peste-pandemia, como el COVID-19.
De esta forma, de la crisis actual no se sabe con certeza su duración; porque puede ser de tal magnitud que quienes hoy estén tranquilos, porque en la mirada del corto plazo, es decir, a cuarenta días que dura la cuarentena, tengan reservas, dinero en los bancos y aún tengamos Estado que nos asista.
De esta forma, DonaldTrump, un hombre que entiende la globalización de la economía como coto de caza, sin avergonzarse, se despierta Keynesiano, el mismo que vocifera la consigna que el Estado es el problema, hoy busca inyectarle 2 billones de dólares a la economía para salvarla de la crisis y la catástrofe; igualmente están haciendo otros mandatarios en el mundo, incluyendo el de Colombia.
Si en el Estado, las finanzas públicas quiebran, la sociedad en su conjunto se quiebra; de esas dimensiones son los asuntos de la economía política de la crisis que se discute hoy. La salud, el techo, los albergues, las UCI, la estabilidad política y económica, dependen de la intervención del Estado que los neoliberales han atacado en los últimos treinta años con furia; hoy la existencia del mercado depende del Estado; el mercado es tan frágil como un viejo o como un niño, el Covid-19 lo puede arrasar; porque el mercado, con la inequidad egoísta, destruyó de paso su estabilidad; el mercado y la acumulación dependen hoy a escala planetaria del sacrificio humano y sin este pueden perder la batalla; el mercado en sí mismo no es nada, no ha creado ninguna institución de bienestar sólida; el mercado es líquido, la sociedad lo es todo y su robustez queda en evidencia. Hoy, ante la fragilidad de otra institución, no queda a quien acudir sino es el Estado.
Un nuevo proyecto de comunidad debe surgir, luego de rehacer otro cálculo sobre el afán propietarista; podemos tener dinero, pero si no hay alimento, el dinero no sirve de nada, así sucedió en 1930, todo mundo se sintió seguro porque tenía liquidez; pero esa liquidez no servía para nada, porque la producción estaba en ruinas, los alimentos no se conseguían, el pánico económico inmovilizó y vino la catástrofe del nazismo.
Bien hace el gobernador de Boyacá, Ramiro Barragán, en proponer como política de choque sembrar alimentos, en esencia eso es lo que nos puede quedar al final del día, en un escenario de prolongación del encierro, no morir de hambre, ahí los activos físicos y la propiedad inmobiliaria no sirven de nada; el egoísmo de herencias y los rentistas que hoy se niegan a rebajar arriendos, volvemos a las esencias humanas, tener qué comer y quién nos quiera; una nueva comunidad brilla con luz propia en el horizonte global, hoy nos puede educar el encierro de cuarenta o más días; crear una nueva pedagogía civilizatoria que sea mucho más humana y barata que una guerra.