Por | Darío Rodríguez
Opinar es insistir. Y correr el riesgo de repetirse. Sería gravísimo volver sin descanso a las mismas temáticas, una y otra vez, si este espacio de El Diario se escribiera para lectores suecos o suizos. Pero vivimos en un contexto de maníacos que suele arrojarse a los peores abismos cada semana. Por esto quien opina dentro de estas situaciones no puede cambiar sus comentarios ni enfoques debido al repetitivo peso de la desgracia.
Masacres de civiles en el sur de Putumayo unidas a los asesinatos de líderes sociales; incompetencia del presidente de la república; sombrío panorama electoral: resulta muy difícil hablar acerca de temas amables ante semejantes oleadas de horror. Y pese a que molestan e incomodan, los argumentos en contra de tanta podredumbre necesitan seguirse escribiendo. Debe volverse a decir que la guerra es un negocio muy rentable, por tanto la consolidación del proceso de paz es aún ilusoria; el narcotráfico ilegal está más vivo que nunca; la lucha antidrogas ha sido un fracaso monumental; mientras la droga siga siendo ilegal continuará esta horda de muertos y de injusticias. En sociedades como las nuestras es casi criminal voltearle la espalda a tanta infamia para dedicar los espacios de opinión a tonterías, por ejemplo las declaraciones ridículas de un influenciador, o los escándalos amorosos, incluso verbales, de las estrellas mediáticas.
Si algo debe denunciarse es justo nuestra incapacidad e impotencia colectivas para impedir que las atrocidades se detengan. Ese esfuerzo de denuncia tiene el constante peligro de convertirse en un disco rayado. Sin embargo, la culpa no es de quien opina siempre en torno a los mismos problemas, sino de esos problemas que retornan con sus abusivos espirales y círculos viciosos hasta quitarnos el respiro.
El terror de nuestros días invita a pensar de modos diferentes en el futuro.
Los Kogui de la Sierra Nevada en Santa Marta piensan que el futuro está detrás y no delante de nosotros.
Semejante concepción del tiempo no solo sacude nuestras consideraciones tradicionales de lo cronológico sino que, además, las pervierte.
La idea contradice esa sospecha de incertidumbre que solemos adjudicarle al porvenir. Si lo encontramos a nuestra espalda o lo cargamos, incluso si tan solo fuese caminando tras nuestro paso, nada tendría más certeza dentro de la aventura vital y demente que el futuro. Al cual, desde luego, no podremos ver a la cara. Es lo más próximo que tenemos, aunque nunca lo entenderemos del todo y por tal razón su rostro será invisible por completo. Como sucede con los seres más queridos o con las causas a las que les hipotecamos el alma.
Entonces una sensación se cierne para bien en la estampa del tiempo que vendrá: la sospecha de su inexistencia, o de su condición de sombra. Es necesario cierto tipo de luz para presentirlo. Nuestro pasado quizá resulte ínfimo o endeble a la hora de brindar resplandores. En ocasiones los reflejos luminosos no puede aportarlos ni siquiera este presente en el que vivimos para cumplir tareas que no nos gustan o nos desesperan.
La luz tal vez jamás llegue. Y con su ausencia, la sombra que acompaña al reverso de los que somos tampoco vendrá.
El asunto aquí, en definitiva, no es que el porvenir se encuentre poblado de penumbras. El asunto es que no existe.
Y por eso quizá nuestra tarea fundamental, después de pensar en él por escrito, sea crearlo. Hacerlo posible.
Así pues, no era exagerada ni rara la actitud del periodista Antonio Caballero, máxima autoridad entre los columnistas colombianos, cuando afirmó que llevaba más de cincuenta años escribiendo el mismo artículo. Ante el engaño de los medios, los políticos y los empresarios, alguien, algunos tienen que fastidiar repitiendo las mismas acusaciones, los mismos análisis de anteayer, de hoy, del próximo mes. Algún día se reducirá o se acabará toda esta infamia.
Y con él, escribiendo el mismo artículo delante de la misma barbarie, se encuentran los opinantes casuales de redes sociales, los columnistas económicos o políticos de grandes diarios, los caricaturistas. También en espacios como este periódico se hace necesario dar golpes a las paredes infranqueables de lo que acontece.
El espacio de opinión pretende revisar en una, en mil oportunidades, el descarnado y rutinario acontecer de nuestros ámbitos, procurando reflexionar en un futuro quizás inexistente. Aunque pocas personas lo lean, aunque las reacciones de la mayoría de lectores tiendan a la indiferencia. Al pensador colombiano Rafael Gutiérrez Girardot lo acusaban de repetirse en sus ensayos. Su respuesta fue lúcida: si insistir, si escrutar intensamente la realidad es repetirse, entonces no queda opción diferente de regresar a lo mismo. Para entender mejor los sucesos a punta de observarlos sin pausa. Ese es el escudo de armas, la divisa de algunas columnas de opinión. Y seguirá siéndolo. No existe alternativa.