Nunca quise ser periodista

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Por | Gina Rojas

Nunca, entre mis sueños de niña, estuvo ser periodista. Ni siquiera en los momentos de mayor indecisión pasó por mi cabeza dedicarme a la comunicación. Siempre supe que quería ser abogada, más que nada porque soñaba con salvar y defender a los inocentes. No me juzguen: crecí viendo al Zorro y a Batman como épicos salvadores que buscaban justicia.

Pero crecer también significa descubrir que los sueños a veces se desvanecen ante las necesidades económicas. No juzgo a mis padres por eso. Sé que un conductor y una costurera hicieron todo lo posible por darnos lo mejor y me dieron lo más importante: principios y valores para forjar mi propio camino.

Cuando terminé el colegio, no pude entrar a una universidad. Como muchos jóvenes en este país, llegué al SENA y estudié comunicación comercial. El azar —o quizás el destino— me llevó a los medios de comunicación. Me enamoré del periodismo al ver a reporteros investigando y cuestionando el poder. Repasé la historia de cada periodista en este país, estudié filosofía, llegué a Jaime Garzón… y recordé que, cuando era niña, lloré su asesinato en un aula de clase. Volví a renegar de la guerra en este país. Volví a pensar en la justicia.

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Desde el primer momento concebí el periodismo como una herramienta para cambiar el mundo, al menos mi mundo más cercano. En medio de la idealización de la profesión, encontré el periodismo con enfoque de género y me reencontré con ese sueño infantil de ayudar, de dar más, ahora por las mujeres.

Me han llamado periodista activista, como un peyorativo con el que han buscado minimizar lo que hago, pero también como un término que usan quienes desconocen la historia. Se les olvida que cientos de revoluciones han usado el periodismo como arma contra la opresión, como una herramienta para la verdad y la justicia. De hecho, en Tunja nació un movimiento sufragista feminista en medios de comunicación.

Los puristas dicen que el periodismo es el mejor oficio del mundo, pero lo encierran en un deber ser que ignora el poder de la crítica. No concibo el periodismo servil al poder, ni el que persigue figuras políticas en busca de favores o intercambia billetes por publicaciones que en la jerga popular calificaríamos como ‘lambonas’. No creo en el periodismo de palmadas en la espalda, ese que busca quedar bien con todos, pero se aleja de quienes más lo necesitan. No creo en el periodismo que subestima a las mujeres, no creo en el periodismo que busca likes y no la verdad.

Ser esa periodista me ha costado, y mucho. Quizás por testaruda. Quizás porque prefiero tener la dignidad suficiente para mirar a mis padres a los ojos y saber que honro sus enseñanzas. Quizás porque quiero enseñar con el ejemplo a mis hijas.

Quienes han sentido en mí un periodismo diferente, han usado el poder para acorralarme. Me han censurado. Me han perseguido. Han lastimado a personas cercanas. Me han vuelto a censurar, incluso estando lejos de sus garras. Han usado supuestas amistades para lastimarme. Me han provocado los peores y más dolorosos daños que ha sentido mi cuerpo y mi espíritu, y eso que he pasado por mucho. Pero si me lo preguntan ahora, volvería a elegir este oficio.

Hoy, gmás alejada del periodismo informativo y más cercana a las columnas, los libros y la investigación, sé que la idea de que «ser buena persona nos hace buenos periodistas» es solo una fábula más dentro de los imaginarios sociales. La objetividad absoluta no existe. Pero lo que sí es necesario —ahora más que nunca— es que haya periodistas dispuestos a ir contra el poder, a elevar la voz de los silenciados, a hacer preguntas incómodas.

Nunca será fácil ser diferente en un mundo que te empuja a seguir la corriente. Pero, ¿quién dijo que nos gustan las cosas fáciles?

Feliz día a quienes hacen periodismo con convicción, con amor y con el firme propósito de servir a la sociedad.

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