Por | Julio Medrano
Dramatis personae
Viejos actores empuñan espejos relucientes para interpretar a los mismos personajes políticos enquistados en la historia de Colombia: el derecha, el de izquierda y el de centro. Presentan una vez más la farsa cuatrienal de realizar unas elecciones democráticas y legitimas, episodios burlescos que debemos padecer con temible angustia, hasta que llegue aquél domingo cuando el humo blanco (o gris o negro) brote de las ventanas de la Casa de Nariño, anunciando al nuevo patrón de la hacienda.
«Somos amigos de ese, y suyo también»
Apostar por el caballo más flaco y, a la vez, por el más viejo; poner los huevos en distintas canastas; diversificar; tener criterio según cuántos billetes les echan en la billetera. Ser leal al partido y a sus ideales, incluso a convicciones propias de cada actor, eso es cosa de los tiempos de don León María Lozano.
Liberales, Conservadores, Verdes, sin vergüenza, levantan el rostro empapado en sudor frente a las pantallas y abrazan a su nuevo candidato favorito. Estos partidos políticos como colectividades son sanguijuelas que se lanzan a chupar al cadáver más hinchado. Defienden, desde sus trincheras de adobe, unos imaginarios de unión que se derrumban con la más leve lluvia.
Mientras los cálculos y cuchilladas políticas se dan bajo y sobre la mesa de estos colectivos (enjambres de ciempiés) con el único interés de tener una papa cada noche, aumentan los desplazados, los muertos, el hambre, la miseria, el asesinato de líderes, las amenazas y acciones de guerrilleros, militares y paramilitares, y, todo orquestado bajo la negligencia del presidente aprendiz que anda en búsqueda de puesto laboral en el extranjero.
Escribió Shakespeare en el drama de Enrique VI:
Exeter: De esta vergüenza, ¿a dónde escaparemos?
Gloucester: A ningún sitio, sino hacia sus gargantas.
‘Abre los ojos’
Fernando Garavito, El señor de las moscas, aseguró en una de sus columnas, que los colombianos «de un momento a otro vamos a vivir un nuevo episodio del florero de Llorente», pero no profetizó cuándo, quizá porque la maquinaria del azar no nos corresponde a los peones de la hacienda, porque los abogados del patrón son los herederos de las cábalas, porque a Fernando no se le dio la gana de dar una fecha exacta y así jodernos a todos los que quedamos en este mierdero, con la ponzoñosa esperanza de poder vivir sabroso en un país que es más cadáver que patria (ese horizonte donde lo único que brilla es la cerca de púas).
En esa misma columna Fernando escribió «En Colombia, algunos comienzan a abrir los ojos. Aunque nadie lo crea». Y, aunque la justicia del terror nos arranque los ojos a quienes queremos un mejor país para las nuevas generaciones y para nuestro propio presente, defenderemos con carácter y criterio el bienestar político, económico, social, cultural y humano, para todos.
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