Por| Armando Suescún / Exrector de la UPTC
Múltiples problemas aquejan hoy a la educación colombiana. Pero entre ellos hay uno de extrema gravedad que clama por una urgente solución: la supresión de la enseñanza de la historia en la educación secundaria.
El Decreto 1004 de 1984, expedido durante el gobierno de Belisario Betancur, suprimió la cátedra de Historia como asignatura autónoma del pensum de educación básica y secundaria y la integró en el área común de Ciencias Sociales, junto con la geografía, la sociología, la cívica y otras disciplinas. Posteriormente, durante los gobiernos de Virgilio Barco y César Gaviria fueron adoptadas otras medidas en el mismo sentido que confirmaron esa política.
Seguramente estas medidas fueron adoptadas con el mejor deseo de acertar. Pero la integración o función de la asignatura de historia con otras disciplinas de Ciencias Sociales (que, sin duda, también son importantes y necesarias), en la práctica ha hecho que la enseñanza de la historia se haya desdibujado y esfumado hasta desaparecer casi por completo, en el marco de la educación básica y secundaria. Por tanto, los niños y jóvenes colombianos que han cursado la educación básica y secundaria durante los últimos 34 años han recibido una enseñanza de historia bastante deficiente. El resultado ha sido que las nuevas generaciones de colombianos carecen por completo o casi por completo, de conocimientos sobre los orígenes de nuestra sociedad, de su evolución histórica, de sus grandes problemas pasados y actuales, de sus graves crisis. Por tanto, esos jóvenes no saben a ciencia cierta quiénes somos, de dónde venimos y, mucho menos, para dónde vamos, no por su culpa, claro está, sino por una determinación equivocada del gobierno nacional. No han podido adquirir los criterios analíticos, críticos que da la historia para conocer y entender la evolución de la sociedad en que viven y su propia realidad personal. Un resultado lamentable para la formación de los niños y jóvenes y gravemente perjudicial para el futuro del país. Porque lo único que suministra las herramientas conceptuales necesarias para entender el porqué de las situaciones sociales, económicas, políticas, culturales, religiosas que existen a nuestro alrededor, es el estudio de la historia. Entender, por ejemplo, por qué razón, en medio de una naturaleza tan rica, vivimos en la pobreza; por qué no podemos ingresar a una universidad de alta calidad; por qué somos católicos o cristianos; por qué hemos sufrido una guerra tan cruel en los últimos 70 años y cómo vamos a salir de ella; que nos espera en el futuro próximo. Por eso, el estudio sistemático y autónomo de la historia es tan necesario para la formación de la juventud. Una juventud a la cual corresponde inexorablemente conducir el país en los próximos años, difíciles, en los cuales será necesario superar los problemas que han afectado a la sociedad desde hace tiempo y han producido la guerra, y construir el nuevo país que se vislumbra en el horizonte, a la luz de la paz.
Algunos parlamentarios, conscientes del problema, presentaron al Congreso el año pasado un proyecto de ley encaminado establecer la enseñanza de la historia en la educación básica y secundaria, como una asignatura autónoma. El proyecto fue acogido favorablemente y aprobado en las comisiones correspondientes de la Cámara de Representantes y el Senado, lo mismo que en las sesiones plenarias de ambas cámaras. Sin embargo, ¡oh sorpresa! fue objetado por el Presidente de la República (léase Ministerio de Educación Nacional), con el argumento de la integralidad de la enseñanza de las Ciencias Sociales.
Como ese argumento ya ha sido desvirtuado por la práctica, en cuanto que lo único que esa integralidad ha producido es el eclipse del estudio de la historia, y que ese estudio es una necesidad estratégica para el país, ahora se impone la movilización de toda la ciudadanía, encabezada por la comunidad educativa, los colegios y las universidades, las academias y centros de historia, para reclamar y exigir del gobierno nacional que cambie el criterio que ha tenido hasta ahora, y en su lugar admita la voluntad popular de restablecer la enseñanza autónoma de la historia en las instituciones educativas de básica y secundaria, expresada por el proyecto de ley aprobado por el Congreso. Pero mientras eso ocurre, es necesario solicitar a todas las instituciones educativas de básica y secundaria, que en uso de la autonomía académica que les otorga la Ley 115 de 1994, Ley General de Educación, restablezcan en sus programas curriculares el estudio de la historia, como una asignatura autónoma. Muchachos, aprender historia no da espera.