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Si disfruta del resplandor de los espectáculos y prefiere mantener los ojos cubiertos por el brillo de los eventos, tal vez esta columna no es para usted. Estoy muy consciente de que hay quienes prefieren creer que las críticas provienen de “aguafiestas” que solo ven lo malo. Así que, le invito a seguir el desfile de encuestas sobre costosos artistas, juegos pirotécnicos y las storys de funcionarios ocupados en carrozas y comparsas, mientras la violencia devora la vida de niñas, niños y mujeres en nuestras ciudades.
Juego de cortinas
El concepto de “pan y circo” tiene raíces en el Imperio Romano, donde el Senado ofrecía alimentos y espectáculos gratuitos para mantener al pueblo distraído y evitar que se enfocara en los problemas de fondo que afectaban su calidad de vida. A lo largo de la historia, esta práctica se ha perfeccionado para distraer a la ciudadanía de las realidades políticas y sociales que merecen atención.
El pasado miércoles 16 de octubre, mientras Boyacá expresaba indignación por el abuso sexual de un menor de edad en Sogamoso, me llegó un mensaje: “Parece que la urgencia es coordinar el desfile del FIC (Festival Internacional de la Cultura) y no acompañar a la familia del niño de Sogamoso”. El escrito incluía un pantallazo de la story publicada por Luisa Martínez, secretaria de Integración Social departamental, en la que mostraba el duro trabajo que adelantaba su cartera para representar a la provincia de La Liberad en el festival. Carrozas, comparsas… ¿y el apoyo a las víctimas?
Ese mismo día, mientras el paro campesino bloqueaba las vías en Paipa y generaba dificultades para miles de personas en Boyacá, el gobernador Carlos Amaya publicaba en sus redes sociales una encuesta preguntando qué artista prefería el público para el FIC: Carlos Vives, Juanes, Marco Antonio Solís o Rubén Blades. La publicación se viralizó rápidamente, con la ayuda de los mismos funcionarios y seguidores que replicaron el contenido con fervor.
¿Desconexión, distracción, falta de empatía o, como bien se dice en la calle, “importaculismo” institucional? Horas más tarde, el gobernador, con su habitual populismo, finalmente se presentó a dialogar con los manifestantes en Paipa, mientras su administración guardaba completo silencio sobre el caso del menor de edad en Sogamoso. Ni siquiera los habituales comunicados de rechazo aparecieron en las redes de quienes deberían estar apoyando a las víctimas.
Sin respuestas
Es difícil reconocer si realmente hay algo más allá del calendario de eventos que sigue llenándose y absorbiendo los recursos. Las respuestas a temas serios son cada vez más evasivas y escuetas, acompañadas de una comunicación unidireccional que se reduce a mostrar una imagen idealizada. Los derechos de petición enviados por organizaciones sociales y medios, sobre políticas de seguridad y apoyo a víctimas, reciben respuestas mínimas, donde las preguntas son hábilmente esquivadas, dejando a las familias afectadas en una espera interminable. Cada festival se convierte en una excusa para no responder a una ciudadanía que merece algo más que entretenimiento.
Por ejemplo, con el reciente feminicidio ocurrido en Sogamoso, Boyacá acumula once casos en lo que va de 2024, una cifra alarmante que supera la de años anteriores. Pero mientras estas tragedias se acumulan, lo que se ve en redes sociales son publicaciones de gran espectáculo y farándula, donde se elogia a los funcionarios sin demostrar el cumplimiento de políticas públicas ni esfuerzos transversales de prevención y atención.
Quizás después de esta columna vendrá la moda impuesta por la Secretaría de Integración Social: las famosas velatones, como si con velas encendidas iluminaran las barreras institucionales que en Boyacá son muy evidentes. No queremos velas, queremos justicia.
¿Cuánto vale la Vida?
La vida de las víctimas no puede posponerse ni ocultarse detrás de un espectáculo. Sin embargo, cada fiesta, cada festival, se usan como cortinas para desviar la atención de las verdaderas tragedias. Mientras los recursos se destinan a atraer multitudes con costosos conciertos, la violencia persiste y las víctimas, sus familias y comunidades quedan en el abandono.
La falta de políticas efectivas y respuestas responsables debilita la confianza en el gobierno y las instituciones. Para quienes necesitan apoyo y seguridad, denunciar se vuelve un acto de fe en un sistema que, cada vez más, parece valorar la cercanía aparente y el espectáculo por encima de la verdadera protección y dignidad de sus ciudadanos.
El pan y el circo deja un doloroso mensaje para las víctimas que siguen en alto riesgo, y a la sociedad en general: “no es para tanto, son más cifras y ya”.