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En X: @GChalito
¡A ver la foto, obedezca! Son palabras que pueden resultar familiares para quienes tenemos la dicha de conocer a Juan José Gil López, ‘Juanjo’, quien se ha ganado ser reconocido como el “voluntario de Indeportes Boyacá”.
Allí, en el Instituto, donde tuve el privilegio de trabajar durante un par de años, me llegó una segunda oportunidad con él. La vida nos volvió a reunir. Fue maravilloso. Y hace tiempo no lo era tanto. O tal vez sí, debió ser de esa manera, solamente que no lo supe manejar.
Como prometí en una publicación reciente que hice en mis redes sociales, a propósito de la conmemoración del Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo establecido por la Organización Mundial de las Naciones Unidas para cada 2 de abril y que se realiza desde 2008 (https://www.facebook.com/share/v/16HmhWz79v/), esta es la historia. Resumida, tranquilos. Eso sí, sirvamos un ‘tintico’; sin azúcar para mí.

¿Qué hacer ante una reacción adversa de ‘Juanjo’? Se lo han preguntado, por lo menos quienes lo conocen, ¿sabrían qué haber hecho? Don José Celestino Gil Zapata, su señora, doña Dora, y su hija Diana, lo han tenido que afrontar diariamente. Y han logrado con paciencia y perseverancia que Juan José sea una persona querida y respetada por la comunidad. ¿A quién podría hacer daño? Es un alma pura y un corazón muy bello.
Por allá en el año 2002, si la memoria me ayuda, puede que un poco más, un tanto menos, entre el 2000 y el 2004 sin duda, ya que era la época en la que me pareció ‘fácil’ hacerme cargo de un café-bar que dejaba Yolandita, una señora con quien viví, quien atendía su negocio y arrendaba habitaciones (yo era arrendatario en una y pretendí hacer lo mismo). Era una buena opción, pensé. Me ayudaría para mis estudios. Era la idea.

En fin, el cuento es que por aquellos días acostumbraba a abrir en las tardes y tenía un visitante que no ‘cachaba’. Cada día, sin falta, como sucede a quienes presentan el Trastorno del Espectro Autista, TEA, tenía su rutina y el ‘Café Andino’ formaba parte de ello.
Yo sabía perfectamente a qué iba, ya que antes de meterme de ‘administrador’ le ayudaba a Yolandita a atender mesas y poner música. Lo hice mucho tiempo, fui mesero en bares por cerca de ocho años. Él se asomaba únicamente a escuchar una, dos o máximo tres canciones del Binomio de Oro. Le encantaba. Así me lo habían advertido y era fácil, ¿no?

Pues era el hábito. Hasta que una vez, que tenía el sitio lleno a la hora que él pasaba (4:00 p.m.), y no era normal, pues la gente llegaba tarde por ser el último “chuzo” (como les dicen) de este tipo subiendo por la calle principal del barrio Los Muiscas de Tunja, apareció y en medio de mi afán por vender, ante el insistente pedido que me hacían mesa tras mesa, le dije a mi gran amigo que “ahorita no Juan José”. Pues eso no debí decirlo. Les resumo que no pude con el sentimiento de culpa luego de eso y de ver como se puso.
Y más complejo, producto de mi ignorancia, me dejé creer que le dijera en caso de que ‘se pusiera terco’: “Le digo a tu papá”. Solo les aseguro que fue muy triste, no pasó nada grave, gracias a Dios, pero lo hice sentir y me sentí muy mal. Él se tapaba sus oídos y su reacción fue diferente a la que con esos ‘súper consejos’ esperaría.
‘Juanjo’ no regresó como por un mes. Cuando lo hizo nunca volvió a ser lo mismo. Y el destino nos tenía preparada una reivindicación. Cuando supe que frecuentaba las oficinas de Indeportes Boyacá, no voy a mentir, me dieron nervios, de que no supiera cómo tratarme con él.
El Señor es tan sabio en sus cosas que no fue necesario hacer nada. Ni de qué preocuparme. Todo fluyó. Como el niño que pelea con el amiguito y a los dos minutos ya están jugando de nuevo. Algo así.
Incluso me hacían bromas que si era mi asistente. Yo respondía: “ya quisiera”. Sus fotos son únicas. Todos lo saben. Verte retratado por Juan José Gil López te da una sensación indescriptible. Posar para él y “hacerle caso” es muy bacano.
Y claro, hay días de días. Eso sí, por más que fuera lo que fuera, en medio de las tantas ocupaciones que tenía bajo mi responsabilidad, ‘Juanjo’ te sacaba una sonrisa. Él podía sentir, pienso yo, lo que pasaba por mi mente y mi corazón que descansó teniéndolo cerca.
Su felicidad está en tomar fotos. Y son un reflejo de cómo nos ve. Mi vida según ‘Juanjo’ es eso precisamente, puras fotos. Y ahora está tan avanzado en el tema que posa con uno y hasta le pide a los demás que nos tomen “la foto”.
¿Qué es ese algo que uno atesora con mucho cariño? Los recuerdos. Y eso es lo que él plasma por todo lado. Nos obsequia sus fotografías que se convierten en gratos recuerdos.
Obviamente no todo es color de rosa. Existen personas que se incomodan con su presencia. Claro, no resulta tan digerible en algunas ocasiones. Para mí, es tan simple como en detenerse a pensar en cómo quisiéramos que nos trataran si el caso nos correspondiera, si fuera nuestro hijo, familiar o ser querido. Seguro que ahí cambia la cosa. Algo de empatía y de conocimiento del tema si se quiere. Por ello cuento lo que me pasó, eso da cuenta de que hay que saber del asunto para entender. Y miremos que nos pasa, no sé a ustedes, a mí sí me ha sucedido, que uno ignora cómo interactuar con personas con discapacidad. Esa materia no la enseñaron en el colegio.
Estoy seguro de que todo esto con el transcurso del tiempo lo venía descubriendo don José, así es que como su papá y cuidador, ha encontrado soluciones, caminos. Diez años le llevó, por ejemplo, lograr que su adorado hijo se aprendiera una ruta para salir a caminar, dar una vuelta, y regresar a casa. Lo que la mayoría hacemos normalmente y no valoramos a veces.
Su condición no lo hace especial, nos hace a nosotros incapaces de comprender. Hasta envidia causa, es un hombre que no tiene afanes, que todo lo ve bonito, que no vive del qué dirán, que permanece tranquilo, no tiene enemistades y tiene una memoria admirable. En pocas palabras, es ‘El chino más feliz del mundo’.
Por eso lo llamamos así en el documental del que don José me invitó a formar parte. Una aventura que todavía está por contarse, a la que le faltan capítulos, emociones, escenas por rodar y vidas por tocar.
Y nos invade la felicidad, porque logramos participar en el concurso de cine hecho con celulares más importante de Colombia, Smart Films; que otrora me parecía un absurdo por mi apego a los trabajos audiovisuales con demasiada técnica (así no lo haga yo directamente, tiendo a pretender el perfeccionismo en los productos audiovisuales). Me sonaba hasta como una falta de respeto por el trabajo que se hace con una cámara profesional. ¡Y tenga! Descubrí que es una gran oportunidad para quienes gustamos del cine y que estamos un tanto lejos de hacer una película en otras condiciones por temas de costos y demás.
Me sentí como ‘Juanjo’: muy feliz; y también muy afortunado de haberme reencontrado con él; de haber hecho amistad con don José, y de que él hubiera dado con personas como Javier Gómez y Jonatan Echavarría, quienes fueron fundamentales para aterrizar a la realidad que ese documental quedara en una primera selección y nos diéramos el gusto de verlo en pantalla gigante, junto con otros 50 o más trabajos del país; de Boyacá por supuesto habían más, aquí lo que sobra es talento. Y les aseguro, todos con la misma cara de alegría que llevábamos nosotros a Cinemas Procinal en Bogotá, donde fue la ‘maratón’ de proyecciones. Un sueño cumplido.
Hablar de Juan José es lo más sencillo del mundo. Lo complicado lo han tenido que vivir sus familiares. Hay quienes comentan que la han tenido fácil, que tiene lujos, que goza de una buena condición económica. Pues don José, en alguno de los tintos que hemos compartido me lo explicó: “Fíjese Gonzalo que en muchos hogares ‘pudientes’, que no es nuestro caso, porque lo que hemos conseguido ha sido a punta de esfuerzo, tienen a personas como mi ‘Juanjo’ como un mueble más de la casa. Abandonados”.
Don José decidió estar pendiente de su hijo y uno con toda certeza sumercé los ve por las calles tunjanas. Uno al lado del otro. Como siempre.
Y una última confesión que no se la he contado a don José y con este artículo lo sabrá: en los días en los que hacíamos las grabaciones me encontré a ‘Juanjo’, me saludó, obvio, pero me dejó hablando solo. La dicha no alcanza a ser completa, porque uno añoraría que un saludo de esos termine con una charla y “adelantar cuaderno” como decimos popularmente. Por esa razón, cada hola, buenos días, buenas tardes, buenas noches o un “hola Juanjo”, más la infaltable foto, es un momento único que no hemos de desperdiciar. Es como la vida. No sabemos.
PD: compartí fotos actuales, tengo un buen par de las que ‘Juanjo’ nos tomaba y que nos reunirá más adelante para recordar.