Luchadores invisibles: la cruda realidad del trabajo informal

Publicidad

Getting your Trinity Audio player ready...
Por | Alejandro Montero / Publicista y Mercadólogo, magister en Comunicación y Marketing Político

En las frías madrugadas bogotanas, mientras muchos siguen durmiendo, miles de trabajadores informales ya están en pie. Con termos de tinto, carretillas de frutas o mochilas llenas de productos salen a las calles con la esperanza de ganarse algo para el día. No tienen horarios ni garantías; madrugan porque saben que si no trabajan, no comen.
El clima de Bogotá es un reto constante. Por la mañana puede haber un sol abrasador y, de un momento a otro, caer un aguacero que arruina todo. Para ellos no hay techo ni refugio, solo la calle. Muchos terminan empapados, tratando de proteger su mercancía mientras aguantan el frío o el calor. Cada día enfrentan lo que venga porque no tienen otra opción.
El hambre también forma parte de su día a día. Muchos pasan largas horas con un tinto o un paquete de galletas, reservando el poco dinero que ganan para sus familias. A veces, el almuerzo es un lujo que no se pueden permitir. Sin embargo, siguen trabajando, aunque las fuerzas les flaqueen, porque saben que en casa alguien espera lo que logren conseguir.
La persecución policial es otro obstáculo. Los operativos para desalojarlos o quitarles sus cosas son frecuentes. A menudo pierden sus carretillas, su mercancía o lo poco que han logrado ahorrar. Para ellos, no solo es frustrante, es devastador. Perderlo todo en un solo día significa volver a empezar desde cero, sin importar cuánto esfuerzo les haya costado.
Pero no solo la policía es un problema. En las calles, también enfrentan robos y maltratos. Los ladrones los ven como presas fáciles, y no falta quien los mire con desprecio, como si su trabajo fuera un estorbo para la ciudad. A pesar de todo, ellos se mantienen firmes, porque no tienen otra salida: su familia depende de ellos.

Los trabajadores informales no son invisibles, aunque la ciudad quiera tratarlos así. Su lucha diaria sostiene gran parte del ritmo de Bogotá, pero lo hacen sin apoyo, sin protección y muchas veces sin un mínimo de respeto. Ellos no están pidiendo favores; están exigiendo que se les permita trabajar sin miedo, porque su esfuerzo es tan válido como cualquier otro.

No es una cuestión de compasión, es de justicia. Los vendedores informales no deberían vivir con el temor de que la lluvia, un robo o un operativo policial les arrebate lo poco que tienen. Sus historias no son aisladas, son un reflejo de las fallas de una sociedad que necesita hacer más por quienes no tienen otra opción. Bogotá les debe mucho más que indiferencia; les debe soluciones reales.

Publicidad
Publicidad

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.