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Ocurre que un reino incubado bajo el nombre de seguridad democrática, que tiene a su máximo líder imputado y ad-portas de una condena penal, instaló diversas formas de ocultamiento de la verdad de los hechos de horror, de al menos las tres últimas décadas de guerra, el saqueo del erario, politizó las tropas, clientelizó funcionarios, la trampa política fue costumbre y los grandes empresarios convertidos a mecenas del poder influenciaron desde crímenes hasta decisiones del estado.
Lo más reciente en el país recreado por García Márquez donde la realidad es inimaginable, es tratar justamente como ficción la existencia de un reino (un Reich), por esta vez representado por ocho congresistas (subreino del ocho), sobre quienes recaía la decisión política de debatir, aprobar y dejar el curso libre a las transformaciones necesarias para superar los atrasos en la misma condición humana, relacionada con el valor-trabajo, que requiere ser reconocida y respetada.
Los ocho, eran un grupo de sabios, que tuvieron a cargo tratar una petición popular, tramitada por un gobierno que recibió ese mandato, de una ciudadanía cansada por 200 años de desigualdad y hegemonía de un poder alejado de sus necesidades y demandas, y tan solo exigía garantías para vivir en paz y con derechos y esta vez (una vez más) apenas pedía lo que muchos en el mundo hace tiempo tienen y que los empresarios y políticos conocen: trabajo decente con condiciones de dignidad como la formalización a madres comunitarias y trabajadores agropecuarios, fortalecer la seguridad social que estabiliza el sistema pensional, modernizar la cultura empresarial y las relaciones laborales con mínimos de salarios y de horas definidas de trabajo y pago por extras si se excede la jornada global.
Los ocho congresistas, a la manera de «custodios de su propio reino», representaban principios fundamentales del reino: injusticia, ignorancia, menosprecio, debilidad, desequilibrio, tradición y propiedad, innovación y unidad del reino e, indolencia. Tras minutos sin debate la decisión fue unánime, decidieron rechazar la petición, argumentaron que el trabajo decente, con equilibrio entre ganancia y redistribución, con trabajadores mejor pagados y cargas laborales más humanizadas podría desestabilizar la economía y provocar conflictos entre los poderosos mecenas del reino.
La decisión desató una ola de descontento, iniciada por el mismo presidente y jefe del estado, que recogió la decepción de la ciudadanía que no se rindió e inspirada por el simbolismo del número ocho, comenzó la gran movilización que podrá incluir ocho días de protestas pacíficas, ocho discursos públicos y ocho proyectos de unidad popular para demostrar su compromiso con el cambio. Se espera que, con el tiempo, los custodios del reino, entiendan de necesidades, que no las tienen (porque sus salarios son de privilegio, ganan lo de 50 obreros al mes y la gente no les importa) y comiencen a ver el impacto positivo de estas acciones propuestas que negaron y que con unidad y creatividad el pueblo les recordará todo el tiempo (como la operación sirirí) que su papel no era proteger el statu quo, sino aprobar las garantías a derechos de la gente común y corriente, como salud, educación, trabajo, jubilaciones que son parte sustancial de las necesidades de su gente, la misma que los elige.
El reino, quizá se convierta en un triste e irrepetible pasado y la gente común en un ejemplo de cómo la dignidad lleva a la resistencia pacífica y sus avances de unidad a la conquista real del poder popular para transformar sus demandas en poder y gobierno al tiempo y el número ocho, que simbolizó la negación, pase a representar la armonía entre el pueblo y sus líderes en el gobierno.