No será fácil creer que el nuevo gobierno pueda representar confianza y aún garantía para el país social. Colombia queda en manos de vivos exponentes del poder económico y por lo tanto del poder político. Así las cosas, las distintas franjas de lo social, se verán fácilmente ante el fenómeno del rechazo al buscar salidas para sus ansiedades y esperanzas.
El fenómeno del rechazo no está siendo del todo abordado por los tratadistas de lo político en un continente como el latinoamericano. Se pretende pasar por alto y aún justificar la represión a los débiles, dentro de la estrategia de rechazo, por parte de sistemas o regímenes que creen estar ante todo para defender lo institucional.
Pero viene un gran interrogante: ¿Si lo institucional se ha petrificado, si no encierra signos de vida, qué autoridad tiene para rechazar, cuando lo que se detiene, lo que se rechaza, puede ser la fuerza misma de la historia, tomada desde el gran afán de hombres y de pueblos por sacudir estructuras y declarar sus particulares estados de muerte, al no transformar la realidad humana que hace de presión y que sólo encuentra rechazo?
Las instancias deshumanizadas, los despachos cargados de negligentes, los burócratas ensimismados, las actitudes paquidérmicas, pertenecen a la sordera e insensibilidad de tanta forma institucional, que rechaza así todo movimiento que lleve a la eficacia. Es la gran ironía de lo establecido, de lo que fue creado para darle pujanza a la vida.
Ni hablar del golpe de rechazo que van encontrando nuevas corrientes de pensamiento. Las que puedan desprenderse del gran principio de desmontar las políticas alienantes; las que todavía encierran su propio espectáculo, al hacer creer que obras y proyectos de algún contenido de lo social, son bondades de lo institucional. Sencillamente son intentos de pagar lo que se debe.
Pero aún las tesis que buscan desenmascarar lo alienante, terminan siendo rechazadas al llegar a considerarlas como atizadoras de fuegos. Se desconoce así que el gran fuego es del alma; que refleja el gran contenido de la inconformidad.
Y la inconformidad es propia de los hombres y de los pueblos, que nunca se ven interpretados, menos aún tenidos en cuenta en toda su complejidad histórica.
¿Cuál complejidad histórica? La de no encontrar salidas definitivas para sus ansiedades y esperanzas, y sí en cambio encontrar el gran rechazo de su propia corriente sociológica. No existen políticas desde la banca mundial, para colocarse en las perspectivas y exigencias de los pueblos. Solo existen mentalidades y aun políticas para rechazar el duro e insistente clamor de los pueblos; así ellos encarnen lo duro y trágico de la historia: la exigencia de toda justicia.