Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Entre la libertad de expresión y la apología del odio, se ubica la convocatoria del congresista Miguel Polo Polo del centro democrático. Su comunicación dice: “Ante la insistencia del guerrillero de querer convocar sus huestes a las calles, el mismo día de la oposición, nos vemos en la obligación de programar la fecha para el 15 de febrero. Que él saque su primera línea el 14, que nosotros al día siguiente saldremos a las calles”. El mensaje pone en cuestión la estatura política del servidor público en ejercicio, que parece abandonar su posición para asumir la postura de quien hace alarde de su valentía y busca resolver sus asuntos abusando de su poder, por la fuerza, a balazos, con deleite por usar términos temerarios de intolerancia e irrespeto, sobre los que la violencia campea y acude.
El mensaje es de odio, incita a la violencia, causa daños, afecta a individuos y a grupos y su efecto es devastador sobre la cohesión social a la que destruye. Las Naciones Unidas entendiendo que las expresiones de odio sobrepasan el límite de lo permitido establecieron al 18 de junio como día para contrarrestar el discurso de odio y dar herramientas para combatirlo de manera integral con pleno respeto por la libertad de opinión y expresión. El odio del mensaje del Congresista Polo supera los límites de la libertad de expresión en tanto no trata sobre cuestiones de interés público para un debate informado y dinámico en nuestra sociedad, si no que se centra en retar, hostigar y agredir en primera persona al presidente de la nación y amenazar a sus “huestes”. Nada de lo expresado por Polo inspira el pensamiento crítico, ni llama opositores a contrarrestar ideas distintas a las suyas, si no que pide camorra. Hace alarde de fuerza, promueve violencia, justo cuando a enero 30 de 2022, el estado ha sido condenado por la Corte Interamericana de derechos humanos, como responsable del exterminio del partido Unión Patriótica, justificado por los criminales por ser gentes de izquierda o guerrilleros.
La libertad de expresión es para proteger, difundir y promover ideas, no para ofender, ni agredir, ni mentir, ni descalificar, ni estigmatizar, ni matar, ni fomentar el delito, ni hacer apología a nazismos, fascismos y barbaries. El texto de Polo no anuncia una crítica legitima al gobierno o a los cargos públicos como correspondería a la libertad de expresión, si no que enaltece las violencias, como reflejan recientes oleadas de intolerancia, racismo, xenofobia, orientadas por discursos públicos del “nosotros contra ellos”, guiados por la obsesión de alcanzar réditos políticos basados en técnicas de estigmatización que agitan nuevos odios y recrean heridas anteriores con el objeto de impedir que la paz derrote las políticas de guerra cuyos saldos de crueldad no le han permitido al país salir del lugar vergonzoso de altos indicadores de asesinatos selectivos e imaginación criminal.
Las normas internacionales de derechos humanos, en beneficio de la convivencia y la superación de la humillación y del temor, toman total distancia de toda expresión de odio, que invite a la hostilidad o la violencia y se torne en apología del odio, en grave delito. El texto de Polo se aparta de la libertad de expresión que aporta al pensamiento y fortalece la construcción de paz, por la que votaron las mayorías tal como lo exige la constitución y el hastió de la ciudadanía. El congresista Miguel Polo-Polo, militante del partido centro democrático del expresidente Uribe al señalar con la expresión de guerrillero al presidente Gustavo Petro y menospreciar a sus “huestes” que en este caso serían los integrantes de los grupos vulnerables que acompañan al partido de gobierno popular, agrede, estigmatiza, envilece su condición de congresista y entra en el laberinto de la violencia.
El señalamiento de guerrilleros ha sido parte de la conducta de élites en el poder, para señalar a sus adversarios y mantener la justificación del exterminio. Con esa marca del guerrillero ocurrió durante la seguridad democrática del presidente Uribe y el congresista Polo, el asesinato de 6402 jóvenes civiles y tres décadas atrás el exterminio de la Unión Patriótica con un número similar de asesinatos al de los falsos positivos, en gobiernos de la secuencia de élites y políticas de dominación. La incitación a matar guerrilleros ha sido una constante de odio siguiendo “declaraciones de altas autoridades que asociaban a la UP con los guerrilleros…..que pudieron legitimar, contribuir y fomentar la violencia” (Sentencia Corte IDH, numeral 251, p. 73). Al tiempo que invoca una sentencia muerte la expresión del congresista contra el presidente y sus huestes, desinforma e intimida al presentar a la llamada primera línea como un grupo de choque al mando del presidente, lo cual aparte de engaño, es temerario, y orientador para algunos ganaderos y militantes de base de su partido que en zonas de influencia Uribista coinciden en las “casuales”, pero casi idénticas y recurrentes tomas de carreteras y bloqueos de vías arterias (norte del país) que “serán la primera base” para detener al gobierno, que ha interrumpido su hegemonía y al que tratan de cuestionar e invalidar toda decisión, opinión o ejecución. El congresista Polo hace daño al interés público al usar de manera indebida su investidura para promover los fines particulares de su partido y acudir a la falsedad para fomentar una percepción de caos, desgobierno y desestabilización que impida adelantar la propuesta de paz total y las reformas de reestructuración del estado social de derecho sin privilegios y con supremacía del interés superior de la nación. La altura de la responsabilidad de congresista exige conocimientos, sentido común, convicciones éticas y respuestas acordes a la dignidad del cargo a pesar de que el catálogo de incompatibilidades constitucionales aplicable a servidores públicos no incluya el respeto, la prudencia y la decencia para entender que al frente del estado y del gobierno hay un ciudadano, respetable, elegido y legitimado para gobernar y recibir el apoyo general y solidario de la población colombiana hastiada de odios, de guerra e intolerancias y necesitada de paz interior y colectiva.