«Las trompetas sonarán y los muertos resucitarán incorruptibles”

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

La corrupción en Colombia como el mal que más afecta la dignidad humana constituye una flagrante violación a derechos humanos, limita el desarrollo económico, moral, espiritual, ético, político y social, contribuyendo a perpetuar la desigualdad y la violencia. Sin embargo, el anuncio de que «las trompetas sonarán y los muertos resucitarán incorruptibles» es un mensaje esperanzador en tiempos de navidad y de oportunidad para darle lugar a un cambio, que la elimine. Basta que la sociedad asuma como causa y compromiso conjunto esa tarea, yendo más allá de denuncias individuales y esforzándose por evidenciar y derrumbar todo el sistema en sus técnicas y estrategias. Superar la corrupción llevaría a reconstruir el tejido ético y moral de la nación y a actuar con integridad y visión de nación con futuro. Así tal vez, entonces, las trompetas de la justicia sonarán y el país podrá volver a nacer, ojalá incorruptible o en todo caso encaminado hacia un futuro más justo, más humano.

      La frase aunque bíblica, provee de un sentido laico y de sentido común, es portadora de esperanza entre las turbulencias de la Colombia actual, atrapada por una narrativa de odio, creada para encubrir el sistema de corrupción y para ahondar un pesimismo creado y controlado por el mismo ya corrompido poder hegemónico tradicional, que mezcla medios, métodos y fórmulas de negación, para impedir que el gobierno que no nació de sus entrañas ejerza su legitima autoridad, en favor de las “mayorías esperanzadas” que quieren vivir un futuro mejor, más humano, más solidario.

       La frase «las trompetas sonarán y los muertos resucitarán incorruptibles» alude al “aleluya”, al nacimiento, a lo nuevo que es perseguido por herodes obsesionado con su poder sin límite. La llegada de lo nuevo en un contexto simbólico llama a la transformación, al cambio, que, aunque parezca utópico o inalcanzable siempre es posible. La corrupción favorece la desigualdad, la guerra, oculta privilegios, crea impunidades, oculta el saqueo y, erosiona la confianza en todas las instituciones. Es un sistema organizado, el mayor mal de Colombia, según estudios, evidencias y hechos que ratifican su criminal impacto. Por su magnitud Colombia desde hace dos décadas ocupa el puesto 91 de 180 países (Índice de transparencia internacional, percepción de corrupción 2023), con 39 puntos de 100 (donde 0 es altamente corrupto y 100 es no corrupto). Aparece tan naturalizada y permitida socialmente, que los mismos corruptos se han pedido entre ellos llevarla a su justa dimensión, y siempre está presente en los máximos organismos, entidades, funcionarios, empresarios, militares, que, a pesar del estancamiento de la justicia, uno que otro son condenados y puestos presos.

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        En 2022, el contralor general (“destituido” y después un año de “parálisis” del proceso, elegido otra vez en el cargo) destacó que las pérdidas anuales por corrupción en Colombia oscilan entre 50 y 70 billones de pesos, equivalentes al presupuesto completo de los sectores de educación y salud. El nivel de malversación, falsedad y saqueo de recursos orientados a satisfacer derechos y corregir desigualdades, es, a secas, una grave violación a derechos humanos, un delito muy grave, que “sistemáticamente” provoca muertes, lesiona la dignidad, priva a la ciudadanía del bienestar, alienta violencias, debilita la cohesión social e impiden consolidar el estado de derecho y la democracia real, que es alterada por esta relación tóxica, que tiene impregnada tanto la política como la burocracia. Casos emblemáticos, como Odebrecht, donde se desviaron millones de dólares muestran como fluye el sistema a través de la clase política tradicional, sus partidos, empresarios, contratistas, ministros, congresistas y candidatos. El sistema corrupto es de interés privado, su misión es capturar además los recursos públicos afectando la economía, el respeto a la democracia y a la condición humana, que se degrada cuando tiende a dejar de creer en la justicia, en la solidaridad y en la validez de los derechos.

        Los costos sociales y culturales por impacto de la corrupción trascienden lo económico, afectan la estructura social y los valores culturales de la nación, al tiempo que generan la percepción de que «todo y todos tienen un precio» del que nadie escapa a ser comprado, torcido o cooptado, así erosionan la ética, sustituyen el mérito por el favoritismo, el sistema premia la ilegalidad y castiga la honestidad, a diario unos corruptos exaltan y condecoran a otros corruptos. El sistema de corrupción logra que solo la mitad de la población reciba agua potable y se subalimente, que ocurran miles de muertes prevenibles sí solo tuvieran vacunas y que cada año medio millón de jóvenes no encuentre cupo en las universidades públicas. En todos los casos los recursos de garantía para realizar derechos son saqueados, malversados, desviados a beneficio de particulares que conscientemente privan a generaciones enteras de una vida con dignidad, bienestar, o con simples oportunidades de educación y desarrollo científico y cultural, que son la base del progreso y el respeto por la sociedad de derechos.

  ¿Es posible resucitar incorruptibles cuando suenen las trompetas?, Sí, siempre será posible porque cuanto más desesperada sea una situación, más firme será la esperanza, no importa que la lucha contra la corrupción ofrezca solo resultados limitados debido a la politización, la captura de las instituciones encargadas para esa tarea y la insolvencia ética de una parte de la sociedad. Es claro sí que el imperio corrupto tendrá final, todo sistema tiene final, así ocurrió con herodes y su banda de poder basado en la tiranía, así ocurrió con muchas mafias, aunque hayan logrado arraigar sus prácticas. Ni lo más corrupto es infinito, siempre hay final. Resucitar una nación de incorruptibles puede iniciar con una ética colectiva que priorice el bien común sobre el interés individual y que la movilización social actúe con conciencia y sentido de dignidad dispuesta al “aleluya” de ejercer su poder que nace desde abajo, tejido con solidaridad y respeto por la vida y la dignidad humana por sobre todo negocio.

      P.D. 1. «Las trompetas sonarán y los muertos resucitarán incorruptibles” es un mensaje central de la obra de el “Mesías” de Handel, que magistralmente en días de navidad interpreta en Bogotá la orquesta sinfónica nacional de Colombia y el coro nacional de Colombia, bajo la dirección de Cecilia Espinoza e intervenciones principales de Mariana Ortiz, Mónica Danilov, Hans Mogollón y Hyalmar Mitroti, acompañados de 120 jóvenes artistas en orquesta y coro. 2. A palestina libre nunca olvido, rechazo y condena a los genocidas sionistas. 3. ¡¡…. Feliz navidad y bienvenido el 2025 que será de intensas luchas y alegrías, aleluya….!!

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