Uno de los eslabones claves de la cadena de la producción agrícola es la disponibilidad de semillas: si estas no están, no hay agricultura posible. De esto se ha sabido desde siempre, siendo uno de los patrimonios más preciados de las comunidades. Cualquier agricultor, del tamaño que sea, siempre ha sabido que lo primero que debe asegurar para seguir produciendo es la disponibilidad de la mejor semilla, de la variedad y condiciones que se adapten a las características del suelo, a los factores del clima, a la productividad esperada, a la calidad que demanda el mercado, etc.
Así que la primera preocupación al recoger la cosecha era la selección de sus mejores frutos que significaran semillas: las mejores mazorcas, las espigas más robustas, las papas mejor formadas, las vainas más abundantes y uniformes; escoger la semilla era un ritual indispensable que lo presidía quien mejor experiencia tuviera en el reconocimiento de cada producto. La siguiente condición de la disponibilidad de las semillas es que a estas puedan acceder la mayor cantidad de productores, aprecios razonables y sin limitaciones externas que puedan enturbiar el proceso por algún interés oculto o explícito.
De este punto parte el éxito de la siguiente cosecha; o más aún, de tener las semillas y que sean las mejores, es la clave de la seguridad alimentaria.
Pero en las últimas tres décadas, el tema, por lo menos en nuestro entorno, ha pasado a segundo plano, por no decir que al olvido. Con la complicidad del gobierno nacional los intereses transnacionales de la agricultura a gran escala y los monopolios en que se convirtieron los manejadores de las semillas, hicieron desaparecer del mapa agrícola del país las reservas de semillas de productos autóctonos, especialmente de los cereales, algunas leguminosas, tubérculos y hortalizas.
Las decisiones de los últimos gobiernos han marchitado la disponibilidad de semillas de calidad y de acuerdo con las variedades que requieren los pisos térmicos, las condiciones de los suelos, el conocimiento tradicional, más el cambio climático. El resultado es que hoy la agricultura colombiana, que debiera ser la base de la seguridad alimentaria de la población, con importantes excedentes que requieren en otras partes del mundo, y que debiera estar sustentada a partir de la pequeña y la mediana agricultura, se encuentra desprovista de una oferta adecuada de semillas, lo cual puede ser fatal en las circunstancias que se avecinan luego de que pase la crisis de la pandemia y se entre en el escenario siguiente que será la crisis económica, y que con seguridad tendrá uno de sus nudos más enredados, en el abastecimiento de comida, la que debe ser abundante, de calidad y a buen precio, tanto para quien la produce como para el que la consume.
En el caso concreto de la agricultura de clima frio en Boyacá lo que hoy sucede es que no hay semillas de papa categoría certificada; eso ya no existe; no hay semillas de cereales, ni cebada ni trigo; no hay semillas de avenas y maíces forrajeros, tampoco hay semillas de maíces de consumo, duros y blandos; y mucho menos de semillas de las variedades tradicionales, las cuales han desaparecido sistemáticamente. No se encuentran suficientes semillas de leguminosas; el programa de sustitución de los cultivos de cereales, trigo y cebada, por leguminosas, como lo impulsó Bavaria y el gobierno de entonces, terminó desapareciendo todo, agricultura y agricultores.
Quedan pequeños nichos de intercambio de semillas entre pequeños agricultores que estoicamente tratan de sobrevivir y preservar pequeñas cantidades de semillas.
Desparecidas las figuras de los almacenes agropecuarios liderados por la Caja Agraria, y los depósitos de semillas como los que manejaba Fenalce, la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, el mercado de las semillas es completamente anárquico, sin ningún control de calidad, lo cual aumenta la incertidumbre y el riesgo adicional de pérdida a la hora de sembrar.
Tampoco se garantizan otros insumos
Por estos días de confinamiento se ha dicho por parte del gobierno que las cadenas de suministro de los productos básicos para la alimentación, los medicamentos y los combustibles, así como las materias primas de la industria y los insumos de producción para sectores como el agropecuario deben tener prelación y especial protección y estímulo. Pero resulta que no es así. En este momento hay desabastecimiento de abonos compuestos y de concentrados ara los animales, lo cual encarece los productos y altera los cronogramas de siembra y demás labores que programen los productores.