La vorágine, cien años después

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Por | Julián David Mesa Pinto / Abogado Especialista en Gobierno y Gerencia Territorial

Como un apasionado e inquietante relato, con la fuerza narrativa colombiana de principio a fin, nutrida por el clásico ingrediente latinoamericano literario: el sosiego, la fatalidad y desesperanza, aparece el 24 de noviembre de 1924 La Vorágine, célebre novela escita por el abogado, escritor y poeta huilense José Eustasio Rivera.

Aunque poco se ha informado y publicitado, las primeras líneas que dieron origen a La Vorágine tuvieron lugar en la ciudad de Sogamoso, departamento de Boyacá, Rivera dio los primeros trazos aprovechando  su estadía temporal por asuntos laborales en la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana, siendo para entonces, el contexto histórico y paisajístico de   ciudad del Sol y del Acero el que iluminó al poeta huilense a construir  el preludio de la gran epopeya literaria.

La Vorágine se presenta como novela de denuncia social y profética en la que se describe el mundo selvático en medio de un furioso remolino de palabras enloquecidas.  El amor, la pasión, la paranoia, desconcierto y la maldad humana recorren toda la trama de la novela en esa quimera humana que persiguió Arturo Cova atravesando caminos desoladores y espinosos  para el triunfo del bienestar y del amor: “Mas han pasado los días y se va marchitando mi juventud sin que mi ilusión reconozca su derrotero; y viviendo entre mujeres sencillas, no he encontrado la sencillez, ni entre las enamoradas el amor, ni la fe entre creyentes. Mi corazón es como una roca cubierta de musgo, donde nunca falta una lágrima”.

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Leer La Vorágine es seguir con la respiración agitada los pasos del azaroso periplo de Arturo Cova en la selva junto a Alicia, su amante y compañera de desventura quien huye con Arturo guardando la esperanza de hallar ese afecto en sus brazos. La novela se enmarca de emociones y tintes literarios contradictorios, desde la perspectiva romántica hasta la situación más horripilante y dramática a lo largo de toda su trama,  basta con leer las frases que inician y concluyen la novela: “Antes que me hubiera apasionado por apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia” y “Ni rastro de ellos. ¡Los devoró la selva!”.

A lo largo de su centenario, pese a que se ha leído como una denuncia social sobre la crueldad de la selva y del régimen de la esclavitud impuesto por empresarios caucheros, La Vorágine cobra mayor vigencia, no es una novela histórica, ni se puede leer como novela histórica, pero está impregnada de procesos históricos. En la generación actual se lee no como una novela del siglo XX sino una novela del siglo XXI bajo la óptica del cambio climático y del debate ambiental contemporáneo.

Marta Ruiz, periodista que cubrió por muchos años el conflicto armado en su texto denominado “La misma vorágine”, afirmó que: “Rivera no podía imaginar que estaba construyendo la más poderosa metáfora de Colombia”.

Qué mejor manera de honrar el centenario que el de hacer un nuevo viaje literario a sus líneas. Leer de nuevo para volver a confrontar a Cova y entender por qué la violencia le robó el corazón. Cien años después, la vorágine no ha terminado, Arturo Cova sigue perdido en la selva.

“Su gran libro no sólo es un portento de fuerza, de belleza y de espíritu, sino,  más que todo, la realización de un advenimiento en que yo no había creído seriamente: el advenimiento  de la verdadera literatura americana, injerto ya vivificante en el rancio tronco de la española. Escriba usted otra obra cono La Vorágine y nos obligará a incluirlo, sin disputa, entre los más preclaros próceres de nuestra lengua, con muchos de los cuales ya compite usted, como selo declaro en justicia. Soy su admirador entusiástico.”[1]

Vicente Blasco Ibáñez.

                        París 

[1] Extraído del Catálogo impreso por Editorial Andes, 1928, Nueva York.

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