La violencia no es ropa sucia que se lave en casa

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Por | Gina Rojas X @GjJuliet

El quinto caso de feminicidio registrado este año en Boyacá, junto con los diversos actos de violencia de género contra mujeres en este departamento, vuelve a encender las alarmas. Es hora de dejar de normalizar esta situación y asumir acciones contundentes.

Detrás de las cifras hay cientos de historias que reflejan la gravedad del problema y el inmenso dolor de las familias que sobreviven en zozobra a los maltratos y muertes.

Capítulo 1: Una sobreviviente

Foto | Archivo personal

Francy Borda es una mujer que habla desde la valentía que le dejó estar al filo de la muerte. Entre 2004 y 2005, vivió el peor de los infiernos al lado de quien fuera el amor de su vida y el padre de su hijo, pero también el verdugo que se acostumbró a golpearla desde que tenía dos meses de embarazo.

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Ahí me di cuenta de que la situación era bastante grave

“Era extremadamente celoso, no permitía que me vistiera con mi ropa normal ni que me maquillara. En ese momento no lo vi como una bandera roja, sino que lo normalicé”, relata Francy. Recuerda que el primer día que recibió una golpiza fue porque quiso viajar y usar su ropa, lo que molestó a su pareja a tal punto que la lanzó al suelo, le rompió el pantalón y lo tiró a la basura. “Ahí me di cuenta de que la situación era bastante grave”.

Los días siguientes fueron como los de muchas mujeres que pasan por estas situaciones. La negación para reconocerse víctima de violencia, el temor de estar en su propia casa, el horror de enfrentar la realidad del monstruo con el que convivía y la vergüenza de exponerse ante una sociedad que frecuentemente juzga a las víctimas y protege a los agresores.

“Lo denuncié ante la Policía y la Comisaría de Paipa, donde vivíamos, pero nunca hicieron mucho. Lo máximo fue ponernos en terapia de pareja. Mi temor de contar lo que estaba sucediendo seguía ahí, en medio de los golpes y del embarazo. Todo esto terminó afectando el crecimiento de mi bebé”, agrega.

Foto | Archivo personal

Cuando tenía siete meses y medio de embarazo, Francy se llenó de valor y decidió marcharse. Tomó una bolsa, empacó una muda de ropa y 50 pesos. Débil y maltratada, caminó durante horas en busca de ayuda hacia Tunja. “Con apenas dos paradas para tomar agua, fui alcanzada por un señor de acarreos que me recogió y me regaló 2 mil pesos para seguir”.

La historia de terror afectó la vida de su hijo

La historia de terror afectó la vida de su hijo, quien nació a los ocho meses de gestación con varios problemas de salud. Los médicos indicaron que no se podía hacer mucho por salvarlo.

Como madre, guiada por la necesidad de encontrar especialistas y cubrir los gastos del bebé, Francy volvió a hablar con el padre de su hijo, quien aprovechó la situación para hacerla ir a Paipa y entregarle dinero. En cambio, la encerró y la golpeó sin descanso. “Hubo un momento en el que perdí el conocimiento y él no se detenía. Luego volví a despertar y decidí aguantar la respiración para que pensara que había muerto”.

Enloquecido, el hombre creyó que ella había muerto y le puso al bebé en el pecho. Le pidió perdón y lloró como si no fuera culpable. Minutos después notó que estaba viva, la levantó, le quitó la ropa y la acostó para intentar obligarla a tener relaciones sexuales con él, como lo hizo otras veces.

Al tercer o cuarto día de estar encerrada, una visita permitió que ella aprovechara un descuido para buscar un celular y pedir ayuda a su mamá. Por su bebé tuvo que regresar y esperar a que llegaran a rescatarla, lo cual ocurrió cuando una patrulla de la policía acudió al llamado de auxilio.

Cuando vio a la Policía, me tomó del cuello y me alzó

“Cuando vio a la Policía, me tomó del cuello y me alzó, advirtiéndome que me haría más daño si me encontraba con otra persona o si decía que él me había maltratado”.

Su agresor no fue capturado. Ella fue conducida a una Comisaría, donde no la atendieron porque solo trabajaban hasta las 6:00 p.m., “así que me mandaron a dormir a la casa de él para hacer una audiencia al día siguiente”.

El sujeto huyó esa misma noche, y el proceso en su contra nunca avanzó. Francy no vivió más en Paipa y tuvo que empezar su vida de cero, esperando una justicia que nunca llegó. “Llamaba y me decían que tranquila, que no fuera. Luego, cuando había citaciones, él no se presentaba y no pasaba nada. Hasta que un día decidí dejarlo hasta ahí”.

Ninguna autoridad hizo algo por salvarla

Ni la Policía, ni la Comisaría de Familia, ni ninguna autoridad hizo algo por salvarla cuando acudió a buscar ayuda. Como muchas otras mujeres que denuncian, encontró una barrera revictimizante y desprotección absoluta.

Se podría decir que Francy hace parte del porcentaje de mujeres que cuentan con suerte en este tipo de hechos, protegida más por Dios que por los hombres. Han pasado casi 19 años desde aquellos episodios de violencia, y la familia ha sido su soporte para sobrevivir y convertirse en una profesional en psicología.

Hablar para que no se repitan estas historias

“El paso del tiempo ha hecho que recobre mi autoestima y decida hablar para que no se repitan estas historias. Ver a diario noticias de mujeres maltratadas que son juzgadas me impulsa a dar mi testimonio y ayudar a otras a salir adelante”, dice Francy.

Ella reconoce que la institucionalidad le dio la espalda y por eso lucha para que se tomen medidas ejemplarizantes que detengan las agresiones que sufren muchas mujeres en el seno de su hogar.

La historia de Francy es una que se repite con más frecuencia de lo que pensamos, pero que queda en el silencio de la ropa sucia que se lava en casa y en la falta de efectividad de las autoridades indolentes, o en los peores casos terminan en más cifras de feminicidios.

*Esta columna cuenta con un segundo capítulo: Fantasmas de Bata Blanca

 

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