Solo algunos pueblos y ciudades, en el medio colombiano, al cabo de haberse visto utilizados y hasta manipulados, por años y hasta por décadas, con manejos que más han sido de inescrupulosos de la historia, logran establecer hoy su propio laboratorio político, como en un despertar por la vida.
Son muchas las cosas que no entendemos a propósito de la política. Pero no las entendemos no porque nos cueste entenderlas. No. Sencillamente no las entendemos, porque no se deberían haber dado como hechos de la política. A sabiendas de que la política es para producir hechos de los que puedan salvar precisamente a la misma política.
Por lo visto nos encontramos ante un caso de enfermedad de la política. Y es que viéndolo bien, el caso colombiano, con su política, ha resultado más que clínico. No hay forma de que se recupere este país, precisamente desde lo político. Sin embargo, sólo la política podría salvarlo. Pero sucede que los que más viven incursionando en la política, nada tienen de salvadores, sino más bien de “vividores” de la política.
Por haber sido simples “vividores” de la política, es que estamos como estamos. Todos los días se producen escándalos de protagonistas de la política; de la oficial y de la partidista. El fenómeno de la voracidad con lo del Estado es tan creciente, que los cuerpos de investigación no dan abasto en su intento por descubrir y extirpar tanta cizaña.
Hay una responsabilidad en este estado de cosas, que no está siendo atribuida al elemento primario: el mismo que llamándose sociedad o simplemente pueblo, acude cada tanto a las urnas, para defender y aún sostener a políticos que nunca han sido salvadores de lo que hay que salvar y sí en cambio unos explotadores de lo político. Los resultados están a la vista: un país llevado al diablo, por tantos inescrupulosos de la política.
Entre tanto se hacen esfuerzos colectivos, para que vayan surgiendo de pronto salvadores de la política. Sólo que poco o nada pueden hacer frente a tantas franjas de votantes, que son como cómplices del estado de descomposición y de pestilencia en que permanece Colombia en lo político, precisamente por sostener a tantos “hijos de las tinieblas” en el templo sagrado que debería ser el de la política, con sus espacios, llámense Congreso, asambleas, concejos y aún alcaldías.
De pronto encontramos pueblos y ciudades intermedias, donde clanes familiares se han tomado y por muchos años los manejos de un municipio, sin que prosperen formas de desarraigarlos del poder, del dominio, del abuso que han tenido en el manejo y reparto de recursos, de la forma como han frustrado todo intento colectivo para destronarlos, para arrebatarles el establecimiento y sacarlos a sufrir su propia tiniebla, donde pueda venir su propio “rechinar de dientes”, como dice alguna expresión bíblica.
Cuando vemos que comunidades, mediante todo un proceso de concientización, organización y capacidad de decisión, logran un desmonte de este tipo de andamiajes, creados precisamente desde los “vicios de la política”, es cuando cobra sentido el quehacer humano, que ha de estar encaminado a abrirle caminos a la vida. Y la vida sólo lo está, en el medio colombiano, en ese trabajo dispendioso, de laboratorio político, de ir arrebatando poderes a quienes nunca tenían por qué haber sido poder.
Para pueblos y regiones que en este momento puedan estar buscando y aun logrando su propio norte, valga la expresión histórica que dice: “La suerte está echada”.