La sopa del zar

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Por | Julio Medrano / Escritor

Advertí desde muy temprano este sábado, resguardado por el evangelio de Michel Houellebecq, que sería un día calurosamente insoportable en Tunja.

Debo llegar al Santa Inés a las ocho aeme, pero el tráfico no avanza porque cerraron las únicas dos arterias que atraviesan la ciudad, para que un grupillo de corredores en trusa pueda fotografiarse y figurar en redes sociales como atletas. Mientras policías de tránsito soplan sus pitos como fanáticos de Chet Baker, el bochorno aumenta dentro del bus y los pasajeros nos impacientamos y nos miramos unos a otros con ganas de desmayarnos.

Busco en el celular la razón de la carrera, pero no encuentro una sola noticia: O todos los periodistas de la ciudad participan del circuito, o, duermen. El medio 7N Noticias dice en su primera publicación del día: «Mikhail Krasnov está más enamorado que nunca», y muestra una foto del alcalde acompañado por su novia, sentados en una mesa en la plaza de mercado; ella le da una cucharada de sopa; él cierra los ojos y estira los labios para sorber. ¿Quién se atreve a juzgar el amor?

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Bajo del bus en el puente del Santa Inés. Sentado sobre la barra del cruce está Mario, un venezolano que rebusca el dinero para, no sé para qué, alguna vez me comentó que lo envía a su familia engavetada en el país Maduro. Una mujer de mediana edad y vestida de oficinista le habla a Mario sobre el deber de ir a buscar trabajo, le explica los beneficios del capitalismo, de que la ciudad está muy cara. El ‘pana’ asiente a todo lo que ella dice y me mira cómo paso por su lado; nos saludamos. Adiós, chamo, dice, y noto su aburrimiento mientras mantiene estirada la mano esperando el óbolo que le asegure el transporte.

Los fieles entran y salen de la Parroquia Santa María de la Paz, o, iglesia del Santa Inés, como el lector la ubique más fácil. Visten de oficinistas.

Junto a la parroquia está el parque para niños [en el día, porque en la noche es para los adolescentes cannábicos y belicosos, y los cuarentones adictos al tinto y al Rothmans blanco]. Debajo del rodadero duerme una figura envuelta en un saco de dormir desecho por lluvias pasadas.

¿Qué sopas deliciosas estarán probando el Alcalde y su novia en la plaza de mercado? ¿Le habrán dado sopa al fotógrafo?

En uno de los árboles del parque cuelga un cambuche hecho con bolsas negras de basura, adornado de plásticos, cartones, tejidos a mano, una colchoneta, cobijas y un peluche que no identifico, quizá un gato. De las ramas del árbol cuelgan camándulas, rosarios con cruces, es un altar. Se me antoja pensar en Jesús, el Rey de los judíos, o Chucho, como el lector lo ubique más fácil, postrado a la sombra del árbol balbuceando oraciones a su padre.

Así está el hogar de Carmenza, hasta redactada esta nota. Seguro no llegará al lunes.

Del cambuche sale Carmenza, la mujer que habitó con su cambuche en el puente del Santa Inés. La identifico porque es una habitante de calle famosa en redes sociales: defendida por unos, crucificada por otros. Dudo si su nombre es Carmen o Carmenza. Los consumidores de Instagram no se definen cómo llamarla.

Después de que usuarios del puente [no me atrevo a llamarlos ciudadanos (de eso poco se encuentra en Tunja)] se quejaran con la Alcaldía por malos olores, golpes y amenazas por parte de aquella mujer en el puente, a la Administración del ruso consumidor de sopas no le quedó otra opción más que desalojarla, exiliarla de su paraíso. Aquel frío septiembre, un grupo de trabajadores del aseo levantaron el cambuche de Carmenza. Unos soldadores contratados con dineros públicos enrejaron el que fue por un par de años el cálido hogar de nuestra habitante de calle.

Es 15 de noviembre. Después de hacerle ganar likes a unos medios de comunicación, la mujer negra, de rastas y pañuelos en la cabeza, ha vuelto a su barrio. A Carmenza le gusta el estrato cuatro, como a Mario.

Del pobrecito cambuche exento de pagar impuestos, adornado de cruces, entran y salen usuarios vestidos de oficinistas y miran a Carmenza y a Mario, los examinan y se preguntan «¿cómo podremos enrejar el barrio?».

15 grados centígrados, es medio día, es un infierno en Tunja, y solo pienso en el ceño fruncido del zar al sorber la sopa.

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