La pobreza de la ostentación

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Por | Jhonathan Leonel Sánchez Becerra / Historiador con énfasis en Patrimonio y Museología

Una mirada crítica en el Día Internacional del Trabajo

Cada primero de mayo, el mundo conmemora el Día Internacional del Trabajo, un día de lucha, memoria y reivindicación de los derechos laborales conquistados con esfuerzo y sacrificio por millones de trabajadoras y trabajadores. En medio de los discursos sobre la dignidad y la justicia social, una contradicción cada vez más evidente es la obscenidad de la ostentación frente a la precariedad persistente de las mayorías.

Vivimos en una sociedad donde la riqueza se acumula en las manos de una minoría y también, se exhibe con una agresividad casi cínica. Redes sociales plagadas de lujos, estilos de vida inalcanzables para la mayoría y consumo desmedido se acumulan en el escaparate de la clase social privilegiada que, sin disimulo, eleva la ostentación a un símbolo de estatus con ínfulas de poder. Pero esa riqueza tan visible suele ocultar una pobreza más profunda y menos evidente, la pobreza de la empatía, de conciencia y de propósito colectivo, es decir: una vida vacía.

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Ostentación y desigualdad

La ostentación se presenta como un fenómeno superficial, aspiracional y arribista. En sociedades marcadas por la desigualdad estructural, la ostentación es una forma de violencia simbólica. Frente al trabajador que sobrevive con un salario mínimo, al informal que carece de seguridad social, al joven que no accede a la educación y difícilmente a un empleo digno, el desfile de autos de lujo, la construcción de mansiones, el uso de relojes de colección, joyas y viajes exóticos, no es solo ofensivo sino una declaración de indiferencia.

Mientras millones trabajan honradamente sin descanso por una vida apenas digna, unos pocos disfrutan de privilegios heredados, acumulados, especulados y robados. Esta brecha no solo es económica; es ética, moral y social. La ostentación normaliza la desigualdad, la legitima y la transforma en un espectáculo cruel. Pero, en su esencia, revela el egoísmo y la incapacidad de comprender que el bienestar de uno no debería significar la miseria de los demás.

El trabajo como dignidad

El Día del Trabajo nos recuerda que el trabajo más que un medio de subsistencia, es una fuente de identidad, dignidad y compromiso de progreso con la comunidad. Pero esto solo es posible cuando el trabajo es justamente reconocido, remunerado y protegido. En una era que glorifica al “empresario” exitoso, premia la astucia de los inescrupulosos y desprecia al obrero, al campesino o al maestro, olvidamos que sin el trabajo colectivo no habría infraestructura, salud, educación ni alimentos en nuestra mesa.

La ostentación resulta perversa cuando la sociedad convierte en héroes a quienes buscan y encuentran los atajos de la corrupción, y desprecia a quienes, con sus manos y su tiempo, hacen funcionar el sistema en una forma moderna de esclavitud simbólica, la sobreexplotación sin derechos laborales.

Una invitación a la reflexión

Este primero de mayo no basta solo con recordar que los derechos laborales existen gracias al movimiento obrero, una lucha que continúa en medio de la inequidad y la injusticia. La pobreza de millones existe y se agrava al tiempo que, la ostentación de unos pocos es cada vez más escandalosa y se silencia la voz de los trabajadores.

Hoy, falsamente creemos que todo se soluciona con políticas públicas y reformas cuando realmente lo que necesitamos es una transformación cultural, la operativización de esas políticas por medio de la voluntad de quienes ejercen el poder, una valorización de la dignidad y una crítica frontal al modelo de pensamiento que celebra la ostentación individual y desprecia el esfuerzo colectivo cuando la riqueza real de una sociedad no está en la exhibición de posiciones materiales, sino en los valores humanos de las personas.

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