La herejía de lo rentable está haciendo perder carismas al interior de la Iglesia

Teófilo de la Roca
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Por | Teófilo de la Roca

Dentro de instituciones de Iglesia, se habla todavía de carismas. ¿Y qué es el carisma? Un don o cualidad, que más tiene de fuerza interior: permite tomar la vida, con alma, con generosidad, con capacidad de entrega. El carisma no se obtiene; no lo puede garantizar ni la academia; es algo innato.

Nada hay más válido en la fe, que actuar desde un carisma. Por eso las instituciones de Iglesia, creen haber nacido para dar su propia respuesta de vida, desde un carisma. Es como su propia razón de ser.

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Quien lo creyera: Pero hasta del carisma, se desviaron tantas instituciones de orden conventual. A sabiendas, de desgastarse, como organizaciones. Porque mal que bien, había que perseverar en el carisma, en el propósito de fondo, por más que las circunstancias históricas fueran cambiando.

Unas instituciones, nacieron para educar niños pobres. Hoy, sólo se dedican a sostener proyectos rentables, mediante colegios y universidades, para sectores pudientes o privilegiados.

Otras comunidades religiosas, de las que se llamaron misioneras, poco o nada mantienen, de ese trabajo tan trascendente, como era evangelizar desde luchas incondicionales al lado de etnias, que tanto se han visto marginadas, perseguidas y hasta burladas en sus derechos, por parte de Estados, gobiernos y de las élites de poder económico y político.

En nuestros días, cuando en tantos círculos humanos, se habla de comunidades religiosas, no faltan expresiones como esta: “No hay para qué creer, sino en aquellas comunidades que se mantienen en el gran carisma de hacer de la caridad o la misericordia, su ley de vida o de Evangelio”. Como quien  dice, sólo se mira con buenos ojos, a religiosos y religiosas, que puedan estarle saliendo a acciones similares a la de apóstoles que más hicieron de la vida de Evangelio, “la revolución de lo social”.

En medio de tantas pérdidas de carisma, por irse hacia lo cómodo o fácil, sin nada que traiga implicaciones, se ha caído en la ineficacia histórica que, quiérase o no, es infidelidad al mismo precepto de ser “fermento”, el gran símbolo y signo del Evangelio, para demostrar que hay fuerza de vida.

Mal estaría no reconocer que hay obras sociales de la Iglesia, que aún dejan entrever algún grado de sensibilidad, en medio de tanta indiferencia, frialdad o congelación del corazón que se ha apoderado de estructuras mismas de lo religioso, sin que importe aquello de “preferencia por  los pobres”.

Como quien dice, comunidades religiosas, más que rajadas frente al Evangelio; porque si no prima el desafío, el riesgo, el compromiso, en la ley de permanecer abrazados a los débiles, lanzando desde ellos la voz profética y aún mesiánica, para señalar desde la denuncia, tanto atropello y pisoteo de derechos elementales por parte de los cínicos de la historia, ¿en qué puede estar quedando la función de tantas instituciones de postulados de Evangelio?

Cuando Cristo se propuso orar a su padre celestial, por sus amigos, por quienes se proponían permanecer a su lado, expresó diciendo: “No te pido que los apartes del mundo, sino que los preserves del mal”.

Nos preguntamos: ¿No será “mal” tornarse evasivos, como instituciones o como creyentes, sacarle el cuerpo a la ley de ir en la emergencia de lo humano, de lo que reclama actitudes de radicalismo? ¿No será abandonar el ideal de lo cristiano? ¿No será temerle al bautismo de fuego, condición única para ir en la eficacia de Dios, que lo ha de ser también histórica, para que la salvación se cumpla desde la lucha por la justicia?

Entendemos que el bautismo de agua a que se sometió Jesús mismo, lo miraba como signo y símbolo de la gran prueba de generosidad, de entrega, de austeridad, de renuncia, de sacrificio, en el gran carisma de nacer a la vida desde el bautismo de fuego o actitud consecuente con el Dios de la historia.

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