La era del vivir sabroso, del vivir con dignidad, ha comenzado

Foto | Archivo / FAO Colombia
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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Lo que ha ocurrido en la historia política y social de Colombia, con el triunfo del pueblo en las urnas para gobernar el país, no cabe en las distinciones usuales y duales del S.XX, etiquetado en izquierda o derecha, blanco o negro, masculino o femenino, arriba o abajo, bonito o feo. El mundo es de matices, mezclas, alteridades, diversidades, descentramientos de poder y de saber, modos de acción distintos. La primera conclusión es que habrá que empezar a contar la historia del presente hacia atrás, reinventar formas de contarla y cambiar las categorías de análisis, con más relaciones horizontales, menos jerarquías y sin los mitos que reproducen discriminación y olvido. 

        La realidad igual que los derechos humanos es impura, diversa, plural, diferenciada. De las mezclas han emanado las recientes luchas transversales, espontaneas del siglo XXI, que han impuesto nuevos reconocimientos, nuevos derechos, étnicos, de géneros y sociales. En ese contexto y desde lo concreto, la vida cotidiana de la gente de a pie, se define la dignidad, y de esta nace el buen vivir, el vivir bueno, la bella vida, el “vivir sabroso” que las élites no logran comprender con sus reglas viciadas de desprecio y sus categorías hegemónicas de menosprecio. Vivir sabroso supera el hecho de que estar vivo es respirar o sobrevivir en condiciones subhumanas. El vivir sabroso evoca la posibilidad de vivir sin temor, sin humillaciones, sin miedos, es poder ser cada quien plenamente reconocido y respetado como ser humano, no estar obligado a responder en los términos de amigo-enemigo, ni a obediencias, y en cambio ser capaz de admirar al otro, respetarlo, tener sentido de humanidad, ser sensible ante el dolor y las injusticias, y actuar con la verdad, sin flojera, sin resentimientos.

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      El 19 de junio, 19J, sin duda será establecido (y desde aquí evoco esa posibilidad) por alguna norma nacional como el día del pueblo en Colombia. Su fundamento el sueño conquistado, el fervor popular expresándose en las urnas sin miedos, ni vacilaciones, seguro de estar del lado correcto de la política y la justicia. No ha ocurrido una revolución, no es una revolución como las de otras partes o las descritas en los manuales, es otra cosa, quizás una juntanza de rebeldías, inconformidades y anhelos de dignidad como bandera principal. El foco tradicional con que mira la política y repiten viciando el contenido los medios no sirve.  Aquí no hay una relación de perdedores y ganadores, no se puede mirar con la lógica tradicional del clientelismo que mide por disputas electorales, jefes, caciques, bolsas de votos y promesas para atar y amarrar personas como a vacas a un patrón.

      Lo que ocurrió y lo que vendrá es parte de la otra historia que apenas comienza, que nace en los límites, en los bordes del país, en la Colombia olvidada. No serán tiempos para jefes políticos inamovibles, ni lógicas de odio. El libreto nazi, quedará con apenas una leve llama a partir de la salida del arrogante aprendiz de brujo que en ausencia de su maestro (Fürher) semi-destruyó al país. Lo alcanzado por las mayorías nacionales es un sueño de esperanza y cambios que el pueblo sabrá defender, porque el mandato de cambio exige responsabilidad y conciencia para multiplicar esfuerzos y convocar, como en campaña, a los demás para juntar las dos Colombias en una sola, y entregarle la brújula del poder, con respeto, admiración y apoyo a quienes se alzaron como los mejores representantes de esa esperanza, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez. Cada persona con su voto individual, de movimiento, colectivo, organización, sindicato, grupo, gremio, sector, artistas, académicos, naciones indígenas, comunidades afro, room, campesinos, mujeres, jóvenes, universitarios, docentes, desempleados, recicladores, jornaleros, informales, son parte central de esa historia que comienza a ser resignificada en el proyecto común.

      Nadie hizo más ni menos, cada quien dio lo mejor que tenía a su alcance, para coronar esa victoria, con la convicción de no reclamar nada a cambio. A esa esperanza llegarán inclusive quienes la combatieron en su marcha y hay que recibirlos, así ocurre en democracia. A la movilización social, integrada por primera vez en una sola agenda, se suma la dinámica de los partidos políticos participantes del pacto con un indispensable valor agregado. Cada voto, partido y movimiento supieron ser invencibles en la campaña y ahora serán generosos en la victoria.

      La alegría de vivir con dignidad y vida buena, llega aferrada a la esperanza de cerrar el ciclo absurdo de violencias, barbarie e impunidades que marcaron las élites, y se abre la puerta a la oportunidad para forjar un destino propio con el telón de fondo de imágenes imborrables de grupos humanos, mujeres, niños, viejos, jóvenes, movilizados en lanchas, a caballo, por trochas entre selvas y montañas, protestando en calles, campus universitarios, parques y avenidas, unidos en la tarea de que la Dignidad se haga costumbre, consolide resultados de resistencias y reivindicaciones para vivir bien que ahora requieren socialmente marcos seguros de derechos y garantías, libertades, igualdades y solidaridades y modos posibles de una economía con menor incidencia de la política que ha desvirtuado sus objetivos de bien-estar y ha sido usada para aterrorizar a los débiles y permitirle a los fuertes normalizar prácticas de desigualdad con la lógica de que el rico manda y el pobre obedece. Quitar esa lógica abrirá otra puerta para el vivir sabroso, en paz, como humanos. 

    Con el gobierno del cambio se abren puertas para hacer la paz completa, abandonar la muerte como política y ser potencia de la vida. Habrá que modificar la doctrina del enemigo interno y entrar en la doctrina damasco para la paz y seguir configurando caminos de reconciliación y afectos, antes que odios. Colombia siente que ha llegado el momento de la esperanza, propicio para mezclar las dos colombias que siempre han coexistido, la de herencias coloniales y la de territorios invisibilizados y en resistencia. La voz de los nadies y las nadies, es la voz de los territorios, insistentemente negada. Ya se tiene el respaldo de un pueblo entero, levantado en esperanzas, unas bancadas en el congreso, sectores sociales y políticos, y no de menor importancia del presidente y del gobierno de los Estados Unidos que aceptan tratar de igual a igual al país soberano llamado Colombia, ya no subalternos, y se cuenta con la bendición del Papa Francisco, los gobernantes demócratas del mundo. Sin rencores, ni arrogancias se vislumbra otro país posible, otra historia esperada.

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