Por: Sara Lozano Bayona
Vivimos atrapados en la ciudad de la alegría, en la ciudad de la condescendencia, pero peor aún, en la ciudad de la hipocresía. Las lágrimas que surcan mis mejillas, vienen desde las entrañas de mi corazón, desde el cajón de mis recuerdos. La injusticia, es parte de la alegría, y la desigualdad se premia con indiferencia. Que linda es la ciudad de la alegría cuando se le ve por el norte, revestida de colores europeos y sonrisas millonarias, pero mejor aún dentro de aquellas ventanas con luces inapagables, se retuerce la oscuridad infinita. Pero que burda puede llegar a ser la alegría que se alimenta bajo los cenitales coloridos de casas a medio levantar, sin embargo para ellos, la economía no es problema, mientras todos veamos el fútbol y sepamos a que grupo pertenece cada quien, seremos felices, vivos o muertos. Hay otras gentes en las que nadie repara, se pueden ver en la mitad, quienes sonríen incansables hacia norte y sur, de ellos depende la felicidad de la ciudad, pero para todos es más interesante hablar de arriba a abajo, no el medio.
En la ciudad de la alegría, cada quien es libre de tomar sus propias decisiones, mejor aún, cada quien es libre de escoger cómo quiere morir. Sepultado en el anonimato de un floreciente campo, acribillado en la moral por quienes dirigen la alegría, o simple y descaradamente a ojos de nosotros, los ciudadanos.
No mates a la alegría con preguntas, vuelve a la condescendencia en vez de a las ideas, por qué dices la verdad, cuando puedes jugar para los dos bandos.
La ciudad de la alegría se ha edificado bajo una coalición de sangre y silencio. Es la manera en que sabemos hacerlo. Somos eso, ¿alegres o amargos en silencio? ya no importa. Detrás del escritorio a la mansión, de la calle a robar, del trabajo, a dormir.
Yo también fui uno de ellos, y a pesar de que hace tiempo mi moral había sido enterrada diez metros dentro de mi corazón, no fue suficiente, pero nunca lo es. Vi como hacían cada vez más felices a las personas, discursos vacíos, pero con las palabras necesarias para no desestabilizar aquel estilo de vida de aquella utopía. «Progreso», «nuevo comienzo». Veía la pasión en sus ojos, como nos tomaban de las manos mientras nosotros, comprábamos más y más jabón para lavar aquello que es imborrable. El sueño ambicioso termino para mí, aquel día que entré al hospital mi corazón sangraba, me diagnosticaron enfermo, ahora era incapaz de garantizar la felicidad a nuestros ciudadanos. Mi corazón había explotado debido a la acumulación de peso, de aquella viscosidad negra que solo los de arriba conocíamos. Era mi momento de unirme a la felicidad común, aquella felicidad que no guarda otro beneficio más que la falsedad fantasiosa de su existencia.
Estoy muerto por dentro, pero sé que no lo estaré más, a pesar de que llore constantemente, a pesar de que las pesadillas sean tan graves en la noche que tenga que vivir un insomnio perpetuo, aun cuando no tenga dinero para pagar el siguiente mes, sé que podría contar todo lo que sé, de esa forma escogería aún cómo morir, y así no tendría la horrible incertidumbre, sin embargo, no lo haré, pues ya empieza el mundial de futbol, y con este, el fin de todas mis penas.