La ciudad

Foto | Hisrael Garzonroa / EL DIARIO
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Por | Silvio E. Avendaño C.

La fundación de la ciudad lleva a imaginar el trazado de las calles “a cordel”. Debió ser un hecho bastante curioso establecer las cuadrículas. No sólo se trataba de establecer los mojones que harían posible levantar las construcciones. Lo importante era establecer un orden cuyos puntos centrales fueran la plaza y en ella la iglesia, el cabildo, la gobernación.

En la plaza central se hallaba la morada del fundador. La plaza fue un lugar simbólico porque encerraba la forma y función del orden divino y humano. La plaza central encarnó la verdad política y religiosa. En el templo se celebran los actos religiosos y en la casa de gobierno los actos cívicos. La plaza mayor como lugar no podía permitir que en ella se diera el comercio y los negocios de los “mercaderes nómadas o callejeros”, ya que el lugar constituía un sector emblemático, del cual partía la moralidad pública: una forma de ser, constituida por hábitos, reglas, prohibiciones, costumbres, sistema de ideas. La población de la ciudad obtenía su propio sustento de la agricultura. En las casas existían los solares cultivados. La ciudad abarcaba citadinos, campesinos, servidumbre y esclavitud. En las manzanas -espacios urbanos delimitados por calles por todos los lados- progresaron los zapateros, sastres, herreros, carpinteros, orfebres y otras variantes de la artesanía. El trabajador corriente, interviniendo él sólo, elabora pan, ropa, calzado. El obrero manufacturero siempre produce una parte del producto.

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Mas, la cuadrícula se quebró. Una fue la urbe tradicional que se caracterizó como centro histórico. La otra localidad fue el grupo de inmigrantes, familias, mujeres y hombres que venían de las áreas rurales o de pueblos.  Tal vez huían de la violencia. Y llegaron a la ciudad porque no tenían otro lugar adonde ir. Los inmigrantes no querían contraponerse a la ciudad, deseaban ser parte de ella. En la ciudad buscaban trabajo y techo. En las afueras de la urbe afloraron las invasiones sin ningún orden, sin servicios. Trabajo no se halló pues la industria, o no existía o la ciudad no pudo absorber la mano de obra que llegaba. Entonces se acentuó el caos ante la carencia de reglas de buena conducta o normas que promovieran la vida citadina. Muchas mujeres abrigaban la esperanza de conseguir trabajo en el servicio doméstico.

Entonces el “sector histórico” se vio invadido por los vendedores callejeros y el creciente número de motoristas ofreciendo su servicio. Los ingresos son insuficientes. Vastos sectores de la ciudad constituyen un mundo marginal. Jornaleros o peones de trabajo esporádico pueblan las calles. Y la antigua paz de la ciudad de callejuelas tranquilas se convirtió en un lugar de zozobra. Un estilo de vida se afianzó y la necesidad de reconocimiento llevó a la compra de autos particulares, en detrimento del servicio público de transporte. Embotellamiento continuo del tránsito, urbanizaciones electrificadas. Y en el aire el horizonte del enriquecimiento fácil trepó, pues sin dinero en la ciudad, se carece de sentido. “Hay que conseguir dinero sea como sea.” El lumpen sin conciencia de clase y sin vocación de lucha ensancha la ciudad.

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