Por | Eduardo Malagón Bravo / Escultor e Historiador.
Cuando la trascendencia convierte al individuo en infinito, como el propio pensamiento, siempre evito el termino patético y duro de su muerte.
Aquellos que marcan la historia con sus letras o sus obras parten al Olimpo Celestial, donde en un mosaico, entre deidades, sabios, héroes, filósofos o humanistas, permanecen vivos, en la memoria de los pueblos, como sucede con el poeta chiquinquireño Julio Flórez Roa, quien con sus versos enamoró a la humanidad y signó con letras doradas la época del romanticismo universal.
Su vida de bohemio apasionado y tenebrista, marcada por el infortunio y la celebridad, traspasó los límites de la condición humana y se mantiene en el recuerdo como la impronta indestructible de la inmortalidad.
A Julio Flórez “El Divino”
De la nada y del silencio surgen palabras y pensamientos,
como el humo,
de chimeneas de los hogares pueblerinos;
que se los lleva el viento, y
que solo el recuerdo los resume.
Entre tapias y huertos, entre flores y perfumes;
de conventos y templos doctrineros,
me deleité escuchando sus versos, sus cantares.
no tuve miedo al escuchar su queja,
cuando a la muerte le cantó sus trinos.
Fue en su tiempo, amo, señor, y dueño,
de dorados laureles del olimpo.
tuvo más que tristezas y nostalgias.
solo el candor de su petrona y de sus hijos apaciguó el alma de quien bautizaron: “el divino”.
Eduardo Malagón Bravo, Chiquinquirá