Cuando la trascendencia convierte al individuo en infinito, como el propio pensamiento. Aquellos que marcan la historia con sus letras o sus obras, parten al Olimpo Celestial, donde en un mosaico, entre deidades, sabios, héroes, filósofos o humanistas, permanecen vivos, en la memoria de los pueblos, como sucede con el poeta chiquinquireño Julio Flórez Roa, quien con sus versos enamoró a la humanidad y signó con letras doradas la época dorada del romanticismo universal. Su vida de bohemio apasionado y tenebrista, marcada por el infortunio y la celebridad, traspasó los límites de la condición humana y se mantiene en el recuerdo como la impronta indeleble de la inmortalidad.
En plena guerra civil de los Mil Días, los intelectuales de Bogotá decidieron fundar la GRUTA SIMBÓLICA, que duró entre 1900 y diciembre de 1903, alcanzando hasta setenta miembros. Se le dio el nombre de Simbólica en homenaje a la escuela Literaria Francesa, con la influencia de los poetas Stephanie Mallarmé y Artur Rimbuaud. Uno de sus fundadores fue precisamente el poeta Julio Flórez, con sus compañeros Luis maría mora, Carlos Tamayo, Julio de francisco, Ignacio Pose Amaya, Miguel a. Peña Redonda y Rudesindo Gómez. Se reunieron por primera vez en la casa del doctor Rafael Espinosa Guzmán, quien fue su “Mecenas”.
Por la gruta Simbólica desfilaron notables escritores colombianos, repentistas, músicos y artistas.
Destacamos entre ellos a Guillermo Valencia, Clímaco Soto Borda, Luis María Mora, Federico Rivas Frade, Julio de Francisco, Antonio Ferro (Jetón Ferro), Max grillo, Víctor M. Londoño, Jorge Pombo, Alfredo Gómez Jaime, Aquilino Villegas, Roberto McDoual, Enrique Álvarez Henao, Víctor Martínez Rivas, Antonio Quijano, Emilio Murillo, Francisco Restrepo Gómez, Diego Uribe, Roberto Vargas Tamayo, Rudesindo Gómez, Carlos Villafane, Daniel Arias Argaez, Pedro Ignacio Escobar, Samuel Velázquez, y otros. Sus reuniones casi siempre terminaban en el cementerio, barrios tristes, cantinas y tiendas de cerveza.
Tres de los integrantes de la Gruta simbólica formaban un completo trio de cuerdas; Eduardo Echeverría tocaba magistralmente el violín, Clímaco Soto Borda, el tiple, y Julio Flórez la guitarra, que a veces acompañaba con su sonora y melodiosa voz. También cantaban los integrantes Ignacio Borda Angulo, Carlos Castello e Ignacio Posse Amaya.
En esos años de plena juventud, el poeta julio Flórez, comandaba a los poetas de la Gruta simbólica. Se caracterizaba por la palabra aguda y chispeante; por sus poesías de anhelos libertarios, de soledades, ausencias y desengaños. El poeta Chiquinquireño declamaba con insuperable mímica y con voz cálida y vibrante, y y le gustaba rasgar el tipleo la guitarra con maestría y además tenía fama de trovador.
Su atractivo personal y su poesía romántica y sensual hacían suspirar a muchas mujeres. Era un joven de tez morena, frente ancha, ojos negros y mostacho retorcido; vestía sumamente elegante. Gabán de paño grueso y corte característico, chambergo de alas anchas y bastón con empuñadura de plata.
Las gentes chismeaban sobre sus tedios, amarguras y citas al cementerio en horas avanzadas de la noche. Se comentaba también que julio Flórez ataba con cintas negras la osamenta de su amada para celebrar con ella los esponsales de la muerte. Que bebía vino en un cráneo humano, como así se lo dijo en Panamá al escritor Luis Enrique Osorio en 1922. Se comentaba también que bebía demasiado y llegaba a la madrugada a las ventas de comidas de mujeres humildes que lo estimaban.
Su popularidad se acrecentó en el mundo hispanoamericano y europeo con sus nuevas publicaciones y recitales. Los pueblos aún anhelaban su poesía romántica, en unos años cuando las elites poéticas transmitían el simbolismo, el parnasianismo y el modernismo. Por ello lo aplaudían multitudinariamente.
El 14 de enero de 1923 fue coronado por el Gobierno, la Sociedad y la Cultura como “POETA NACIONAL”. Esta ceremonia solemne se hizo en Usiacurí, en un tablado cubierto por una carpa y levantado en el patio fronterizo de la casa del poeta. Allí se colocaron las coronas, liras y numerosos obsequios que le hicieron al insigne bardo romántico.
A las 11 de la mañana se hizo la ceremonia con la asistencia de su esposa, sus cinco hijos y demás familia. Asistieron también el gobernador del Atlántico, los enviados oficiales del Gobierno, los representantes de los centros literarios y artísticos nacionales, los delegados de la prensa continental y nacional y numerosas personalidades.
Las señoritas Rita Isabel Alzamora y Beatriz Dugand Roncallo, portaron la corona de inmortales con la bandera tricolor de la República de Colombia, que ciñó la frente del eximio poeta, a los acordes del Himno Nacional. El presidente de la República, Pedro Nel Ospina, le envió una carta muy significativa, en nombre de Colombia. Terminado el acto solemne, la concurrencia desfiló ante el poeta consagrado.
Julio Flórez fue consagrado como el poeta popular de la Patria; fue el intérprete de los más hondos y palpitantes sentires de nuestro pueblo colombiano. Con sus creaciones poéticas levantó los sentimientos populares a las más diáfanas cimas de belleza y lirismo.
El cabildo de Chiquinquirá mediante Acuerdo Municipal, ordenó ofrecerle una corona de oro a su Hijo Ilustre y ordenó colocar una placa de mármol en la Casa Natal del poeta, con esta inscripción: “Chiquinquirá a Julio Flórez”, El Periódico El Tiempo de Bogotá, le envió una simbólica araña de oro, el Gobierno de Cundinamarca, una Lira de Oro; los presos de la Cárcel de Santa Marta le enviaron un bello y artístico crucifijo. La colonia siria, una tarjeta de oro; la Colonia Italiana, unos laureles de oro y otros obsequios de instituciones y personas.
Algunos días después de la coronación, su enfermedad avanzó progresivamente, atendido por el médico Federico Hernández. Antes de morir, se despidió de su esposa Petrona Moreno y de sus hijos Cielo, Lira, León, Julio y Hugo; en honor al poeta francés Víctor Hugo, y en sus últimas palabras exclamó:
“Oh, ¡Qué Grande es el Universo!
El 7 de febrero de 1923, a los 56 años de edad, murió el poeta Julio Flórez en Usiacurí. Sobre su pecho, obedeciendo a su orden verbal, le colocaron el crucifijo de plata que le habían regalado los presos de Santa Marta, el día de su coronación.
Su entierro en Usiacurí fue solemne y con la asistencia de numerosas gentes. Se le hicieron cinco minutos de silencio y sin discursos, tal como el poeta pidió; y su féretro fue colocado en la cripta en el cementerio de ese querido pueblo costeño que lo recibió para la posteridad.
En su Testamento expresó sobre Colombia su patria: “La he amado con idolatría, en el exterior la he glorificado, y solo aspiro y deseo que se ponga como única inscripción en mi tumba: “Julio Flórez, colombiano”. Se le llamó “El Último Romántico”, por haber cantado con hondo lirismo al amor, la tristeza y la nostalgia.
A MIS CRÍTICOS
Supierais con que piedad os miro
y como os compadezco en esta ahora…!
En medio de la paz de mi retiro
Mi lira es más fecunda y más sonora.
Si con esto un pesar mayor os causo
Y el dedo pongo en vuestra llama viva,
Sabed que nunca me importó el aplauso
Ni me importado nunca la diatriba.
¿a qué dar tanto pábulo a la pena
¿Que os produce una lirica victoria?
Y a la posteridad, grave y serena,
Al separar el oro de la escoria
Dirá cuando termine la faena
Quién mereció al olvido y quién la gloria.
JULIO FLÓREZ