Juguetes de guerra y educación para la Paz

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

El museo de la historia militar en Dresden, Alemania, se presenta quizá como el más completo y significativo de toda Europa sobre los instrumentos de guerra empleados por los nazis en la ejecución del holocausto. Allí hay fotografías, prendas nazis, símbolos, insignias, aviones, vehículos, tanques, armas, partes de los 17.000 bunkers de hormigón construidos en la costa de Dinamarca a España, y de sus 100.000 mini bunker adicionales y una sección de juguetes de guerra, con soldados, tanques, cañones, rifles, misiles, pistolas de plástico y hasta videojuegos bélicos que hicieron y siguen siendo parte de la infancia con una popularidad que contrasta con los esfuerzos globales por construir culturas de paz, lo que genera un debate ético en torno a sí realmente contribuyen estos juguetes a normalizar la violencia o son inocuos, e invita a explorar el impacto sociocultural de estos y a plantear una educación para la paz, con evidencias, que resignifique el rol de instituciones, museos, centros de documentación, memoriales y archivos necesarios para la reflexión crítica sobre la guerra.

     El museo rediseñado en 2011 por Daniel Libeskind, simboliza la ruptura con la glorificación bélica. Su arquitectura, con un “cuña” de acero que atraviesa el edificio clásico, representa la interrupción de la narrativa militar tradicional y presenta la exposición permanente Guerra y Paz que abarca desde la edad media hasta los conflictos actuales, destacando no solo avances tecnológicos, sino el sufrimiento humano. Una sección exhibe juguetes infantiles encontrados en zonas de guerra, contrastando la inocencia con la destrucción, otra es la sección sobre animales en conflictos (perros, palomas, otros), como recordatorio de los 3 millones de caballos muertos en la primera guerra mundial. El museo no se limita a exhibir: educa, convoca a pensar cómo construir la paz, sobre todo cuando cada objeto había quedado impregnado por las marcas nazis, el piano, las cartas de los soldados, los edificios y, vincula la historia con dilemas éticos actuales, promoviendo un esfuerzo para conectar el pensamiento crítico con las salidas adecuadas. En 2019, el 78% de los visitantes reportaron una mayor reflexión sobre las consecuencias de la guerra (Informe del Museo, 2020).

     En torno a los juegos, lo más común es encontrar en cualquier lugar del mundo juguetes de guerra en los mercados, que representan ventas globales exorbitantes por encima de 10 mil millones de dólares en 2022, con figuras de acción y sets temáticos liderando la demanda. Los juguetes suelen idealizar el conflicto, omitir sus consecuencias humanas, en tanto ningún juguete trae una explicación (como el tabaco o el alcohol) sobre fines y consecuencias de su uso y ninguno cuenta el horror que se produjo con esa arma, que en las manos de la infancia es apenas una parte del juego.

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      Marcas como G.I. Joe o Call of Duty (videojuegos) presentan la guerra como un escenario heroico, no como una tragedia, matar da puntos, es motivo para celebrar y apostar para matar aún más rápido, con más precisión. La asociación americana de sicología en 2005 “vinculó la exposición prolongada a juguetes y medios violentos con aumento de conductas agresivas en niños, aunque algunos argumentan que estos juguetes fomentan el pensamiento estratégico” como sea los juguetes pueden provocar desensibilización ante la violencia como un riesgo real carente de contexto crítico, nada distinto a lo que provoca el “periodismo militante” de la ultraderecha actual que banaliza atrocidades como el genocidio sionista en Gaza, al naturalizarlo como un juego de buenos y malos.

      Frente a esta normalización, la educación para la paz es una herramienta transformadora, que la UNESCO define como un proceso que desarrolla habilidades para prevenir conflictos, promover empatía y resolver problemas de forma no violenta. Programas como Roots of Empathy en Canadá redujeron un 50% la agresividad en escuelas (Schonert-Reichl, 2017), demostrando su eficacia máxime si esta educación no se limita a las aulas e incluye iniciativas comunitarias, medios críticos y políticas públicas. En Costa Rica, la abolición del ejército en 1948 fue acompañada de una reforma educativa centrada en cultura de paz, resultando en una de las sociedades menos militarizadas del mundo. En Colombia es tarea pendiente incrustar compromisos institucionales para la paz, con experiencias que acojan el trabajo directo con las víctimas, reconstruyan y resignifiquen la memoria y organicen territorialmente las rutas de la crueldad de la guerra, sus técnicas y sus herramientas.

     La coexistencia de juguetes bélicos y educación pacífica no es paradójica, sino un reflejo de la complejidad humana. Prohibir estos juguetes es poco realista, pero integrar contextos educativos es crucial. El Museo de Dresden ejemplifica cómo la memoria histórica, sin moralismos, puede inspirar responsabilidad colectiva, partiendo de que la paz no es solo ausencia de guerra (paz negativa, Galtung) sino justicia social y cooperación (paz positiva), que exige esfuerzos multisectoriales que fomenten el diálogo hasta políticas que prioricen museos y programas educativos, para contrarrestar las percepciones culturales, que alientan los juguetes de guerra, pero que no determinan el futuro. La clave puede ser complementar su presencia con educación crítica, donde los museos, archivos, memoriales, como creadores de conciencia, enseñen a construir paz, siembren alternativas a la violencia, y redescubran que la lucha por la paz es una tarea de compromiso, estudio y convicción ética, un esfuerzo de pedagogía y memoria histórica sin dejar de observar que aunque los juguetes de guerra persistan, su influencia puede contrarrestarse con educación y espacios que cuenten la verdad y contribuyan a entender el respeto por las diferencias y contribuya a ser mejores humanos.

P.D. Este 9 de mayo se conmemora el aniversario 80 de la derrota de la Alemania Nazi y Rusia expone parte de su moderno arsenal, en una ceremonia con asistencia de poderosos jefes de estado, incluidos los BRICS, China, Vietnam, Laos, Camboya, Brasil, Croacia, Serbia, Cuba, Egipto, que imprimen la fotografía del momento actual de un lado de la reconfiguración geoestratégica y los juegos de guerra del mundo global.

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