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A mediados de enero de este año publicamos una columna de opinión en la que nos referíamos a la situación política de Duitama, en donde el Consejo de Estado acababa de declarar la nulidad de la elección de José Luis Bohórquez como alcalde municipal.
Más con sentido común que con conocimiento de la realidad política de esa ciudad, indicamos que, así Duitama resultara afectada administrativamente por la decisión del Consejo de Estado y que esa ciudad estuviera condenada a la interinidad en el Gobierno y que tuviera que prepararse para otra campaña política, el gran favorecido con ese fallo era precisamente José Luis Bohórquez, a quien se le veía un enorme futuro político. Esa percepción se generaba en el hecho de que los duitamenses veían a Bohórquez como un perseguido y como una víctima de una clase política y de un establecimiento que no lo dejaron gobernar.
Y mencionamos en esa columna que en Duitama había el rumor de que Bohórquez tenía la intención de lanzar a su esposa, Rocío Bernal, como candidata para las elecciones atípicas que se realizarían en el primer semestre de este año. “Así eventualmente pueda tener alguna posibilidad, esa no sería una buena decisión porque ella no es ducha en esos menesteres, se enfrentará con políticos profesionales y corre el riesgo de salir quemada y desgastar la imagen de su esposo”.
Y exactamente eso fue lo que ocurrió. Bohórquez se dejó tentar por la ambición, lanzó a su esposa, con la aclaración de que ella ya no lo es, curiosamente desde marzo del año pasado, justamente un año antes de su eventual elección y se metió en el galimatías de hacer campaña como candidato pero en cuerpo ajeno, casi detrás del telón, atacando a todo el que se meta contra la exgestora social y desdibujándose como líder de una izquierda que también decía ser el cambio.
Bohórquez va a salir perdiendo y su futuro como posible candidato a la Cámara o a algún cargo, queda en entredicho. Todo por su ambición de querer quedarse con el poder a través de su excompañera sentimental y eso sin contar con la gran posibilidad de que, si ella sale elegida, pueda el Consejo de Estado también declarar que estaba inhabilitada.
En el caso de Carlos Andrés Amaya, el gobernador de Boyacá, todo es muy diferente. Él sí tiene un poder político real, la suerte le sonríe; está tan sobrado que por estos días está pensando en la posibilidad de renunciar a la Gobernación para lanzarse como candidato a la Presidencia, dicen, por el frente Amplio, la coalición del presidente Gustavo Petro.
Un experto en temas políticos decía esta mañana que con el cuento de sus vacaciones para reflexionar, Amaya ya ganó porque dio a entender que su dilema estaba entre seguir trabajando para salvar a Boyacá o lanzarse para salvar a Colombia.
Hay muchas versiones , conceptos y posiciones sobre el tema de la legalidad de la eventual candidatura de Amaya, pero en lo político tiene sentido que él renuncie y busque un escenario nacional, más alto, en el que seguramente va a salir ganando algo, de pronto la Presidencia, posiblemente aumentar el número de votos que logró hace tres años en la consulta del Verde Esperanza, tal vez una vicepresidencia, ser el jefe de la oposición nacional o, en su defecto, por mal que le vaya, terminar como senador de la República, para lo que le tocará esperar otros cuatro años.
Pero puede mantener la Gobernación de Boyacá, como ya ocurrió durante el periodo de Ramiro Barragán; va a seguir con casi todo el poder regional y, al contrario de lo que muchos creen, no dará un salto mortal.
Este es el momento de Carlos Amaya porque quizás nunca más se vuelva a presentar una coyuntura como la actual, con un abanico de precandidatos de centro e izquierda que han estado sonando.
Ya en otra columna mencionamos las virtudes de Amaya y sus fortalezas en un escenario como el que le tocaría enfrentar, con su astucia y sus estrategias.
Si Carlos Amaya no renuncia no es porque crea que está inhabilitado o porque su obsesión sea Boyacá, sino porque le teme a lo que puede ocurrir en un escenario que será el equivalente a una jaula de leones.
Y es que Amaya le tiene miedo a la oposición, a las críticas, a que le lleven la contraria, por eso incluso tiene desactivada la posibilidad de que sus seguidores le respondan o lo ataquen en la red social X.
Como gobernador o como candidato presidencial el gran problema de Amaya es que no ha hecho costra para acostumbrarse a que lo cuestionen, que le indaguen su vida privada o que lo pongan en la picota pública, como ha pasado casi siempre con quienes llegan a las cúspides del poder. Ellos sí tuvieron que acostumbrase y lo soportaron.
Realmente solo Carlos Amaya sabe hoy si renuncia o no renuncia a la Gobernación, pero si no lo hace, toda la vida se arrepentirá y lamentará de no haber dado ese salto.