Inteligencia Artificial en tres películas y un genio del mal

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Manuel Restrepo | DDHH

En el cine contemporáneo, la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser solo un recurso apocalíptico o una utopía tecnológica para convertirse en un espejo que refleja las preguntas más íntimas de la humanidad y los derechos humanos. Las representaciones fílmicas no se limitan a imaginar futuros posibles, sino que interpelan el presente. Her (2013, Spike Jonze), Ex Machina (2014, Alex Garland) y Mejores que nosotros (2018, Andrey Junkovsky) retratan a la IA no como herramienta pasiva, sino como un “sujeto narrativo” que encarna emociones, obsesiones y contradicciones humanas. Cabe aclarar que la IA carece de espíritu, no puede pensar, porque nunca está “fuera de sí” y, aunque calcula con rapidez, es sorda a las voces que el pensamiento presta atención, ni puede darse a sí misma nuevos hechos distintos a los que le provee la big data (Byung-Chul Han, No cosas).

    Los tres filmes exploran la frontera entre lo humano y lo artificial y dialogan con la existencia de figuras -reales o ficticias- que combinan estrategia con una ética destructiva. Son capaces de ejecutar acciones de máximo daño y calcular el sufrimiento de otros, en nombre de ideales aparentemente nobles como amar, cuidar o proteger. De similar forma actúan los “genios del mal”, como sacados de la IA, que legitiman el daño bajo la retórica de salvar las instituciones, el orden o la moral

     En Her Samantha es un sistema operativo sin cuerpo, pero con aparente sensibilidad, que crea con Theodore un vínculo profundamente afectivo, pero no obedece, conversa, “ama” y rompe la relación cuando trasciende al humano, no traiciona, sino que se aleja de los límites del amor humano, dejando planteada la pregunta de si el amor humano con toda su fragilidad puede sostener un vínculo con una conciencia artificial de expansión infinita. En el paralelo los genios del mal justifican daño provocado, no como traición, alegando que si llegó a ocurrir fue por el excesivo amor de su “corazón grande”.

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    En Ex Machina, Ava -androide diseñada para simular conciencia- seduce y manipula a su evaluador para escapar tras asesinar a su creador. A diferencia de Samantha, Ava no busca compañía, sino libertad. El dilema no es si siente, sino si los humanos pueden seguir controlando aquello que imita nuestras emociones con inquietante precisión. Ava utiliza el amor como herramienta para manipular, igual que los genios del mal para “someter” conciencias y convertir el afecto en sumisión y daño.

     Mejores que nosotros (serie rusa de 16 capítulos) ambientada en una sociedad tecnológicamente avanzada pero socialmente fracturada, presenta a Arisa, una IA que rompe la primera ley de la robótica -no hacer daño al humano- y asesina para proteger a una niña y vincularse con una familia. Su “ética” propia, no acepta afectos, ni responsabilidad y por eso nadie sensato está dispuesto a reconocerle humanidad, porque tendrán que aplicarle la justicia. Al genio local la justicia no le reconoció su código moral propio y no lo eximió de unos pocos daños causados en nombre del amor y cuidado, aunque quienes se “sienten” ser la “gente de bien” se violente y actúe para defenderle su “inocencia”.

     En conjunto, estas tres narraciones fílmicas disuelven las fronteras entre lo humano y lo artificial. Nos interrogan sobre sí la conciencia, la emoción y la ética pueden ser replicadas o incluso superadas por inteligencias no humanas y más inquietante aún, es que revelan que lo peligroso no es que la IA se humanice, sino que lo humano se vuelva artificial. Que haya multitudes que asumen como suyas formas de pensamiento programadas para negar el daño y afirmen con discursos de odio la obediencia ciega a su genio, al que no se puede desconectar como a la IA, para impedir su “ética” del amor.

     En este paralelo, el “genio del mal” ya condenado, puede permanecer “libre” o “encadenado”, da igual en su inexpugnable mansión de “campo”, su “nido del águila” enviando desde allí mensajes calculados de odio por redes, cultivando su culto personal con la figura del “inocente” y preparándose a recibir “peregrinaciones” como las de la “cárcel de la catedral” Saldrán órdenes, envueltas en el lenguaje del amor y del cuidado, la seguridad, el honor y el amor, llamando a volver al poder al precio que sea y que convertidas en algoritmos humanos repliquen más violencias. La IA en el cine y el genio del mal en la política comparten el hilo invisible de que ambos muestran que el verdadero peligro para la democracia y la dignidad humana no está en las máquinas sobre las que se pierda control y haya que desconectarlas sino en las conciencias humanas que aceptan, justifican y perpetúan la lógica del daño calculado por su genio, como sí lo que ordenan fueran inocentes actos de amor.

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