Incendio en el páramo La Cortadera, entre el fuego y el abandono

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Por | Jairo Barbosa Neira / Voluntario de la Reserva Natural Veronia de Arcabuco.

Crónica de lo ocurrido con el voraz incendio forestal registrado hace unos días en ese páramo, entre Siachoque, Pesca, Tota y Rondón, en la cordillera Oriental de Colombia. Esa conflagración fue reportada por la comunidad desde el domingo 19 de enero y controlada totalmente el miércoles 23 de enero.

En la fotografía hay personas que se sienten orgullosas de haber actuado con responsabilidad y de haber dado lo mejor de sí, incluso se jactan un poco de ello; otras con la elocuencia del traje tiznado, de haberse puesto en riesgo para acallar las llamas que devoraban el Parque Natural Regional Páramo de La Cortadera, circunscrito en el Complejo de Páramos Tota- Bijagual-Mamapacha y en el que tienen jurisdicción cuatro municipios: Siachoque, Pesca, Rondón y Toca. Majestuoso lugar, espacio sagrado y bendecido por la naturaleza en donde la mirada se pierde recorriendo las serranías que forma la Cordillera Oriental y más allá.

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Desde sus cumbres la vista cubre una panorámica angular donde se pueden ven otros complejos de páramo, montañas que le dan la magnificencia a estas tierras boyacenses, únicas, indescriptibles e irremplazables.

En la fotografía hay funcionarios de entidades gubernamentales que fungen a cabalidad sus compromisos laborales, que son honestos y dejan en alto las instituciones que representan; hay funcionarios públicos que manifiestan haber hecho lo que tenían que hacer, cuando lo tenían que hacer y como lo tenían que hacer: con responsabilidad y talante.

En la fotografía hay personal de otras instituciones, voluntarias y voluntarios en su mayoría, de la Cruz Roja, de la Defensa Civil, de Bomberos, del Ejército Nacional.

Veteranos guerreros con la nobleza en sus gestos y la entrega necesaria para contrarrestar lo impredecible del fuego.

Pero en la fotografía faltan las mujeres y los hombres de la comunidad, de rostros curtidos por las alturas paramunas, héroes silenciosos que han dejado hasta la última gota de sus energías tratando de apagar las llamas incontrolables, llevan ya tres días combatiendo esas voraces lenguas de fuego en uno de los ecosistemas más preciosos y vitales de nuestra biodiversa geografía y aún tienen la capacidad de sonreír.

Están los medios de comunicación que cubren el suceso y transmiten un parte de victoria que tiene la capacidad de reconciliar en vivo a quienes hasta ahora se van a enterar de lo que significa un páramo, después de haber consumido el fuego más de 1.000 hectáreas, de haber quedado reducidos a cenizas millares de frailejones y otras muchas tantas especies botánicas, de haber muerto incineradas una notoria cantidad de especies de fauna y otras de haber perdido su hábitat esencial.

Pero se logró apagar y eso, sin duda alguna, es algo que hace sentir bien hasta al que ignora lo que es estar a estas alturas apagando un incendio forestal.

Mientras la foto se toma hay discursos y expresiones de victoria en los rostros silenciosos.
Como telón de fondo está la bastedad de lo quemado y unos cuantos grupos de voluntarios, entremezclados en cuadrillas de los ya mencionados, también brigadistas forestales comunitarios que no estaban para la foto, apagando puntuales focos de fuego que después de tres días siguen prendidos. Se ven como hormigas a la distancia, cumplen una labor ardua que no deja de revestir ciertos riesgos. Pasarán largas horas aún para que regresen, pues en cualquier momento se puede volver a prender y hay que permanecer atentos y dispuestos a contrarrestar el fuego en donde muestre sus fauces.

Tomada la foto, las gentes se dispersan, se saludan, se abrazan; hay cierta alegría, hay comida y bebidas, el Alcalde de Siachoque generosamente manifiesta tener a disposición almuerzo para todos y todas.

Los funcionarios principales son entrevistados puntualmente para ratificar las cifras conflagradas, los recursos humanos invertidos, los apoyos recibidos -pero que a esa hora aún no habían llegado-, las estrategias esgrimidas, en fin, que no quepa duda de que se hizo todo lo posible y se logró. Pues de lo contrario habrían podido ser, ¿2.000?, ¿3.000?, ¿4.000? hectáreas.

Pero esta historia ya ha sido contada una y otra vez. Eventualmente cambian los personajes, el escenario, las circunstancias, los entrevistadores, incluso el menú. Pasará un tiempo en que se hable del tema, que se tomen medidas, que se hagan promesas de no repetición, pero es una historia circular, ofensiva, agónica. Las políticas de prevención no terminan de ajustarse, de hacerse efectivas, los protocolos de alerta temprana y monitoreo no se implementan por la densidad de lo protocolario y las ayudas llegan siempre al final, pero para que la foto pueda salir en primera plana y se justifique la inversión.

Desde agosto del 2024 no llueve en el páramo, pero sigue produciendo agua. Es maravilloso porque no ha habido desabastecimiento hídrico, pareciera inagotable, solo que nadie reflexiona sobre eso. El viento y la sequedad que había en los pajonales fue lo que permitió que el incendio avanzara con tanta rapidez. Se quemaron unas 1.500 hectáreas en tres días, una cifra impactante que dejará una huella permanente y que es probable sea la excusa para ampliar la frontera agrícola, sin duda alguna la amenaza más compleja que tiene el páramo ahora que se ha quemado.

De muchas maneras se escuchó decir que el incendio había sido provocado por ese tema y de hecho no existe ni transición visual ni espacial entre la zona intervenida entrópicamente y el páramo, la zona de amortiguación no existe, sencillamente.

El PMU, Punto de Manejo Unificado, es el lugar donde se instala el centro de operaciones para atender una emergencia; en este caso fue en el límite con la zona que se denomina de páramo, pues aún conserva ciertas características que la definen como tal.

La altitud marca 3.400 metros; es un potrero en el que son visibles los surcos de cultivo, probablemente de papa; una cerca de alambre de púas la separa de una zona que aún conserva muestras de su condición natural pero que evidentemente está degradada, es la entrada y hay muchos caminos por los que la gente del lugar se mueve, incluso el mismo alcalde con unas veinte personas montadas en una carrocería tirada por un tractor entró por uno de esos caminos, rumbo a sofocar unos focos en la parte alta. Entraron y más tarde volvieron por el mismo camino. A esa altura hay casas construidas, pequeños cultivos, ganado, caballos, la carretera llega hasta escasos 50 metros de ese punto.

El fuego siempre será una forma de agilizar la degradación de los suelos, con la cobertura vegetal quemada, incluidos frailejones, un tractor hace maravillas. Poco a poco el páramo se va integrando a la zona productiva; no hay límites que valgan: adentro del páramo se encuentran pastizales, rutas de acceso para ganado, boñiga por todas partes y en medio de una zona que no fue tocada por el fuego, y que aún guarda vestigios de cobertura de páramo, unas cuantas reses pastan.

La verdadera amenaza del páramo es el abandono estatal y el manejo que le da el campesino. Ahora que se ha quemado un buen pedazo de páramo, llegando justo a la frontera que lo delimita, no por altitud sino por uso, pronto habrá más cultivos.

Hay políticas y fuertes debates sobre la Ley de Páramos, pero dicha ley ni se negocia, ni se respeta ni se hace cumplir; pareciera que es un tema que no se quiere ni encarar ni resolver. Las autoridades ambientales no se hacen presentes, delegan a la desidia el futuro de uno de los ecosistemas estratégicos esenciales: su desaparición y la paulatina extinción de las fuentes hídricas.

Dice en un folleto de Corpoboyacá que La Cortadera es un parque natural regional, con mayúsculas, que es un ecosistema estratégico que hace parte del SIRAP, Sistema Regional de Áreas Protegidas, es decir que esa entidad tiene la jurisdicción del Parque, que reciben recursos para administrarlo, que tienen obligaciones ambientales con él, porque ese ser, llamado páramo, tiene derechos de ley y, como no puede actuar en su propia defensa, son las autoridades ambientales quienes tienen que defenderlo. La Ley 1930 de 2018, en su artículo segundo, habla de unos principios:

1. Los páramos deben ser entendidos como territorios de protección especial que integran componentes biológicos, geográficos, geológicos e hidrográficos, así como aspectos sociales y culturales.
2. Los páramos, por ser indispensables en la provisión del recurso hídrico, se consideran de prioridad nacional e importancia estratégica para la conservación de la biodiversidad del país, en armonía con los instrumentos relevantes de derecho internacional de los que la República de Colombia es parte signataria.
3. El ordenamiento del uso del suelo deberá estar enmarcado en la sostenibilidad e integralidad de los páramos.
4. En cumplimiento de la garantía de participación de la comunidad, contemplada en el artículo 79 de la Constitución Política de Colombia, se propenderá por la implementación de alianzas para el mejoramiento de las condiciones de vida humana y de los ecosistemas. El Estado colombiano desarrollará los instrumentos de política necesarios para vincular a las comunidades locales en la protección y manejo sostenible de los páramos.
5. La gestión institucional de los páramos objeto de la presente ley se adecuará a los principios de coordinación, concurrencia y subsidiariedad contemplados en el artículo 288 de la Constitución Política de Colombia… (sic)

¿Será muy difícil comprender esos principios? ¿Se habrán tomado la molestia de leerlos en la Corporación Autónoma Regional de Boyacá? ¿A quién le podemos preguntar? ¿A la tía Josefina? ¿O será que el Mono de la Pila nos responde?

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