
La defensa de la vida humana, en toda su extensión y diversidad, encuentra su fundamento más sólido e imperecedero en el concepto de dignidad humana, trascendente y radical, que no responde a un atributo otorgado por mérito, condición social, capacidad funcional o etapa de desarrollo, sino a una realidad inherente e inalienable de todo individuo por pertenecer a la especie humana. Este pilar irremplazable se erige como argumento ético, jurídico y social para darle el mismo valor y respeto a todo ser humano, sin excepción ni jerarquía a pesar de cualquier diferencia o polarización política.
El principio de dignidad humana es igual para todos, es la brújula ética fundamental para defender la vida, no solo como imperativo moral ni postura ideológica, si como la consecuencia lógica y necesaria de reconocer que todo ser humano tiene un valor incalculable por su mera existencia. Cuando se rechaza la defensa igualitaria de la vida y se acomodan situaciones para sobreponer el valor de la vida de unos sobre otros, hay una desviación que responde más a los deseos y agendas propias de “interesados” que a la reflexión prudente, sensata y racional. Hay entonces una desviación (mala fe, interés indebido, incitación al odio) en lo que están haciendo los lideres de los partidos hegemónicos de derecha declarados en oposición al gobierno, los medios de comunicación de los grandes empresarios y los expresidentes responsables políticos de las más de 4000 masacres y miles de asesinatos selectivos solo durante este siglo XXI, en torno al condenable atentado contra el senador Uribe Turbay el sábado 8 de junio. La imagen observable es la de un país tomado por la obscenidad y el morbo que proyectan estos “poderosos dirigentes” sobre la vida y la muerte. Niegan la reflexión al negarse a participar de la convocatoria al dialogo hecha por el gobierno y el congreso (senado y cámara) responde auto-inmovilizandose para sumar aún más tiempo a la espera de trámite de los proyectos de reformas sociales. El mensaje es claro: Para ellos no toda vida es respetable, naturalizan la diferenciación de la vida por estratos sociales y status, lo que socava el fundamento mismo de los derechos humanos y abre la puerta a la arbitrariedad, la discriminación y la injusticia.
Elie Wiesel, superviviente del Holocausto afirmó que lo contrario del amor no es el odio, si no la indiferencia y lo contrario de la vida no es la muerte, si no la indiferencia entre la vida y la muerte, por lo que defender la vida de todo ser humano, de indígenas, campesinos, mujeres, trans, comunistas, progresistas, lideres sociales o políticos, es la máxima expresión de reconocimiento de esa dignidad compartida que nos une y nos obliga a rechazar toda corriente des-humanizante, porque que cada vida humana es única, irrepetible y tiene un valor infinito e innegociable. En esta defensa radical de la vida por igual reside la verdadera medida de nuestra humanidad colectiva.
Para Kant, el ser humano es un “fin en sí mismo”, nunca un medio para los fines de otros, su valor es absoluto y radica en su autonomía racional y su capacidad moral. Esta dignidad intrínseca impone el imperativo de tratar a la humanidad, de uno mismo y de los demás, como un fin y nunca como un medio al que se le reduce a la categoría de objeto desechable. Esta regla de convivencia en torno al atentado al senador Uribe Turbay, la han roto sus mismos copartidarios y militancias de los partidos políticos hegemónicos liberal-conservador y sus distintas vertientes electorales, cuyos cuestionados lideres, expresidentes y precandidatos asociados en un bloque de ultraderecha, que desde las puertas del hospital donde es atendido el senador herido, lo instrumentalizan, usan su nombre y tragedia para “envenenar” y polarizar aún más el ambiente político y social, buscando posicionar nombres y banderas electorales agitadas con odio, engaño, al mismo tiempo que promover caos y nieblas de desconfianza en el gobierno popular, que por primera vez trata de gobernar el país que recibió con la deuda por 10 millones de víctimas, medio millón de asesinatos bajo la máxima crueldad, y la sistemática eliminación diaria de líderes sociales, defensores de derechos, del medio ambiente, de las diversidades y de la búsqueda de la paz, para los que nunca importó la vida, como hoy lo muestra la fila de cuestionables y cuestionados “líderes” que proyectan una imagen obscena y morbosa del poder.