Por | Guillermo Velásquez Forero / guillermovelasquezforero.com
“Hasta los muertos matan”, denuncia un verso del poeta Roberto Juarroz. Las estatuas de los conquistadores, fundadores, colonizadores, dictadores y presidentes son una divinización de grandes criminales, monstruos exterminadores de pueblos, genocidas, violadores, saqueadores y destructores de culturas. Es un vicio heredado del Imperio romano. Esos bultos de bronce, piedra o concreto son muertos vivos que siguen dedicados a ejercer a sangre y fuego todas las formas de la violencia, a través de sus descendientes, sucesores, idólatras y lameculos que utilizan leyes que ellos mismos inventan, justicia que compran, y toda la maquinaria criminal del Estado, para gobernar en contra de la mayoría y someter a centenares de millones de personas a la exclusión, el desempleo, el robo de su salario, el abandono en salud y servicios públicos, carencia de educación de calidad, aumento de la pobreza, el atraso integral, el saqueo de los recursos naturales, y el crimen legal y bendecido contra la Humanidad. Sus herederos son los grandes líderes de la corrupción, la injusticia social, el genocidio y el asesinato de la esperanza de un mundo mejor; son los privilegiados de siempre, los grandes ladrones del país que actúan en la impunidad, y son los que entronizaron en los pedestales a esos personajes abominables, para que sean venerados por los ignorantes, imbéciles y víctimas que tiemblan bajo el imperio del miedo y la mentira. Esos ídolos del mal representan la perpetuidad de la demencia criminal del poder, la violación sistemática de Derechos Humanos, la amenaza, persecución y asesinato de los líderes sociales, líderes de la oposición y de las movilizaciones de protesta, periodistas y defensores del medio ambiente; la prosperidad de la pobreza, la miseria, el atraso y todas las demás calamidades que nos han convertido la vida en un infierno y nos mantienen enterrados en el culo del mundo. La guerra contra las estatuas es un combate contra la historia de la infamia y la ignominia sufrida por todos los pueblos que fueron conquistados y colonizados. Es un acto de legítima defensa contra la eternidad del colonialismo y contra la memoria imperial de los asesinos.