Grafitis y mamarrachos

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Por | Silvio Avendaño

Lo primero que encuentro al salir a caminar es el descenso de los gallinazos a las ramas de un árbol a la espera que el mendigo abandone la bolsa de la basura. Mujeres y hombres vienen o van con mascotas. A mi paso, carpinterías, salones religiosos, ferreterías, mecánicos de bicicletas y motos. Cerca del estadio las jóvenes ejercitan su cuerpo al son de una melodía o siguen las indicaciones del maestro de gimnasia. En una construcción abandonada, dizque para un portal de buses, me detengo ante una pared con los trazos de un grafiti:

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“No hablo con Dios pa quitarle preocupaciones…”

De los grafitis, plasmados en las calles de Paris, en mayo de 1968, viene a la memoria el movimiento estudiantil influido por los  hippies.

“La imaginación al poder”

Mientras el tráfico lleva las motos a los andenes, con peligro para los peatones, las calles convertidas en parqueaderos, el desastre de las plazas de mercado, el crecimiento desbordado de los informales y el robo de celulares, en el auditorio cultural del Banco de la República, un quejoso declara delincuentes a los grafiteros, a los que manchan las paredes, porque

“En la pared y la muralla escribe la canalla”

Y el expositor afirma: “Por desgracia de nuestra época…pululan los grafitis y toda clase de escritos en los muros, puentes y paredes y hasta en las puertas de las viviendas.” Y en el editorial de El nuevo liberal, del 16 de noviembre de 2024, se lee: El arte urbano y las paredes blancas en el sector histórico, de Popayán. De esta manera, hay un giro al grafiti como delito, pues se plantea la dimensión estética, ante la realidad cotidiana, caracterizada por el sometimiento en un mundo despiadado. El grafitero muestra las canalladas cometidas en la ciudad y el mundo. Así que los grafitis bosquejan aquello que se oculta en la sociedad. Claro que también están los rasguños, manchas, procacidad en una atmósfera gris y opaca de los mamarrachos.

Al día siguiente de la petición de castigo para los grafiteros, de las paredes de la gobernación emerge una joven vestida de blanco, en una actuación, realización, representación. Y como un relámpago, un joven grafitero plasma, en el vestido, elegante un grafiti:

Prohibido prohibir”

Los jóvenes, junto a la chica grafiteada caminan, alrededor del parque. Los transeúntes se detienen al paso del performance. Manchas de colores, trazos de luces, balbuceantes conmociones. Y la estatua de Francisco José de Caldas, desde su pedestal, recordó, el 28 de octubre de 1816, cuando camino al patíbulo, en una pared, trazó un grafiti:

Θάνατοs ¡oh!, larga y negra partida…

Continúo en mi andanza hasta que alcanzo el puente sobre el río Molino. Veo la agonía del agua que avanza lentamente. Y, entonces, al volver la vista atrás me encuentro con un mural que me lleva al recuerdo. En 2021 hubo el movimiento popular y de protesta. Balas de caucho, lanzadas por los trabucos de la policía, con tal puntería y presteza, que varios muchachos perdieron un ojo…

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