Por | Guillermo Velásquez Forero
La política tradicional (tal como la ejercen los delincuentes que conocemos) no es el arte de gobernar y administrar la riqueza de una nación para dignificar y elevar la calidad de vida de la sociedad, y enriquecer los patrimonios material, cultural, humano y natural de una Nación; esa “política” es un negocio sucio de una banda de criminales, una forma de piratería, un oficio de ladrones, una rapiña de buitres. El tesoro público es el botín que persiguen estos hampones que asaltan y saquean los dineros del pueblo depositados en las arcas del Estado. Gobernar es robar, pero en grande: miles de millones y billones. Para lograrlo, se trepan al caballo de troya del poder con embustes, falacias y sofismas envueltos en la máscara del bien común y la “salvación” del país. Durante dos siglos, los súper ladrones de la derecha han robado y desangrado a Colombia. Y no sólo se han robado los dineros públicos (eso que llaman corrupción), sino el salario de los trabajadores y sus conquistas sindicales, los derechos constitucionales, la tierra de los campesinos e indígenas, las riquezas naturales del subsuelo, los bosques y selvas, el agua y todo lo demás, incluyendo los sueños y esperanzas de una vida y un mundo mejor para todos. Pero estas ratas de alta gama no roban sólo para ellos y para sus hijos, parientes, amigos y cómplices; también roban a los pobres y a la clase media para darles a los más ricos, que no necesitan nada porque son potentados: los grupos financieros con sus voraces bancos, los industriales, empresarios, comerciantes, etc. Así mismo, roban para seguir enriqueciendo, hasta el delirio y la demencia de la codicia, a los capitalistas internacionales y empresas extranjeras. Se robaron la soberanía nacional y se la entregaron al imperio norteamericano que nos tiene el territorio invadido de criminales, atrincherados en bases militares. (¿Qué vienen a hacer en Colombia esos asesinos?) El último latrocinio era la Reforma Tributaria, que nos iba a quitar la comida, los servicios y demás bienes de subsistencia. Pero sus ambiciones son trascendentes, van hasta el Más Allá: pretendían imponerles un novedoso impuesto a los muertos. Con este atraco a los cadáveres, los ladrones del pueblo colombiano esperaban ascender a la categoría de hienas. ¿Seguirán las víctimas eligiendo democráticamente a sus verdugos?