Por | Silvio E. Avendaño C.
Trinó María Fernanda Cabal, al morir Gabriel García Márquez: “Pronto estará en el infierno.” Y, en realidad fue fácil la travesía, no como la de El general en su laberinto, al abandonar la presidencia, en Santafé e iniciar el viaje por el río Magdalena hasta morir en Santa Marta. Pronto llegó al Aqueronte. Entregó el óbolo al barquero del Hades-Caronte- subió a la canoa para atravesar la línea que divide el mundo de los vivos y los muertos. Al acercarse a la otra orilla escuchó un porro de Lucho Bermúdez.
Al descender se encontró con Hernando Téllez. Pronto establecieron conversación en torno a Un día de estos y Espuma y nada más. Recordaron al barbero y al militar asesino, al odontólogo y el alcalde-teniente que padecía un dolor de muela. “La violencia encierra el drama del perseguidor y el perseguido. “No habían dicho que usted me mataría. Vine a comprobarlo. Pero matar no es fácil. Yo sé porque se lo digo.”
Y, en eso estaban cuando a la distancia vieron al dictador salvadoreño que, al desatarse una epidemia en la capital hizo cubrir las lámparas del alumbrado público con papel celofán de colores y; que le negó una operación de peritonitis a su hijo, a cambio de que probara las agua en frascos azules, rojos y verdes, pócima que curaba todas las enfermedades y quebrantos, de sus pacientes. Entonces, Gabriel García Márquez hizo memoria de El otoño del patriarca y la fauna de los dictadores, como el teósofo que, se movía sobre planos astrales, ciclos cósmicos, en la «verdad esencial» subyacente en la religión, la filosofía y la ciencia.
Después de despedirse de Téllez, caminó a Comala. Encontró a Juan Rulfo con una cámara fotográfica, dedicado a plasmar las imágenes del Averno. Le vino a la mente, al autor de Cien años de soledad, la voz de Álvaro Mutis: ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda! al entregarle el relato Pedro Páramo: un hombre cruel, mujeriego, ladrón y asesino. Y cuando establecía conversación con el escritor parco en palabras, Susana San Juan, la loca, pasó corriendo.
Por entre recuerdos y aparecidos caminaba Gabriel García Márquez, al encontrarse con el espectro de Santa María, un pueblo descrito por Juan Carlos Onetti, en el cual se encuentra El astillero. No llegan barcos a ese sitio, a pesar de la promesa de que llegaría a ser un centro industrial, en Latinoamérica. Pero pronto, escuchó la voz del escritor que le increpó: “Quiero decir, qué esperas quedándote en Puerto Astillero, en este sucio rincón del mundo.”
Pero cuando se encontraban los tres personajes, Onetti, Rulfo y Gabo escucharon un estruendo. El ejército, dirigido por Carlos Cortés Vargas, salió en defensa da la United Fruit Company y asesinaron a los trabajadores quienes solicitaban servicio hospitalario, abolición del sistema de contratistas, supresión de los comisariatos, aumento de los jornales de los empleados que ganaban un peso diario, habitaciones higiénicas, reparación por accidentes de trabajo, seguro colectivo obligatorio.
-Pedigüeños- comentó con sorna Onetti.