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Los casos de acoso al interior de los hospitales podrían describirse como historias de terror que recorren los fríos pasillos, sin causar mayor resquemor que un temporal escalofrío.
Capítulo 2: Nadie se Escapa
Cuando se habla de violencia hacia las mujeres, generalmente se asocia a poblaciones vulnerables, pero la realidad es que nadie se escapa y, en medio del silencio social, muchas sufren en silencio.
En un reciente y alarmante caso, una médica del Hospital San Rafael de Tunja, Laura Andrea Salinas Quinchanegua, denunció acoso sexual por parte de uno de sus superiores mientras realizaba su internado. Laura decidió, valientemente, contar públicamente su caso, pero a un día de graduarse para evitar retaliaciones. Su narración refleja el asco, la incomodidad y el miedo con los que tuvo que sobrevivir uno de los momentos más importantes de su vida profesional.
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“Esta persona, al no corresponder sus insinuaciones, me trataba mal frente a cualquier persona, me hacía comentarios verdes, e incluso en una ocasión cerró un consultorio en el que estábamos los dos y le pareció una buena idea entrar al baño, bajarse los pantalones y empezar a orinar sin cerrar la puerta mientras me decía cosas como ‘ES QUE ASÍ LE GUSTA A USTED, QUE LA GRITEN, LE GUSTA TODO POR LA FUERZA’, y posteriormente poner sus manos en mi espalda mientras me encontraba sentada transcribiendo en el computador”.
Poner sus manos en mi espalda mientras me encontraba sentada
¿Pueden imaginar la angustia de esta mujer al tener que verlo a diario? Pensando en que era su superior, que la palabra de él seguro iba a estar por encima de la suya, y que esas frases desafiantes en el peor de los casos pudieran haber terminado en algo peor. Este acto, lejos de ser un incidente aislado, revela un problema estructural en nuestras instituciones de salud, que viene teniendo más fuerza en el debate nacional a raíz de casos de suicidio cometidos por trabajadores del sector que no pudieron con el acoso al que eran sometidos.
La denuncia no solo pone en evidencia el acto de acoso en sí, sino también la cultura de silencio y normalización que rodea a estos eventos. La médica rompió ese silencio, enfrentando un sistema que a menudo protege a los agresores en lugar de a las víctimas, como incluso se evidencia en su relato y la respuesta del hospital.
“Al final, tantos malos tratos lograron lo que tantos meses me ha costado trabajar: mi salud mental. De nada sirvió redactar al hospital una queja denunciando todo lo que estaba pasando. Fueron meses de impotencia, de ver cómo quedó impune, de cómo mientras yo trataba de superar todo lo que pasó, él seguía ahí como si nada, porque la respuesta de la oficina jurídica fue: ‘Lo que pasa es que al llamarlo a realizar descargos lo negó todo y quiere saber quién se está quejando’”, indicó Laura Salinas.
Él seguía ahí como si nada
A esto, entre otras cosas, en un incipiente comunicado el hospital indicó que “a la médica Laura Salinas se le brindó la protección inmediata y, por lo tanto, dejó de rotar por la especialidad con posterior reubicación”. Adicional a que Laura Andrea asegura que esto es falso, quedan otras dudas, ¿por qué la medida no fue cambiar al especialista sino a la víctima? ¿Y si otras personas quedan expuestas?
Además de este caso puntual, varios otros incidentes de acoso laboral han salido a la luz. Como en el Hospital del Valle de Tenza, donde médicas han reportado ser objeto de sobrenombres denigrantes y comportamientos humillantes por parte del gerente del centro asistencial, Jesús Salamanca Torres. Allí, se han quejado, entre otras cosas, porque aseguran que les dice «la Amazonas», «la del café con tinto», «dioses», «supradioses», entre otros. Estas situaciones no solo afectan la dignidad de las profesionales, sino que tienen serias consecuencias para su salud mental, generando estrés, ansiedad y, en muchos casos, depresión, tal como narraron mujeres que valientemente han asumido esas denuncias.
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Esto no es un tema de “comunicación” ni de “arreglar un ambiente laboral”, sino que realmente es un asunto que requiere intervención a la salud pública y sanciones donde haya lugar, pues va muy por encima de “tener que sacrificar cabezas políticas”. La carga emocional y psicológica de trabajar en un ambiente hostil puede ser devastadora, afectando tanto la vida personal como profesional de las víctimas, especialmente mujeres.
¿Por qué le ponemos género? Las cifras y las historias. Según la revista Volcánicas, las mujeres en el sector salud tienen un 7.5% mayor riesgo de suicidio. Lo quieran admitir o no, las denuncias registradas son violencia de género, por lo cual deberían estar en el foco de vigilancia de más autoridades, pues esta situación perpetúa la desigualdad y mina la confianza y el bienestar de las profesionales de la salud.
La necesidad de tomar medidas urgentes no puede ser subestimada. Las políticas de cero tolerancia al acoso deben ser implementadas y aplicadas rigurosamente. Es esencial crear canales seguros y confidenciales para que las víctimas puedan denunciar sin miedo a represalias. La formación y sensibilización sobre el acoso con enfoque de género deben ser parte integral de la cultura organizacional de los hospitales y centros de salud.
Hoy, ellas lo dicen públicamente, pero seguro hay muchas otras trabajadoras de entidades públicas en supuestos espacios de privilegio que sufren en la penumbra, mientras son expectantes de casos donde se juzga a las denunciantes y no a los agresores; no se toman medidas, sino que se minimiza y normaliza. Esto redunda en que día a día encontramos más lugares inseguros para mujeres. Ojalá a los indolentes no les toque, porque estas cosas pesan más cuando es a un familiar o una familiar quien lo sufre.
*Esta columna cuenta con un primer capítulo: La violencia no es ropa sucia que se lave en casa