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Las decisiones individuales tienen impacto en lo colectivo, en la confianza entre las personas y las instituciones. Por eso es importante observar los principios que guían nuestro comportamiento y el de aquellas personas que orientan el destino de la ciudadanía. Más allá de los titulares sobre escándalos o irregularidades, vale la pena detenernos a pensar en dos conceptos que pueden marcar la diferencia entre una sociedad que avanza con integridad y otra que se hunde en el descrédito: la ética y la moral.
¿Qué entendemos por ética?
La ética es una rama de la filosofía que se ocupa del estudio racional de la conducta humana analiza lo que es correcto o incorrecto. A diferencia de las normas impuestas socialmente, la ética apela a la conciencia individual y a la capacidad de tomar decisiones justas a partir de una reflexión profunda. No se trata solo de cumplir reglas, sino de entender el porqué de nuestras acciones.
Una persona con ética no solo se abstiene de hacer algo porque está mal visto o es sancionable, sino porque comprende que hacer lo correcto es un valor que fortalece las relaciones humanas, fomenta la confianza y construye una mejor convivencia con los demás.
¿Y qué es la moral?
La moral, en cambio, está compuesta por el conjunto de normas, creencias y valores que rigen la conducta de una persona dentro de una sociedad. Se aprende desde la infancia a través de la familia, la educación, la religión y el entorno social. La moral indica lo que una comunidad considera bueno o malo, y puede variar según la época o el lugar.
A diferencia de la ética, que busca seguir principios universales, la moral es particular y depende del contexto. En algunas culturas el respeto o la veneración por los adultos mayores es un valor moral fundamental (Japón), mientras que en otras se enfatiza más la igualdad entre generaciones y no concede a estos un tratamiento especial.
Semejanzas y diferencias
Ambos conceptos se relacionan y, a veces, se tiende a confundirlos, pero hay una diferencia importante: la ética es reflexiva y personal, mientras que la moral es normativa y social. La ética evalúa críticamente la moral y permite cuestionar normas injustas o comportamientos que, aunque aceptados socialmente, no son correctos desde un punto de vista racional y humanista.
Un ejemplo histórico: la esclavitud fue moralmente aceptada en muchas culturas durante siglos, pero desde una perspectiva ética, vulneraba derechos fundamentales. Fue gracias al cuestionamiento ético que se logró transformar la moral social y abolir esa práctica -que en realidad se transformó y en la actualidad ha tomado nuevas formas-.
La lucha contra la corrupción
Hablar de ética y moral no es un ejercicio abstracto o reservado para los filósofos. Tiene implicaciones prácticas urgentes, especialmente en sociedades como la nuestra, golpeadas por la corrupción y las prácticas clientelistas, más aún en períodos electorales.
La corrupción, entendida como el uso indebido del poder para obtener beneficios personales, daña la economía, la confianza de los ciudadanos en la política y las instituciones, debilita la democracia y genera desigualdad. Combatirla requiere mucho más que leyes estrictas o castigos ejemplares: un compromiso ciudadano firme con los principios éticos y los valores morales.
Supongamos que un alcalde anuncia que abrirá una convocatoria para contratar parte de su gabinete y demás equipo de trabajo por medio del mérito. Efectivamente se abre la convocatoria, pero el alcalde termina designando en los diferentes cargos a recomendados políticos. Si solo se guía por lo que es legal —los alcaldes tienen la potestad de elegir personal de confianza en los cargos de libre nombramiento y remoción—, podría encontrar en la legislación argumentos para eludir la sanción jurídica. Pero si actúa desde una ética personal comprometida con el bien común, y desde una moral que condena el abuso de poder, probablemente decidiría actuar con honestidad y honrar el compromiso adquirido de palabra, incluso sin que nadie lo vigilara.
En conclusión
La ética y la moral no son conceptos lejanos ni teorías sin aplicación. Son herramientas fundamentales para formar ciudadanos conscientes y responsables. Educar en valores éticos y morales desde temprana edad no es un lujo, sino una necesidad. Solo con una ciudadanía comprometida con principios éticos y una moral pública que premie la integridad podremos aspirar a una sociedad más justa y transparente.