En la medida en que haya aproximación a la realidad sociológica de nuestros Pueblos, se estará marchando hacia la vida y vida en abundancia.
Por: Teófilo de la Roca
Nos hemos acostumbrado a que en el mapa del mundo se nos ubique en la condición de pueblo subdesarrollado. Aunque nos gusta más considerarnos como Nación en vía de desarrollo. A veces miramos a las naciones poderosas del mundo, a las desarrolladas que llamamos, desde cierto complejo de inferioridad. Llegamos a considerar que ellas, están donde están, porque ya superaron etapas de violencia y hasta de conflictos internos, que nosotros apenas, tratamos de dirimir.
No siempre el proceso hacia el desarrollo logra ser interpretado y vivido con serenidad histórica, con madurez de vida. Entonces, se aboca a las naciones a estados de conflicto y de guerra, como creyendo que es en las confrontaciones que se miden las fuerzas, hasta llegar a la imposición de nuevos órdenes. A esto, las mayorías, suelen llamar lucha por la justicia.
En cambio, unas minorías, consideran que es defensa de las instituciones democráticas. El gran peligro en este juego es de que al cabo de los aparentes despejes o definición por un nuevo orden, sólo se venga producir un “simple cambio de amos”, como llegó a expresarlo alguna vez el Papa Paulo VI.
De todos modos, el paso de los hombres y de los pueblos, en sus experiencias de búsqueda de desarrollo, coloca forzosamente a franjas humanas en situaciones extremas de desprotección, de abandono. Tanto que por ello, surgen como de la misma inseguridad social, hombres y mujeres que tomando banderas de lucha, de resistencia civil que llamamos, toman el liderazgo de su propio sector humano y hasta llegan a transformarlo en comunidad o fuerza compacta. A esto llamamos madurez colectiva, algo así como formación o claridad en la misma búsqueda de desarrollo.
Cuando encontramos experiencias de esta naturaleza, donde lo que prima es el sentido de solidaridad, de ayuda mutua, de cuidado especial por los más débiles, los niños, los adultos mayores, descubrimos que algo así debería ser el papel de los hombres y mujeres que por aquello de haber aprendido a leer entre líneas el Evangelio, con ánimo de descubrir sus pautas de cambio de vida y aun de lucha por la justicia, deberían ser como el motor de la vida en la gran búsqueda de desarrollo, así en el barrio, en la vereda, en las organizaciones sectoriales, gremiales, o sindicales. Porque nada en la gran dinámica de los pueblos en vía de desarrollo y de pronto favorecidos por el don de la fe, debería ser ajeno a quienes allá en el fondo se consideran hombres de Iglesia o de sentido de comunidad.
A lo largo de la historia, descubrimos que han sido por millones los cristianos que movidos por el espíritu del Evangelio libraron su propia lucha desde la ley de la caridad, soportando regímenes despóticos, inhumanos y hasta triunfalistas. Sufriendo incomprensiones, persecuciones, intolerancias. De pronto descubriendo a su lado hombres y mujeres que sin necesidad de verse movidos por una fe cristiana, luchaban igualmente por los débiles. En este sentido se encontraban en la perspectiva misma de Dios, al descubrir en sus hermanos de raza o de pueblo, de condición social o de infortunio, el rostro de lo humano, que es encontrar el rostro de Dios.
Es el estado de afán por toda justicia lo que cuenta en la gran sabiduría por la vida. En la medida en que como hombres y como pueblos, logremos crear signos de unidad, siempre desde las condiciones de los débiles o desprotegidos de la historia, huérfanos de la presencia de Estados, de gobiernos, de la sociedad, de las pretendidas iglesias, esto es, sin alma de cristianas, de identidad con la justicia de Evangelio, en la medida en que haya así aproximación a la realidad sociológica, se estará marchando hacia la vida y vida en abundancia.
Porque es desde la generosidad o espíritu de servicio que cobra sentido la existencia humana y nunca desde el aislamiento o actitud evasiva, que viene a ser la gran alienación o estado de muerte.