Entre el 0,2 y el 0,8 grados centígrados pudo haberse incrementado la temperatura de Boyacá en los últimos 10 años

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Una investigación sobre agricultura y cambio climático, realizada por un equipo de profesores y estudiantes de las universidades Javeriana y Nacional, concluye que la agricultura familiar es resiliente al cambio climático y que, además, contribuye a la seguridad y a la soberanía alimentarias.

“Pequeños agricultores de tres municipios boyacenses, Ventaquemada, Turmequé y Tibasosa, unieron su conocimiento con el de la ciencia para lograr una alimentación saludable y adaptarse al cambio climático”.

Esa es la síntesis de un trabajo de investigación adelantado por un equipo interdisciplinario de las universidad Javeriana y Nacional, de Bogotá, que ha hecho presencia, ha estudiado variables y demostrado cuáles puede ser las alternativas para que los campesinos pueden afrontar el cambio de la temperatura del planeta.

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La investigación se denominó ‘Cambio climático, seguridad y soberanía alimentaria, los aportes de la agricultura familiar campesina y las reveladoras conclusiones acaban de ser publicadas en la revista Pesquisa Javeriana.

La directora de la investigación fue Neidy Lorena Clavijo; mientras que Manuel Enrique Pérez, Néstor García, Tomás León Sicard, Luz Marina Peralta y Marco Aurelio Farfán fueron los coinvestigadores. El estudio y los trabajos de campo contaron con el apoyo de Junta de Acción Comunal de la vereda Supatá, de Ventaquemada; la Asociación Semillas, de Tibasosa y la Asociación Innovadora Tubérculos Andinos, de Turmequé.

Se trata de una investigación de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Facultad de Ciencias de Ciencias de la Javeriana y del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la Universidad nacional de Colombia.

Los investigadores buscaron conocer a fondo cómo ha cambiado el clima en la región objeto del estudio.

“Los boyacenses han sido testigos de que ya no hay un ‘abril lluvias mil’. En épocas tradicionales de calor ahora hace más calor y en épocas de frío hace más frío. También las heladas y las extensas sequías se han vuelto impredecibles, dicen.

Los investigadores, entre otros aspectos, cruzaron esa información local ‘con los datos históricos reportados los últimos 50 años en la zona en estaciones meteorológicas ubicadas en un radio de 20 kilómetros de las zonas de estudio’ explica la agroecóloga Neidy Clavijo, directora de la Maestría en Desarrollo Rural de la Pontificia Universidad Javeriana y profesora-investigadora de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales (FEAR).

También exploraron cómo, durante los últimos 50 años, el paisaje se ha modificado drásticamente, pues predominan ahora extensas pasturas, monocultivos y concesiones mineras, que han afectado bosques y páramos, incidiendo también en el cambio del clima.

Encontraron que, efectivamente, durante los últimos diez años la temperatura ha subido de 0,2 ºC a 0,8 ºC, “y eso es muchísimo”, aclara la investigadora. “Un incremento de solo medio grado de temperatura en los cultivos tiene una afectación directa en la aptitud climática de una planta”. Y quienes cultivan, como don Marco Aurelio Farfán Ruiz y Luz Marina Peralda Fonseca, de la vereda Surpatá, de Ventaquemada, lo saben:

“En agosto la ruba no se veía porque se sembraba en febrero y se cosechaba en noviembre”, señala don Marco Aurelio. “Ahora no dura sino seis meses. Lo importante es que le llueva harto. Si hizo verano, se jodió”.

Don Marco Aurelio Farfán Ruiz debe tener unos 75 años. Solo asistió a la escuela seis meses de su vida, pero puede dar cátedra sobre cómo cultivar cubios, ibias, rubas y diferentes variedades de papa, sin usar fertilizantes de síntesis química. Y también sobre cómo adaptarse a los cambios del clima.

Su finca, ubicada arriba en la montaña, en una pendiente pronunciada, cerca de Ventaquemada, Boyacá, se ha convertido en lugar de visita obligado, no solo para comprar plantas, tubérculos andinos y moras recién cosechadas, sino para probar las diferentes recetas que varios como él han ingeniado con estos ingredientes. “El ají lo hacemos con rubas y preparamos mermelada de cubios que parece compota de manzana”, dice Luz Marina Peralta Fonseca, de la Junta de Acción Comunal de la vereda Supatá. “Eso le da valor agregado”, agrega esta bogotana que se fue a vivir al campo hace más de una década y que cultiva su propio alimento. Hoy en día ella y sus vecinos han logrado diseñar su propio Plan de Desarrollo, con regulaciones internas sobre el cuidado del agua y del suelo, entre otros acuerdos.

La unión de dos conocimientos

“Yo vengo de gente antigua y fui criado a pie limpio”, sigue don Marco: “Nuestros padres nos alimentaban con sopa de rubas, ibias y nabos. Era comida sana”, señala. Pero esa tradición fue quedando en el olvido, y el menú fue cambiando. “Yo le agradezco mucho a las universidades, porque vinieron a nuestro pueblo y volvimos a rescatar nuestra comida. Si no hubiera sido por eso, no estaríamos contando el cuento hoy en día, porque todo se habría perdido”. Se refiere al trabajo que, desde hace más de 13 años continuos ha liderado la agroecóloga Neidy Clavijo. A través de diversos proyectos de investigación, ha trabajado para aportar a la seguridad y a la soberanía alimentarias, y a la dinámica de adaptación al cambio climático, que les ha pegado duro a los campesinos.

Su labor y la de su equipo se ha desarrollado con casi 40 familias de tres municipios boyacenses ―Ventaquemada, Turmequé y Tibasosa―, porque “la idea no es dejar un proyecto suelto, sino que todo sea parte de un proceso, en este caso de conservación, pero también de gestión y de autodesarrollo, en donde tú te acercas al conocimiento y a la experiencia local previos y contribuyes al fomento de capacidades en las comunidades para que ellas sigan caminando”, aclara Clavijo. “Como ya habíamos trabajado temas de conservación de agrodiversidad andina, y habíamos ayudado a formar asociaciones de agricultores en esta zona, ahora ellos son nuestros pares y no nuestros beneficiarios”.

Así, con base en el conocimiento ancestral, las familias volvieron al cultivo tradicional en sus propias huertas, de donde toman los ingredientes para preparar torta de cubios o mermelada de ibias. Iniciaron con un proyecto de recuperación de memoria para conservar tubérculos andinos. “Fue un trabajo desde el nivel de la parcela, la agrobiodiversidad, el rol de la mujer en el tema de la soberanía alimentaria, el paisaje de las fincas, hasta el nivel del territorio y de pactos territoriales”, agrega Tomás León Sicard, profesor titular del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA), de la Universidad Nacional de Colombia.

La adaptación a las nuevas condiciones climáticas se ha logrado gracias al intercambio del conocimiento ancestral sobre los cultivos, a la vivencia año tras año y a la ciencia, a través de talleres de investigación colaborativa en los que todos aportan. Y en el trabajo de campo, luego de todo este tiempo, Néstor García, profesor de la Facultad de Ciencias, encontró fincas de menos de cinco hectáreas en la zona, con características que antes eran un sueño: minifundios agrobiodiversos, algunos de ellos con cultivos de hasta 152 especies, entre frutales, tubérculos, plantas medicinales, ornamentales y forestales, a pesar de condiciones climáticas adversas, respondiendo a la necesidad de la alimentación diversificada.

Así, el equipo constató que esa “agricultura familiar campesina, que ha subsistido por siglos a pesar de distintos embates políticos, económicos y sociales, ahora, además, provee alimentos saludables, diversos, nutritivos, sin dañar el medio ambiente, conservando los suelo y ayudando a mitigar el cambio climático”, agrega Clavijo. Porque, de acuerdo con el profesor León, mientras más agrobiodiversidad exista en una finca campesina o agroindustrial, estas se convierten en sistemas que enfrían el planeta.

Así, con base en el conocimiento ancestral, las familias volvieron al cultivo tradicional en sus propias huertas, de donde toman los ingredientes para preparar torta de cubios

Clima, agrobiodiversidad y políticas públicas

Todo este trabajo se complementa con la participación del director del Departamento de Desarrollo Rural y Regional de la Javeriana, el sociólogo Manuel Pérez, encargado del tema territorial, institucional y de política pública. “Él nos ayudó a coordinar la cereza del pastel de nuestro proyecto: la elaboración de pactos territoriales”, subraya Clavijo con la satisfacción de haber logrado conformar un equipo inter y transdisciplinario para que no queden cabos sueltos.

Se trata, explica Pérez, de evidenciar no solo que la agricultura familiar es resiliente al cambio climático y que además contribuye a la seguridad y a la soberanía alimentarias, sino también de crear ejercicios de comunicación en encuentros para que la propia comunidad les cuente a quienes deciden políticas el conocimiento que se ha construido colectivamente y que se convierte en los resultados de la investigación. A esos encuentros en cada municipio acudieron los alcaldes y sus secretarios de Agricultura y Medio Ambiente, y representantes de corporaciones autónomas y organizaciones no gubernamentales, entre otros.

Luz Marina explica lo que ahora no dejan de hacer: “Como somos minifundios, trabajamos individualmente nuestros predios, y también desde lo colectivo, para que sea menor el impacto del cambio climático”. Estos agricultores recuperan el agua de los ríos y quebradas, recolectan el agua-lluvia, construyen zanjas para drenajes y elaboran surcos a través de la pendiente para distribuir adecuadamente el agua; con barreras vivas cuidan la flora de los fuertes vientos y producen sus propios abonos orgánicos. Así se benefician el suelo y el ciclo alimentario, y ahora están diseñando cuatro rutas para caminatas de ecoturismo.
Esos parches agrobiodiversos son como oasis que exigen conectividad con bosques y otros ecosistemas naturales. “La reconversión a la agroecología es el camino para poder mitigar la problemática del cambio climático a mediano y largo plazos”, sentencia Luz Marina. Y Clavijo la complementa: “No podemos hablar de resiliencia al cambio climático si solamente lo miramos desde un punto de vista ecológico; también lo necesitamos mirar desde ese otro componente de orden social donde la familia, las redes comunitarias y la organización del territorio son fundamentales para poder tomar decisiones”.

*El artículo de Pesquisa Javeriana fue redactado por la periodista Lisbeth Fog Corradine.

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