En vos confío

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Por | Silvio E. Avendaño C

Un grafitero escribió en un muro del centro de la ciudad: “Dios ha muerto” y abajo el autor de tal proposición escandalosa: “Nietzsche”. Más no tardó una noche para que apareciera otro grafiti, escrito con spray: “Nietzsche ha muerto” y abajo la firma de “Dios”. Pronto ambos grafitis desaparecieron bajo una capa de cal, por parte de los integrantes de la operación borrador.

Más independiente de la prisa para que el muro volviese a su estado natural, hay que decir que el sepulturero de Dios se equivoca porque la divinidad se encuentra vivita y coleando. Prueba de ello es la presencia en la vida cotidiana. Y es cierto, porque la verdad es que la divinidad no ha muerto, como se hace evidente en la devoción de hombres y mujeres sin ningún distingo social. Es habitual escuchar: “¡Gracias a Dios!”, “¡Dios así lo quiso!”, “¡Bendito sea Dios!”, “¡Dios se lo pague!”, “Ve con Dios” pronunciada por las bocas de los pobres, ricos y políticos. Tales invocaciones al espíritu divino confirman la veracidad, de la proposición: “In God we trust” (en español: En Dios confiamos) que fue el lema nacional del Tío Sam, no hace un siglo, por allá en 1956.

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Pero pensándolo bien hay que decir que los nuevos templos son los bancos porque ellos constituyen el espacio de lo sagrado. Y para entrar a las nuevas iglesias, es decir, a la comunidad bancaria, es necesario el sacramento. La pila bautismal se encuentra cuando se abre la cuenta. La primera comunión al realizarse la transacción inaugural. Al banco se va a pedir favores o bien a pagar deudas. Las catedrales, basílicas, templos permanecen vacíos y cerrados por la ausencia de los fieles, que acuden a determinadas horas, en días especiales o los días domingos, mientras los bancos tienen los cajeros automáticos las veinticuatro horas del día, con los beneficios que hacen posibles las tarjetas. Por eso aquello de que “Dios ha muerto” no es más que una proposición falsa, porque lo real es la conversión de hombres y mujeres al dinero, que encierra la omnipotencia de ser lo más importante. El dinero determina el sentido de la vida, marca el destino. Hace posible la compra o la deuda. Desde el interior de mi casa, gracias a las tarjetas de crédito, puedo pagar. Con el dinero puedo convertir lo sucio en limpio, lo negro en blanco, lo feo en hermoso o hacer todo lo contrario, pues, es posible la reversibilidad. Consigo comprar al juez. Conquistar al hombre o a la mujer que quiero. El dinero pone el mundo a mis pies.

Y en realidad, “Dios no ha muerto”, pues lo que se ha gestado es la conversión de In God we true (en Dios confiamos) a la proposición: “In Gold we true”, (en lengua hispanoamericana: “En el dinero confiamos”).

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