En torno al arte y la crítica

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Por | Silvio Avendaño

En Arteria, -marzo mayo de 2008-, José Alejandro Restrepo escribe: “El arte desde el Concilio de Trento aparece como una herramienta fundamentalmente ideológica para contrarrestar los brotes reformistas. Desde entonces en el arte el componente ideológico es evidente.” El arte es importante para la religión. El arte se puso al servicio de la religión y, en ella asumió el rol del catecismo. Vásquez de Arce y Ceballos, que vivió en la Nueva Granada entre 1668-1711, pintó más de quinientas obras con una finalidad catequística.

No obstante, el asunto es más complejo cuando Joaquín Gutiérrez (segunda mitad del Siglo XVIII) pinceló exaltando el poder en el Virreinato. Los retratos de los virreyes o del grupo que se encontraban en el poder –y que posaban ante el pintor- coincidían con el artista en cuanto se alejaban de la ironía. Quizá por eso, por ese cruce de intereses, tanto de la religión contrarreformada como del poder del virreinato, la pintura permaneció como anchilla, es decir, sierva para la reproducción de imágenes con fines ideológicos y como sacralización del poder. José Alejandro Restrepo reflexiona: “Yo creo que estoy circunscribiendo un terreno que me seduce mucho y es el espacio teológico-político. Hay un maridaje entre Dios y Patria, el Estado y el aparato religioso, entre ideologías religiosas e ideología del poder”. Vale aclarar que la servidumbre del arte no es de los últimos tiempos, sino que desde la conquista y la colonia el arte ha mostrado que no es neutral ante la religión y el estado. El arte ha sido utilizado por la iglesia católica para la sensiblería e ideología, como se puede ver en las imágenes de Salomé y San Juan Bautista, como la de San Dionisio portando su propia cabeza y otras prácticas.

Asimismo, el arte se ha dedicado a plasmar los “jefes naturales”, los caudillos, los héroes, en un fondo en el cual importa los vestidos, el ornato, pues el rostro no tiene ni gestos ni enigmas. Es curiosa la pintura, en un país donde el estado no encarna la res publica y, la tendencia es al continuo enfrentamiento, la agudización del conflicto social, donde las luchas populares son sistemáticamente ignoradas por los artistas.

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El arco comprendido entre el inicio de la Regeneración (1886) y la pérdida de Panamá (1903) es el período en que Epifanio Garay se dedica a la pintura. Durante este lapso se gesta la Constitución del 86, las intrigas norteamericanas para favorecer la separación de Panamá y, asegurar la intervención en los asuntos internos. Es curioso como los pintores se dedican a colorear nostálgicamente, a copiar a los pintores europeos. Marta Traba en Historia abierta del arte en Colombia, dice: “Pero de las conflictivas y dramáticas situaciones del país en el mismo período no hay huella alguna en la placidez de los retratos de Garay.” En el Museo Nacional hay un cuadro que me llama la atención: La mujer del levita, cuadro pintado por Epifanio de Garay, en 1889. Pero, cosa curiosa, Sebastián Villalaz (1879-1919). -quien fuera alumno del pintor colombiano, -encontró inspiración en el cuadro de Garay- y dibujó un óleo sobre tela: Colombia asesinada.

Esta obra es una alegoría, en la cual Colombia está representada por una mujer desnuda, envuelta en la bandera amarilla, azul y roja y, herida mortalmente en el brazo.  Puede interpretarse como la pérdida de Panamá; la lucha fratricida de los partidos políticos: liberal (de vestido rojo) y conservador de (vestido azul). En la ventana aparece el Tío Sam, en otras palabras, la intervención estadounidense en el conflicto. “I took Panamá” (Teodoro Roosevelt). Al fondo la figura femenina desdibuja la libertad. Es interesante que el artista de origen panameño haga esta pintura de carácter político y una crítica del conflicto, a favor de Colombia. Los artistas, de manera especial los pintores, elaboran la obra de acuerdo con las conveniencias, o bien consideran que la pintura no tiene relación con la realidad. En lugar de la pesadilla de la historia es mejor alejarse de ella para alcanzar el arte puro.

Débora Arango (1907-2005) si bien recibió una educación religiosa, en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, la abandonó, decepcionada dada la formación convencional que se impartía allí. En Débora se manifestó el espíritu crítico, como se puede ver en el cuadro La república.

Muestra Débora Arango que la república, por estos lares no es la forma de gobierno político, que Aristóteles consideró como el sistema político, caracterizada por el imperio de la ley y la igualdad ante la ley. En lugar de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos, en el cuadro muestra las figuras goyescas. La república es devorada por los cuervos, ante la mirada lujuriosa de los lobos, liberales y conservadores. A la derecha como a la izquierda hay quienes manifiestan la alegría, ante el botín en que se ha convertido la tergiversada república.

Daniel Samper Pizano compara el óleo: Violencia, de Alejandro Obregón, con Guernica, de Picasso y con El grito de Munch. Desde la década del cuarenta en el siglo XX, la violencia se recrudeció, ante el retroprogresismo, es decir esa tendencia que considera la pérdida de valores y, que hay que recuperarlo al costo que sea. El óleo: Violencia, es sugestivo porque no esboza personajes, hechos, ni el acto mismo.

Tampoco hay el escándalo de la sangre. Presenta esa situación en la cual la vida es negada. La mujer, que yace muerta, se confunde con una colina. Una atmósfera pre-política en la cual el horizonte del pasado, presente y futuro no ofrece otra cosa que el terror. La violencia, un territorio montañoso y sombrío bajo una densa penumbra gris que, hace crecer el silencio, la desolación y la hostilidad.

Fernando Botero bosqueja la mentalidad de quienes consideran que están destinados para conservar el orden y la seguridad. En la Familia presidencial (1967), las figuras fofas, irónicas, estáticas, seguras en sí mismas, esbozan el anquilosamiento de la religión y el estado, en un

continuum, donde las instituciones religiosas y estatales constituyen un bloque seguro. La familia presidencial yace en las nubes. Abajo se encuentra, de una parte la serpiente de la subversión y el poder demoniaco del mal, que asoma desde el inframundo, donde se cuece la realidad áspera. Sin embargo, no hay peligro ya que están presentes, de una parte el brazo con el báculo espiritual y, de otra parte, la fuerza de las armas. Está plasmado el orden terrenal con la seguridad metafísica.

Gustavo Zalamea elaboró el Fotomontaje del Palacio de justicia (1994). Mientras que en los textos escolares se enseña que el estado está constituido por tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, en el fotomontaje se eleva el cuarto poder, pero no se trata del periodismo… sino la bota militar. Constituye una ironía que mientras en el frontis del Palacio de Justicia se encuentra estampado las palabras de Santander: “Las armas os han dado la justicia, las leyes os darán la libertad.” El decurso de la historia no ha llevado al mundo de la libertad. Las armas se yerguen sobre la justicia y sobre la libertad. Tanto guerrilla como gobierno expresan con sus acciones militares el desprecio por la razón, al acudir a las armas, como única forma, de resolver los problemas.

En torno a Doris Salcedo hay el debate del compromiso social y político de la artista. Ella misma ha dicho: “el arte siempre está ligado con la política, esté o no esté explícito en la obra, porque lo que hace el arte es abrir espacios y ampliarlos, para que la gente pueda ver, decir, existir, hacer, ser vista y vivir una vida plena”. Con todo, hay quienes se oponen a esta politización del trabajo artístico, consideran que la obra de arte debe quedarse en el campo estético sin acercarse a la política. Sólo que en lugar de la vida plena lo que se presenta es La grieta. La sociedad no se construye, en torno a un espacio político, en lugar de ello lo que se hace claro es la sociedad agrietada. No hay entonces la naturalidad para que los pasos de quien camina puedan avanzar, pues no se sabe en qué momento el piso se agrieta. La fisura crea la certeza de que por ahí no se puede caminar. La hendedura es la desaparición del camino, el inicio de la desesperanza, que no han podido garantizar el supuesto orden con la ayuda de la metafísica religiosa.

 

 

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