(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería)
Miguel Hernández, Elegía.
La guadaña celebra su cosecha en el momento y en la forma más inesperada. Ayer, martes 16 de octubre, una amiga me envió un enlace en donde se daba noticia de la muerte del querido escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor. Leí varias veces, busqué otras fuentes y sí, era cierto, Roberto había iniciado su viaje hacia el olvido. Digo hacia el olvido porque en este país sin memoria, al parecer, ese es el destino de los escritores, aun el de los más grandes.
Tengo varios y gratos recuerdos de él.
Cuando dirigía el taller de creación literaria en la UPTC, lo invitamos. Llegó Roberto al Teatro Fausto, cordial, como siempre, y con él llegó el mar Caribe. Tunja, en virtud de su palabra, durante dos horas hizo parte del trópico y tuvimos la fortuna de asistir a una charla en donde nos habló de sus inicios en la literatura y en la vida. El auditorio se llenó de las iguanas que corrían por el jardín de su casa paterna, vimos las embarcaciones que atracaban en la bahía, vimos los mangos que asediaron el patio de su infancia, el puerto, el barrio, la algarabía de los mecánicos al terminar su jornada, y escuchamos la música popular que él escuchó de niño y que después recorrería sus primeros cuentos.
En esa ocasión también nos compartió su texto “Imágenes para la tormenta”, que inicia así:
“En los primeros tiempos era el mar.
Como nadie puede determinar el sitio de su nacimiento termina por conformarse con el que le cupo en suerte, o en desgracia. Lo dignifica o lo desprecia. Lo rechaza o se aferra a él. Huye, vuelve, da vueltas. Termina por entender que no tiene otro. Se envilece de ausencia o adquiere la belleza serena de las nostalgias. En lo irremediable se esconde el rostro más paciente de la realidad. El mundo aparece sin nombres.
¿Serán recuperables las primeras sensaciones? ¿Los inicios de la forma? ¿La oscuridad o la luz primigenia? ¿Dónde estarán?
Monedas para pagar deseos no concedidos se hunden en un pozo sin fondo”.
Terminada su conferencia, ya de regresó a Bogotá, le hablé de la calidad y belleza de las páginas que nos había compartido. Le dije que bien podrían hacer parte de sus memorias. Sonrió, no pensaba entonces que fuera necesario un libro de memorias escrito por él. Al ver mi emoción, me regaló aquel texto (inédito, hasta donde sé) que atesoro en mi archivo. En la última hoja, con su letra apretada, dice: Leído en Tunja el 13 de noviembre de 2009, Universidad Pedagógica.
Ese mismo año, para celebrar el premio de narrativa José María Arguedas de Casa de las Américas, que Roberto Burgos Cantor ganó con su novela “La ceiba de la memoria”, finalista también del Rómulo Gallegos, lo invitamos al taller de RENATA que por entonces dirigía en Tunja y que llevábamos a cabo en el claustro de San Agustín, Biblioteca Patiño Roselli. Allí, Roberto sostuvo una conversación con Javier Pérez, integrante del taller que por entonces estaba descifrando las claves de la escritura y su relación con la música. En el taller habíamos leído el libro y Roberto, con su palabra generosa y certera, nos develó un horizonte en donde la novela histórica se deslinda de la época y de los personajes que trata, y se instala en la condición humana en donde es intemporal y necesaria.
Una tarde fría, caminando por Bogotá, llegué a una feria callejera de libros y allí estaba, abandonado, un volumen de cuentos de Roberto. Compré el libro y al abrirlo, de su vientre cayó una fotografía. En la foto está él, sonriente, sentado en un café, en una mesa exterior que da a una plaza suntuosa. Es una foto llena de azul. Tiempo después tuve ocasión de comentarle a Roberto el asunto, y me dijo: Debe ser en Praga. Le prometí la foto, promesa ya para siempre incumplida.
En el 2013 se publicó mi libro “Espiral al Sur y otros relatos de la noche”. Fui a su oficina en la facultad de humanidades y letras de la Universidad Central y le llevé un ejemplar. Luego nos encontramos y Roberto me habló bien de los cuentos. Tuve la osadía de pedirle que me acompañara en el lanzamiento y dijo que sí. Con el escritor y librero, Luis Izquierdo, organizamos el evento en uno de los auditorios de la Universidad del Rosario y allí Roberto Burgos Cantor habló de cada uno de los textos que hacen parte de Espiral al Sur, de su atmósfera citadina, de su ritmo, profundizó en los personajes y en los argumentos desarrollados en el libro, y yo lo escuché con atención, admirado por todo aquello que decía, al punto de que me dieron ganas de leerlo. Así era Roberto, generoso, como debe ser un maestro, y él lo era, como el que más.
En una charla en la Universidad del Valle, hablando de su padre, dijo Roberto: “Todos sabemos que nos vamos a morir, pero cuando llega la muerte de quienes queremos, eso no tiene expresión, es algo que lo deja a uno sin palabras, vacío”. Eso siento hoy: un profundo vacío. Ahora vivo en un planeta en donde ya no vive Roberto Burgos Cantor, y eso duele.
Tunja, octubre 17 de 2018