En las calles se construye la democracia popular

Foto | EFE
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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Las calles no son para promover odios, violencias, polarización, ni adelantar las agendas propias de las élites, son justamente para reclamar, señalar y denunciar a esas élites, sus prácticas y privilegios. En las calles son los pueblos los que históricamente construyen la democracia desde abajo, desafían a potentados y poderosos, enjuician y condenan tiranías y sobre todo fortalecen la unidad para ejercer el poder de otra manera como parte de su actuar estratégico. En las calles estará nuevamente el movimiento social y popular el 23 de octubre, para manifestar su respaldo al presidente Gustavo Petro y rechazar la agenda sistemática, de la oposición y los gremios, orientada a impedir la estabilidad política, adelantar una guerra jurídica con golpe de estado, reclamar por garantías de estado para materializar el programa de cambio ganado en las urnas y en rechazo a los impagables altos costos de servicios públicos vendidos por empresas privadas (energía, agua potable, gas). Todos son motivos relevantes que legitiman el regreso a las calles en defensa del gobierno popular y en búsqueda de estabilizar el poder para seguir construyendo la democracia desde abajo, sin élites, ni jefes supremos.

Las calles son el espacio clave para la democracia participativa, la que ejerce el pueblo cuando su voluntad soberana logra sobreponerse al interés propio de sus representantes, que no cesan de traicionarlo y envilecerlo con cientos y miles de actas y acuerdos firmados para apaciguar las protestas y dilatar los compromisos, pero incumplirlos todos, en sus demandas por derechos y garantías. La calle es el espacio de resistencia popular, el único disponible, que se toma por derecho, sin permiso, para expresar demandas ante las élites políticas, económicas y sociales que distribuyen y controlan los mecanismos institucionales y suelen ser inaccesibles y soberbias. Las calles son constitutivas para ejercer poder adentro de la ley o contra ella en desobediencia civil cuando las reglas son injustas, favorecen la impunidad, limitan libertades o atacan la dignidad y el respeto por el ser humano.

Las movilizaciones populares en las calles de Colombia han sido claves para presionar por reformas y cambios en temas de paz, derechos, educación, defensa de territorios, reivindicación de la soberanía nacional, y en general derechos humanos, y por sus capacidad de resistencia y resiliencia convierte a los sectores populares en únicos en el mundo y las cifras de participación reflejan el descontento y las esperanzas de amplios sectores de la sociedad. El Paro cívico nacional de 1977, marcó un hito de rebeldía al que las élites respondieron instalando la desaparición forzada, que supera la cifra de 120.000; siguieron las marchas campesinas ametralladas de sur a norte; las movilizaciones indígenas atacadas en genocidio; los paros de trabajadores mil veces asesinados; de conjunto marcaron un ciclo cerrado con la constituyente y posterior constitución de 1991. El siguiente ciclo de históricas movilizaciones contiene las marchas por la paz del 24 de octubre de 1999 que movilizó a cerca de 10 millones de personas, exigiendo el fin de la violencia y la solución pacífica al conflicto armado colombiano, en un contexto de intensificación de la guerra entre el Estado y las guerrillas de las FARC y el ELN; la movilización de estudiantes universitarios en 2011 coordinada por la mesa amplia nacional estudiantil (MANE) en la que participaron más de 100.000 estudiantes en rechazo a una reforma a la ley 30 de educación superior, que buscaba la privatización de la educación universitaria; el paro agrario de 2013 con miles de campesinos en bloqueos de carreteras y manifestaciones en rechazo a los tratados de libre comercio (TLC), que afectaban a pequeños productores agrícolas; la marcha por la vida en 2015 llamando a la reconciliación y la construcción de paz en medio de las negociaciones con las FARC; la marcha de las mujeres de 2016 contra la violencia de género y por justicia para las víctimas de feminicidios, visibilizó la problemática y fortaleció el debate en torno a las políticas de protección a las mujeres; el estallido social de 2021 iniciado el 28 de abril con más de 800.000 manifestantes solo el primer día y millones durante los meses siguientes en rechazo a la reforma tributaria injusta y regresiva propuesta por el gobierno de Iván Duque del partido centro democrático, en el contexto de la crisis económica por pandemia, la reforma fue retirada, pero las protestas evolucionaron a demandas sobre derechos humanos, violencia policial (que dejó asesinados, judicializados y mutilados en sus ojos), educación, salud y empleo.

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Las calles son escenario de construcción democrática, por la instauración o consolidación de nuevos regímenes o modos de acción del poder y formación de consensos y participación sin primacía de élites, como lo reclaman esta vez en Colombia los sectores populares al asumir la defensa del gobierno popular conquistado en urnas pero bloqueado de manera estratégica, sistemática y planificada paso a paso por partidos y alianzas de élites denominadas “oposición” carentes de ética y política pero con sobradas expresiones de violencias, cinismos y desinformación coordinada y certera.

La construcción de la democracia desde abajo a través de la movilización en las calles es un fenómeno recurrente en la historia de todos los pueblos del mundo, está basada en el derecho humano de rebelión y sus expresiones de movilización y protesta son legítimas. El poder popular igual que los derechos son creados por los pueblos, son colectivos, de beneficio común y las calles su lugar de encuentro, deliberación, debate y núcleo para la unidad y comunicación de las demandas de sectores marginados y excluidos del poder institucional. La calle es también para resistir, desafiar a las élites y construir nuevas formas de participación y gobernanza. Desde la lucha por los derechos civiles en EE.UU. hasta las recientes protestas en América Latina, y el estallido social en Colombia, la historia muestra que la democracia no se limita a las instituciones formales, sus autoridades y reglas instituidas, sino que también se forja en las calles, donde el poder popular puede marcar la diferencia.

P.D. No todo “paro” representa un legítimo derecho, a veces lo popular es suplantado por las élites.

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